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Bueno. Pamplinas, como decían las abuelitas. Pelillos al viento, señor Presidente. La mera neta es que la política es una cena de bárbaros. Cada azteca le entierra un puñal a su vecino tlaxcalteca y viceversa. Tú y yo, sentaditos nomás en los tronos alejados del banquete y viendo desde arriba a nuestras tribus de Atilas aborígenes que se matan entre sí. Tú y yo, apóstoles de la mesura y la mediación, mi querido Nicolás.

Mesura, Nicolás. Si quieres ganarte un enemigo, demuéstrale que eres más inteligente que él.

Discreción, Nicolás. No permitas que tus indispensables actos de autoridad ilegal se conviertan en noticia de prensa.

Modestia, Nicolás. Que sólo nos satisfaga lo mejor.

El poder es una terrible suma de deseos y represiones, de ofensas y defensas, de ocasiones perdidas o ganadas. Llevemos la aritmética secreta de nuestra contabilidad. Que no se nos convierta en noticia -te repito- lo que debe permanecer secreto. Aunque el secreto sea relativo. Es estúpido pensar que lo que le pasa a uno no le pasa a nadie más. Cada cosa que sucede le está sucediendo al mismo tiempo a millones de seres. No lo olvides. Protege el secreto. Pero recuerda nuestra fuerza. Somos humanos y nos parecemos a todos. Nuestros presidentes, nuestros secretarios de Estado, lo olvidan con frecuencia. Pero somos políticos porque no nos parecemos a nadie. ¡Que miserable consuelo! ¡Qué irritante paradoja -o parajoda, como decía uno de nuestros rústicos prohombres!

Inevitablemente, provocarás envidia. Todos quieren gozar de la intimidad del Presidente porque todos quieren gozar de sus privilegios. Ahora nos toca actuar solos, querido. Convertirlo todo en ventaja. Pero mucho cuidado con nuestras debilidades. Te lo repito como mujer. Sabes que las mujeres se odian y aprenden a disimular sus odios. Pero los hombres se quieren y aprenden a disimular sus simpatías. Nuestras virtudes son nuestras debilidades, en ambos casos.

Hay un hombre que te quiere tanto, que hasta te quiere matar. Y tú lo quieres tanto que no te atreves a matarlo. Jesús Ricardo Magón.

Decídete, Nicolás. En esto no te puedo aconsejar. La política es la actuación pública de pasiones privadas. ¿Puede haber política pública sin pasión privada? ¿Necesito a estas alturas repetirte el ABC de tu tocayo florentino?

Es más seguro ser temido que ser amado.

El amor se rompe cuando deja de convenirnos.

El miedo, en cambio, nunca nos abandona.

El príncipe debe ser temido sin incurrir en el odio de su pueblo.

Mide tus palabras. Que de tus labios no escape nada que no sea entendido como caridad, integridad, humanidad, rectitud y piedad. Los pueblos juzgan más por lo que ven que por lo que entienden.

Mide tus palabras. Mussolini, al principio de su gobierno, habló mal del último diputado independiente que quedaba, Mateotti. Sus allegados -sus lambiscones- lo oyeron y mataron al diputado. Se consolidó la dictadura fascista. Por descuido verbal. ¡Qué sabio era Obregón cuando dijo: "Un Presidente no habla mal de nadie."

Ten listas tus palabras finales, Nicolás. "Luz, más luz" en un extremo. "Después de mí, el diluvio", en el otro. La palabra del humanista y la palabra del monarca. Pero no termines como el pobre arriba citado Álvaro Obregón, el mejor militar de la historia de México (¡cómo no lo tuvimos en 1848 en vez del cojo traidor Santa Anna!), Obregón el vencedor de Pancho Villa, el brillante estratega y político, asesinado en un banquete por un fanático religioso en el momento en que alargaba la mano pidiendo,

– Más totopos…

Más totopos. Evita que estas sean tus palabras lapidarias. ¿Por qué mataron a Obregón? Porque quiso reelegirse. Obra de manera que, si ganas, puedas decir "Luz, más luz" y si pierdes, "Después de mí, el diluvio." Pero nunca, nunca digas "Más totopos." Me desilusionarías. Te vería de vuelta en los barrios bajos de Marsella. Te repetiría esta cita de Bernanos sobre Hitler: México ha sido violado por un criminal mientras dormía.

Elimina a tu totopo, Nicolás. Mi información está completa. El agregado militar de la Embajada de México en Francia en 2011 era el general Mondragón von Bertrab. Él te dio los papeles. Él te inventó la biografía. Él falsificó los documentos. Todo está en mi caja de seguridad en el Congreso.

Has eliminado a los totopillos. Tácito de la Canal. Andino Almazán. La Pepa su mujer. El general Cícero Arruza. El Anciano del Portal. La llorona de los cementerios veracruzanos, la monterrellena Dulce de la Garza. Y el mismísimo fantasma de esta ópera, Tomás Moctezuma Moro. Quedamos tú y yo, Nicolás. Y una sombra sobre nuestras vidas. El general Mondragón von Bertrab.

Tenemos que actuar rápido. ¿No por mucho madrugar amanece más temprano? Será cierto para un panadero. Un político tiene que madrugar desde la noche anterior. O lo madrugan a él. Y a ella.

Y no pongas en duda mi discreción. Todo lo dicho queda entre nosotros. Como dice el dicho, entre gitanos no se lee la buenaventura. Yo no creo nada de esos informes sobre ti. Son puras invenciones. Yo te tengo confianza. No doy crédito a tus enemigos. Son meras suposiciones. Y si salen a la luz, culpamos de desacato y calumnia a María del Rosario Galván y a Bernal Herrera. Recuerda lo que decía el ex César León a sus enemigos:

– No te voy a castigar. Te voy a desprestigiar.

Cuenta con mi fidelidad. Y no dejes de medir la relación costo-engaño.

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General Mondragón von Bertrab a Nicolás Valdivia

Por la razón misma de que ya no es imprescindible, te escribo esta carta. Adivinarás por lo mismo que mi motivo no es comunicar, sino dejar asentado. Todos te han hablado de mi formación militar en escuelas de alta exigencia intelectual. La Hochschule der Bundeswehr de Alemania es excelente en este sentido. Nadie sale de allí sin haber leído a Julio César y a Von Clausewitz, claro, pero también a Kant para aprender a pensar y a Schopenhauer para aprender a dudar. También es excelente el H. Colegio Militar de México. Si en Alemania aprendes a emular victorias, en México te enseñan a asimilar derrotas.