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– ¿Por la puerta de atrás?

– Cierto.

– No le puedes disparar por la espalda a un preso que huye. Constituye un asesinato.

Él asintió lentamente.

¿Cómo lo habrían preparado?, se preguntó Sachs. ¿Habría otra persona fuera de la puerta para realizar los disparos? Probablemente. Farr se golpea la cabeza y grita pidiendo ayuda. Hace un disparo al techo. Fuera, alguien, quizá un ciudadano «interesado», alega que oyó un disparo y deduce que Sachs está armada y la mata de un tiro.

Ella no se movió.

– Ponte de pie ya y mueve el culo afuera -Farr desenfundó la pistola.

Lentamente ella se puso de pie.

Tú y yo, Rhyme…

* * *

– Te acercaste mucho, Lincoln -dijo Jim Bell. Después de un instante, añadió-: Noventa por ciento de exactitud. Mi experiencia policial me indica que es un buen porcentaje. Resulta una desgracia para ti que yo sea el diez por ciento de error.

Bell apagó el aire acondicionado. Con la ventana cerrada, el cuarto se caldeó inmediatamente. Rhyme sintió las gotas de sudor en su frente. Su respiración se hizo trabajosa.

El sheriff continuó:

– Dos familias asentadas a lo largo del canal Blackwater le negaron al señor Davett el permiso para que pasaran las barcazas. -Rhyme tomó nota del respetuoso señor Davett-. De manera que su jefe de seguridad nos empleó a varios de nosotros para resolver el problema. Tuvimos una larga charla con los Conklin y decidieron otorgar el permiso. Pero el padre de Garrett nunca estuvo de acuerdo. Íbamos a hacer algo que pareciera un accidente de coche y conseguimos una lata de esta porquería -señaló con la cabeza el frasco que estaba sobre la mesa- para dejarlos inconscientes. Sabíamos que la familia salía a cenar todos los miércoles. Derramamos el veneno por la rejilla de ventilación del coche y nos escondimos en el bosque. Montaron en el coche y el padre de Garrett encendió el aire acondicionado. La sustancia se desparramó encima de ellos. Pero usamos demasiada… -miró nuevamente el frasco-. Había suficiente como para matar a un hombre dos veces. -continuó, frunciendo el ceño ante el recuerdo-. La familia empezó a temblar y tener convulsiones… Era algo muy feo de ver. Garrett no estaba en el coche, pero corrió hacia él y vio lo que estaba sucediendo. Trató de entrar pero no pudo. Le llegó bastante cantidad del veneno, no obstante, y se convirtió en este zombi que conocemos. Se dirigió tambaleando al bosque antes de que pudiéramos detenerlo. En el momento que reapareció, una semana o dos después, no recordaba lo que había pasado. Esa cosa MCS que mencionaste, supongo. De manera que por el momento lo dejamos tranquilo, era demasiado sospechoso que muriera justo después que su familia… Entonces hicimos lo que supusiste. Prendimos fuego a los cuerpos y los enterramos en Blackwater Landing. Empujamos el coche hasta la ensenada de Canal Road. Pagamos al juez de instrucción cien mil dólares para que hiciera unos informes amañados. Siempre que nos enterábamos de que alguien tenia algún tipo de cáncer extraño y andaba preguntando la razón, Culbeau y los otros se ocupaban de ellos.

– Ese funeral que vimos al llegar a la ciudad. ¿Vosotros matasteis al chico, verdad?

– ¿Todd Wilkes? -dijo Bell-. No. Se suicidó.

– Pero porque estaba enfermo a causa del toxafeno, ¿no es así? ¿Qué tenía, cáncer? ¿Lesiones hepáticas? ¿Daño cerebral?

– Quizá. No lo sé -pero la cara del sheriff indicaba que lo sabía muy bien.

– Pero Garrett no tuvo nada que ver con ello, ¿no?

– No.

– ¿Y qué es de esos hombres en la cabaña de los destiladores ilegales? ¿Los que atacaron a Mary Beth?

Bell asintió una vez más, torvo.

– Tom Boston y Lott Cooper. También estaban en esto, se ocupaban de probar las toxinas de Davett en las montañas donde hay menos población. Sabían que estábamos buscando a Mary Beth, pero cuando Lott la encontró supongo que postergaron darme la noticia hasta que se divirtieran un rato con ella. Y… sí, contratamos a Billy Stail para matarla, pero Garrett llegó antes de que pudiera hacerlo.

– Y me necesitabais para encontrarla. No para salvarla, sino para poder matarla y destruir las demás evidencias que pudiera haber encontrado.

– Después de que encontraras a Garrett y lo trajéramos de vuelta del molino, dejé la puerta de la cárcel abierta para que Culbeau y sus compinches pudieran, digamos, convencer a Garrett para que nos dijera donde estaba Mary Beth. Pero tu amiga fue y lo sacó antes de que llegara Culbeau.

Rhyme dijo:

– Y cuando encontré la cabaña, llamaste a Culbeau y los otros. Los enviaste allí a matarnos a todos.

– Lo lamento… se ha convertido en una pesadilla. No quería pero… así son las cosas.

– Un nido de avispas…

– Oh, sí, esta ciudad tiene unas cuantas avispas.

Rhyme sacudió la cabeza.

– Dime, ¿vale la pena destruir toda una ciudad por unos coches lujosos, unas enormes mansiones y una gran cantidad de dinero? Mira a tu alrededor, Bell. El del otro día era un funeral por un chico, pero no había niños en el cementerio. Amelia me dijo que casi no hay niños en la ciudad. ¿Sabes por qué? La gente es estéril.

– Es un riesgo pactar con el diablo -dijo Bell, secamente-. Pero, en lo que a mí respecta, la vida consiste en una compensación enorme entre riesgos y ganancias -miró a Rhyme durante un largo momento, caminó hacia la mesa. Se puso unos guantes de látex y tomó el frasco de toxafeno. Se acercó a Rhyme y lentamente comenzó a desenroscar el tapón.

* * *

Steve Farr condujo con brusquedad a Amelia Sachs hacia la puerta de atrás de la cárcel, con la pistola apoyada en la espalda de la mujer.

Steve cometía el error clásico de apoyar la boca del cañón del arma contra el cuerpo de la víctima. Le otorgaba a Sachs una posibilidad: cuando caminara hacia el exterior de la cárcel, sabría exactamente dónde estaba la pistola y podría darle un golpe con el codo. Si tenía suerte, Steve Farr dejaría caer el arma y ella correría a toda velocidad. Si pudiese llegar a Main Street encontraría testigos y Farr dudaría en disparar.

Él abrió la puerta de atrás.

Un haz de ardiente luz solar inundó la polvorienta cárcel. Sachs parpadeó. Una mosca zumbó alrededor de su cabeza.

Si Farr se mantenía justo detrás, apretando la pistola contra su piel, ella tendría una oportunidad…

– ¿Y ahora qué? -preguntó.