Ella se limitó a negar con la cabeza.
Nadie más habló y después de unos minutos, todos los que rodeaban la tumba se volvieron, disgregándose colina arriba por un sinuoso sendero. Antes de que rodearan la cima que llevaba a la zona de comidas campestres, el personal del cementerio había comenzó a rellenar la tumba con una excavadora. Cuando llegaron a la cima de la colina poblada de árboles, cerca del aparcamiento, Sachs respiraba con dificultad.
Recordó la voz de Lincoln Rhyme:
No es un mal cementerio. No me molestaría que me enterraran en un lugar así…
Se detuvo para enjugar el sudor de su rostro y recobrar el aliento; el calor de Carolina del Norte todavía resultaba inmisericorde. Sin embargo Garrett no pareció percibir la temperatura. Se adelantó corriendo y comenzó a sacar bolsas de alimentos del maletero del Bronco de Lucy.
No era exactamente ni el lugar ni el momento para hacer un picnic, pero Sachs supuso que la ensalada de pollo y el melón constituían una forma de recordar a los muertos tan buena como cualquier otra.
También el whisky escocés, por supuesto. Amelia buscó en varias bolsas de la compra, hasta encontrar finalmente la botella de Macallan de dieciocho años. Sacó el corcho que hizo un leve ruido.
– Ah, mi sonido favorito -dijo Rhyme.
Se acercaba en su silla de ruedas, conduciendo con cuidado por el césped desigual. La colina que descendía hasta la tumba era demasiado empinada para la Storm Arrow por lo que tuvo que esperar en la zona ajardinada.
Había observado desde la cima cómo enterraban las cenizas de los huesos que Mary Beth había encontrado en Blackwater Landing, los restos de la familia de Garrett.
Sachs sirvió el whisky en el vaso de Rhyme, equipado con una larga pajita y se sirvió un poco para ella. Todos los demás tomaban cerveza.
Rhyme dijo:
– El licor ilegal es realmente malo, Sachs. Evítalo a toda costa. Esto es mucho mejor.
Sachs miró a su alrededor:
– ¿Dónde está la mujer del hospital? ¿La cuidadora?
– ¿La señora Ruiz? -Murmuró Rhyme-. Es una inútil. Se fue. Me dejó en la estacada.
– ¿Se fue…? -comentó Thom-. La volviste loca. Sería lo mismo que si la hubieras despedido.
– Fui un santo -gruñó el criminalista.
– ¿Cómo anda tu temperatura? -preguntó Thom.
– Está bien -masculló Rhyme-. ¿Cómo anda la tuya?
– Probablemente un poco alta pero yo no tengo problemas de tensión.
– No, tienes un agujero de bala.
El ayudante insistió:
– Deberías…
– Te dije que estoy bien.
– …ubicarte más allá, en la sombra.
Rhyme gimió y se quejó del suelo inestable pero por fin se ubicó a la sombra, un poco más lejos.
Garrett colocaba con cuidado comida, bebida y servilletas sobre un banco bajo un árbol.
– ¿Cómo te va? -le preguntó Sachs a Rhyme en un susurro-. Y antes de que me gruñas a mí también, no te hablo del calor.
Él se encogió de hombros, emitiendo un gruñido silencioso con el cual quería decir: estoy bien.
Pero no estaba bien. Un estimulador del nervio frénico impulsaba corriente a su cuerpo para ayudar a sus pulmones a inhalar y exhalar. Odiaba el artefacto, se había librado de él hacía unos años, pero no había duda de que ahora lo necesitaba. Dos días antes, en la mesa de operaciones, Lydia Johansson había estado muy cerca de detener para siempre su respiración.
En la sala de espera del hospital, después de que Lydia se despidiera de Sachs y de Lucy, la pelirroja había notado que la enfermera desaparecía por la puerta que decía: NEUROCIRUGÍA. Sachs había preguntado:
– ¿No me dijiste que trabaja en oncología?
– Así es.
– ¿Entonces para qué entró allí?
– Quizá para saludar a Lincoln -sugirió Lucy.
Pero Sachs no creía que las enfermeras hicieran visitas de cortesía a pacientes a los que estaban a punto de operar.
Entonces pensó: Lydia sabría acerca de los nuevos diagnósticos de cáncer en pacientes de Tanner's Corner. Inmediatamente recordó que alguien había dado información a Bell sobre los pacientes con cáncer, las tres personas de Blackwater Landing que Culbeau y sus amigos mataron. ¿Quién mejor que una enfermera en el pabellón de oncología? Era un poco fantasioso, pero Sachs se lo mencionó a Lucy, quien cogió su móvil y realizó una llamada de emergencia a la compañía telefónica, cuyo departamento de seguridad hizo una búsqueda en sus registros, si bien apresurada y a vuelo de pájaro, de las llamadas telefónicas de Jim Bell. Había cientos de Lydia y para ella.
– ¡Lo va a matar! -gritó Sachs. Y las dos mujeres, una con el arma en la mano, irrumpieron en la sala de operaciones, escena digna de un episodio melodramático de la serie Urgencias, justo cuando la doctora Weaver iba a realizar la primera incisión.
Lydia se descontroló y antes de que la dos mujeres la detuvieran, al tratar de escapar, o de hacer lo que le había pedido Bell, arrancó el tubo de oxígeno de la garganta de Rhyme. A causa de ese trauma y de la anestesia, los pulmones de Rhyme dejaron de funcionar. La doctora Weaver lo revivió, pero luego su respiración no volvió a ser la de antes y tuvo que recurrir al estimulador.
Lo que resultaba bastante malo. Incluso peor, la doctora Weaver, para enfado y desagrado de Rhyme, se negaba a realizar nuevamente la operación antes de que transcurrieran al menos seis meses, hasta que las funciones respiratorias estuvieran normalizadas completamente. Lincoln trató de insistir, pero la cirujana se demostró tan obcecada como él.
Sachs sorbió más scotch.
– ¿Le contaste a Roland Bell lo de su primo? -preguntó Rhyme.
Ella asintió.
– Se lo tomó muy mal. Dijo que Jim era la oveja negra, pero que nunca hubiera creído que hiciera algo como lo que hizo. Está muy trastornado por la noticia -miró al noreste-. Mira -dijo-, por allí. ¿Sabes lo que es?
Tratando de seguir sus ojos, Rhyme preguntó:
– ¿Qué miras? ¿El horizonte? ¿Una nube? ¿Un avión? Acláramelo, Sachs.
– El pantano Great Dismal. Allí es donde está el lago Drummond.
– Fascinante -comentó Rhyme, con sorna.
– Está lleno de fantasmas -agregó ella, como una guía turística.
Lucy se acercó y vertió un poco de whisky en un vaso de papel. Lo probó. Luego hizo una mueca.