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– Es horrible. Sabe a jabón -abrió una Heineken.

Rhyme dijo:

– Cuesta ochenta dólares la botella.

– Jabón caro, entonces.

Sachs observó a Garrett mientras llenaba su boca de copos de maíz y luego corría por el pasto. Le preguntó a Lucy:

– ¿No tienes noticias del condado?

– ¿De los papeles para ser madre adoptiva? -preguntó Lucy. Luego negó con la cabeza-. Me rechazaron. No por ser soltera, no hay problema con eso, sino por mi trabajo. Soy policía. Trabajo muchas horas.

– ¿Ellos qué saben? -Rhyme frunció el entrecejo.

– No importa lo que saben -dijo Lucy-. Lo que importa es lo que hacen. Se va a ir con una familia de Hobeth. Buena gente. Los estudié muy bien.

Sachs no dudó de que lo había hecho.

– Pero nos vamos de excursión la semana próxima.

En las cercanías, Garrett cruzaba por el césped, al acecho de un espécimen.

Cuando Sachs se dio vuelta, vio que Rhyme la estaba observando mientras ella miraba al muchacho.

– ¿Qué? -le preguntó, frunciendo el ceño ante su expresión tímida.

– Si tuvieras que decirle algo a una silla vacía, Sachs, ¿qué le dirías?

Ella vaciló un instante:

– Creo que eso me lo quedo para mí por el momento, Rhyme.

De repente, Garrett soltó una fuerte carcajada y empezó a correr por el césped. A través del aire polvoriento perseguía un insecto, que no hacía caso de su perseguidor. El chico lo alcanzó y con los brazos extendidos, hizo ademán de cogerlo y se cayó al suelo. Un rato después se levantó, mirando a sus manos unidas y caminando hacia los bancos del picnic.

– Adivinad lo que he encontrado -gritó.

– Ven a enseñárnoslo -dijo Amelia Sachs-. Quiero verlo.

Jeffery Deaver

***