Comenzó su examen siguiendo el modelo de cuadrícula, recorriendo el suelo en franjas paralelas muy próximas, de la misma forma en que se corta el césped, metro a metro; luego yendo perpendicularmente y caminando por el mismo espacio otra vez.
– Hablame, Sachs, hablame.
– Es un lugar horripilante, Rhyme.
– ¿Horripilante? -refunfuñó-. ¿Qué diablos significa «horripilante»?
A Lincoln Rhyme no le gustaban las observaciones imprecisas. Le gustaban los adjetivos duros y específicos como frío, barroso, azul, verde, agudo. Incluso cuando ella comentaba que algo era «grande» o «pequeño» se quejaba («Dime centímetros o milímetros, Sachs, o no me digas nada»). Amelia Sachs examinaba las escenas de crimen armada con un Glock 10, guantes de látex y una cinta métrica Stanley.
Bueno, pensó, yo me siento muy horrorizada. ¿Eso no significa algo?
– Ha pegado unos pósters. De las películas Alien. Y de Starship Troopers de esos bichos gigantes que atacan a la gente. También ha hecho algunos dibujos. Son violentos. El lugar es asqueroso. Restos de comida, muchos libros, ropas, los bichos en los tarros. No hay mucho más.
– ¿Las ropas están sucias?
– Sí. Tengo una buena, un par de pantalones, bien manchados. Los ha usado mucho; deben tener una tonelada de indicios en ellos. Y tienen dobladillo. Suerte para nosotros, la mayoría de los chicos de su edad sólo usan vaqueros -los dejó caer en una bolsa de plástico para pruebas.
– ¿Camisas?
– Sólo camisetas -dijo-. Nada con bolsillos. -A los criminalistas les encantan los dobladillos y los bolsillos; contienen todo tipo de claves útiles-. Tengo un par de cuadernos aquí, Rhyme, pero Jim Bell y los otros policías ya los deben de haber examinado.
– No supongas nada del trabajo en la escena del crimen de nuestros colegas -dijo Rhyme con ironía.
– Aquí están.
Ella comenzó a pasar las páginas.
– No son diarios. No hay mapas. Nada de secuestros… Hay sólo dibujos de insectos… imágenes de los que tiene en los terrarios.
– ¿Algún dibujo de chicas, de mujeres jóvenes? ¿Algo sado-sexual?
– No.
– Trae todo. ¿Qué me dices de los libros?
– Hay cerca de cien. Textos escolares, libros de animales, de insectos… Espera tengo algo aquí, un anuario de la escuela secundaria de Tanner's Corner. Tiene seis años.
Rhyme hizo una pregunta a alguien que estaba con él. Siguió con la comunicación telefónica.
– Jim dice que Lydia tiene veintiséis años. Debería haber terminado la escuela hace ocho años. Pero busca la página de la chica McConnell.
Sachs buscó en la M.
– Sí. La foto de Mary Beth ha sido recortada con una hoja filosa de algún tipo. Definitivamente, el chico concuerda con el perfil de un cazador al acecho.
– No estamos interesados en perfiles. Estamos interesados en las pruebas. De los otros libros, los que están en los estantes, ¿cuáles son los más leídos?
– ¿Cómo puedo yo…?
– Suciedad en las páginas -soltó Rhyme con impaciencia-. Comienza con los que están más cerca de su cama. Trae cuatro o cinco de ellos.
Eligió los cuatro que tenían las páginas más ajadas: The Enthomologist's Handbook, The Field Guide to Insects of North Carolina, Water Insects ofNorth America, The Mi-niature World[3].
– Los tengo, Rhyme. Hay muchos pasajes marcados. Asteriscos en algunos de ellos.
– Bien. Tráelos. Pero debe haber algo más específico en el cuarto.
– No puedo encontrar nada.
– Sigue mirando, Sachs. Tiene dieciséis años. Tú conoces los casos de delincuentes juveniles en los que hemos trabajado. Los cuartos de los adolescentes son el centro de su universo. Comienza a pensar como alguien de dieciséis años. ¿Dónde esconderías cosas?
Ella miró bajo el colchón, dentro y debajo de los cajones del escritorio, en el armario, bajo las almohadas grisáceas. Luego iluminó con la linterna entre la pared y la cama.
– Encontré algo aquí, Rhyme… -dijo.
– ¿Qué?
Encontró una masa de apretados Kleenex y un pote de crema Vaselina de Cuidado Intensivo. Examinó uno de los kleenex. Estaba manchado con lo que parecía semen seco.
– Docenas de toallitas de papel bajo la cama. Parece un chico activo con su mano derecha.
– Tiene dieciséis años -dijo Rhyme-. Resultaría poco usual que no lo fuera. Pon una en la bolsa. Podríamos necesitar su ADN.
Sachs encontró más cosas bajo la cama: un marco barato en el que había pintado toscas imágenes de insectos: hormigas, avispas y cucarachas. Dentro había montado la foto recortada del anuario de Mary Beth McConnell. También había un álbum con una docena de otras fotos de Mary Beth. Eran candidas. La mayoría de ellas mostraban a la joven en lo que parecía ser un campus universitario o caminando por la calle de una pequeña ciudad. Dos la mostraban en bikini en un lago. En ambas se agachaba y la foto enfocaba su escote. Sachs le contó a Rhyme lo que había encontrado.
– La chica de sus sueños -musitó Rhyme-. Sigue.
– Creo que debería guardarlas en una bolsa y concentrarnos en la escena primaria.
– En un minuto o dos, Sachs. Recuerda, fue idea tuya, como buena samaritana, y no mía.
Al oírlo, Sachs se enfadó.
– ¿Qué quieres? -preguntó acaloradamente-. ¿Quieres que busque huellas digitales? ¿Qué aspire cabellos?
– Por supuesto que no. No buscamos pruebas para el fiscal de distrito que podamos presentar en un juicio, lo sabes. Todo lo que necesitamos es algo que nos dé una idea de dónde puede haber llevado a las chicas. No las va a traer de vuelta a casa. Tiene un lugar que ha preparado justo para ellas. Y ha estado allí anteriormente para dejarlo listo. Puede que sea joven y raro pero todavía huele a delincuente organizado. Aun si las muchachas están muertas, apuesto a que les eligió tumbas agradables y cómodas.
A pesar de todo el tiempo que habían trabajado juntos, a Sachs todavía le molestaba la insensibilidad de Rhyme. Sabía que formaba parte de la esencia de un criminalista, era el distanciamiento que se debe tener del horror del crimen, pero le resultaba duro. Quizá porque reconocía que tenía la misma capacidad para esa frialdad dentro de sí, esa separación anestesiante que los mejores investigadores de la escena del crimen deben encender como un interruptor de luz, una separación que en ocasiones Sachs temía que pudiera enmudecer su corazón irreparablemente.