– Es una forma de decirlo -apostilló Sachs, que obviamente compartía con Rhyme una sensación de intranquilidad ante la ciudad vacía.
La calle principal consistía en una gastada franja de viejos edificios y dos pequeños centros comerciales. Rhyme observó dos supermercados, dos farmacias, dos bares, un restaurante, una tienda de ropas femeninas, una compañía de seguros y una combinación de tienda de vídeos, golosinas y manicura. El concesionario de coches A-OK estaba embutido entre un banco y una proveedora de artículos marinos, todos vendían cebo. Una valla publicitaria anunciaba un McDonald's a 10 kilómetros por la ruta 17. Otra mostraba una pintura, descolorida por el sol, de los buques de la Guerra Civil Monitor y Merrimack. «Visite el Museo Ironclad». Había que recorrer treinta y cinco kilómetros para ver esa atracción.
A medida que Rhyme absorbía todos esos detalles de la vida de una pequeña ciudad, se daba cuenta con desaliento de cuan desubicado como criminalista se encontraba en ese lugar. Podía analizar con éxito las pruebas en Nueva York porque había vivido allí durante muchos años. Había desmenuzado la ciudad caminado por sus calles, estudiado su historia y flora y fauna, pero en Tanner's Corner y sus alrededores no conocía nada del suelo, del aire, del agua, nada de los hábitos de los residentes, los coches que les gustaban, las casas en las que vivían, las industrias que los empleaban, los anhelos que los motivaban.
Rhyme recordó haber trabajado para un detective veterano en el Departamento de Policía de Nueva York (NYPD) cuando era un recluta novato. El hombre había sermoneado a sus subordinados:
– Que alguien me diga: ¿qué significa la expresión «como un pez fuera del agua»?
El joven oficial Rhyme había contestado:
– Significa: fuera de su elemento. Confundido.
– Sí, bien, ¿y qué pasa cuando un pez está fuera del agua? -soltó irritado el viejo policía canoso-. No se quedan confundidos. Quedan jodidamente muertos. La mayor amenaza individual que enfrenta un investigador es la falta de familiaridad con su medio. Recordadlo.
Thom aparcó la furgoneta y cumplió con el ritual de bajar la silla de ruedas. Rhyme sopló en el controlador de la Storm Arrow y rodó hacia la empinada rampa del edificio del condado, que había sido añadida, sin duda con pocas ganas, al ponerse en vigencia la ley sobre americanos con discapacidades.
Tres hombres en ropa de trabajo y con fundas para navajas en sus cinturones salieron por la puerta lateral de la oficina del sheriff al lado de la rampa. Caminaron hacia un Chevy Suburban color granate.
El más delgado de los tres dio un codazo al más grande, un hombre enorme con una coleta trenzada y barba, y señaló con la cabeza a Rhyme. Entonces sus ojos -casi al unísono- escudriñaron el cuerpo de Sachs. El grandote captó el cuidado cabello, el físico ligero, las ropas impecables y el arete dorado de Thom. Con un rostro inexpresivo susurró algo al tercero del trío, un hombre que parecía un comerciante conservador del Sur. Se encogió de hombros. Perdieron interés en los visitantes y se subieron al Chevy.
Pez fuera del agua…
Bell, que caminaba al lado de la silla de Rhyme, notó su mirada.
– Ese es Rich Culbeau, el grandote. Y sus compinches. Sean O'Sarian -el flacucho- y Harris Tomel. Culbeau no es ni la mitad de problemático de lo que parece. Le gusta hacerse el patán pero generalmente no da trabajo.
O'Sarian les devolvió la mirada desde el asiento de pasajeros, si bien Rhyme no pudo saber si estaba mirando a Thom o a Sachs.
El sheriff se encaminó hacia el edificio. Tuvo que manipular la puerta que estaba al final de la rampa para discapacitados; la pintura la había dejado trabada.
– No hay muchos inválidos por aquí -observó Thom. Luego le preguntó a Rhyme-. ¿Cómo te encuentras?
– Estoy bien.
– No lo parece. Estás pálido. Te tomaré la tensión en cuanto estemos dentro.
Entraron al edificio. Databa de cerca de 1950, evaluó Rhyme. Pintadas de un verde institucional, las salas estaban decoradas con dibujos de dedos de una clase de primaria, fotografías de Tanner's Corner a través de su historia y una media docena de avisos de empleo para trabajadores del condado.
– ¿Esto estará bien? -preguntó Bell, abriendo una puerta-. La usamos para el almacenamiento de pruebas pero ahora estamos sacando todo eso y poniéndolo en el sótano.
Una docena de cajas se alineaban en las paredes. Un oficial se esforzaba en mover un enorme televisor Toshiba para sacarlo del cuarto. Otro llevaba dos cajas de botellas de zumo llenas de un líquido claro. Rhyme las miró. Bell se rió. Dijo:
– Todo esto resume la típica actividad delictiva en Tanner's Corner: robar artículos de electrónica y destilar alcohol ilegalmente.
– ¿Eso es licor? -preguntó Sachs.
– Auténtico. Con treinta días de añejamiento.
– ¿De la marca Ocean Spray?
Preguntó Rhyme con ironía, mirando las botellas.
– Es el envase favorito de los destiladores, a causa de su ancha boca. ¿Le gusta beber?
– Sólo whisky.
– Siga así. -Bell señaló con la cabeza las botellas que el oficial sacaba por la puerta-. Los federales y la oficina de impuestos se preocupan por sus ingresos. Nosotros nos preocupamos porque perdemos ciudadanos. Esta partida no es demasiado mala. Pero gran parte del licor destilado ilegalmente está mezclado con formaldehído, diluyente de pinturas o fertilizante. Perdemos a dos ciudadanos por año debido a malas partidas.
– ¿Por qué se suele llamar «moonshine» al alcohol ilegal? -preguntó Thom.
Bell contestó:
– Porque solían hacerlo por las noches en lugares abiertos bajo la luz de la luna llena, de manera que no necesitaban linternas y, como supondrá, para no atraer a los funcionarios.
– Ah -dijo el joven, cuyas preferencias, sabía Rhyme, se decantaban por los St Emilion, Pomerol y borgoñas blancos.
Rhyme examinó el cuarto.
– Necesitaremos más energía eléctrica. -Señaló con la cabeza el único enchufe de la pared.
– Podemos instalar algunos cables -dijo Bell-. Haré que alguien se ocupe de ello.
Envió a un policía con este encargo y luego explicó que había llamado al laboratorio de la policía estatal de Elizabeth City y había hecho un pedido urgente del equipo forense que Rhyme quería. Los elementos llegarían en una hora. Rhyme se dio cuenta de que para el condado Paquenoke eso era actuar a la velocidad del rayo y percibió una vez más la urgencia del caso.
En el caso de un secuestro sexual generalmente se tienen veinticuatro horas para encontrar a la víctima; después, ésta se deshumaniza a los ojos del secuestrador, que puede matarla sin darle importancia al hecho.