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Los últimos días, había empezado a pensar si no estaría enferma. Pero cuando uno estaba enfermo, le daba fiebre y se ponía muy caliente. Su madre, en cambio, estaba totalmente fría. Y olía raro. Él tenía que taparse la nariz por las noches cuando se acostaba a su lado. Además, tenía algo pringoso. No sabía qué era, pero si se había manchado, sería porque se había levantado mientras él dormía. Quizá se despertase otra vez.

Él se pasaba los días enteros jugando. Sentado en su habitación, con el suelo lleno de juguetes. Además, sabía cómo se ponía la tele. Había que pulsar el botón grande. A veces daban dibujos. Le gustaba verlos, después de haber pasado todo el día solo.

Pero su madre se enfadaría cuando viera lo desordenado que estaba todo. Tenía que arreglar aquello, pero tenía tanta hambre, tantísima hambre.

Había mirado de reojo el teléfono en varias ocasiones. E incluso había cogido el auricular y había oído el pi-pi-pi. Pero ¿a quién iba a llamar? No sabía el número de nadie. Y allí nadie llamaba nunca.

Además, mamá no tardaría en despertarse. Se levantaría y se bañaría y eliminaría aquel hedor extraño que lo mareaba. Y volvería a oler a mamá.

Con el estómago dando alaridos de hambre, subió a la cama y se acurrucó a su lado. El olor le picaba en la nariz, pero él siempre dormía al lado de su madre porque, si no, no conseguía conciliar el sueño.

Se tapó y tapó también a su madre con la manta. Al otro lado de la ventana caía la noche.

Gösta se levantó al oír que llegaban Patrik y Paula. En la comisaría reinaba el abatimiento. Todos se sentían impotentes. Necesitaban algo concreto a lo que aferrarse para seguir avanzando.

– Reunión en la cocina dentro de tres minutos -anunció Patrik antes de entrar en su despacho.

Gösta entró y se acomodó en su lugar favorito, junto a la ventana. Cinco minutos después, empezaron a llegar los demás. Patrik llegó el último. Se colocó de espaldas a la encimera y se cruzó de brazos.

– Como todos sabéis, han encontrado muerto a Christian esta mañana. En el punto en que nos encontramos, no podemos decir si estamos ante un asesinato o si se trata de un suicidio. Tendremos que esperar los resultados de la autopsia. He hablado con Torbjörn y, por desgracia, él tampoco tenía mucho que aportar. Sin embargo, creía poder afirmar que no se había producido ningún enfrentamiento.

Martin levantó la mano.

– ¿Y huellas de pisadas? ¿Algo que indique que Christian no estaba solo cuando murió? Si había nieve en los peldaños, quizá podamos sacarlas.

– Sí, ya se lo pregunté -dijo Patrik-. Pero, por una parte, resultaría difícil decir cuándo se produjeron las pisadas; por otra, el viento había barrido la nieve de los peldaños. Pero han conseguido unas cuantas huellas dactilares, sobre todo, de la barandilla y, naturalmente, las analizarán. Tendremos que esperar unos días para tener esos resultados. -Se dio media vuelta, se sirvió un vaso de agua y bebió varios tragos-. ¿Alguna novedad durante la ronda por el vecindario?

– No -respondió Martin-. Hemos llamado prácticamente a todas las puertas de la parte baja del pueblo, pero parece que nadie ha visto nada.

– Tenemos que ir a casa de Christian, inspeccionarla a fondo y ver si encontramos algo que indique que se vio allí con el asesino.

– ¿El asesino? -preguntó Gösta-. O sea que tú crees que es asesinato y no suicidio.

– Ahora mismo no sé qué creer -contestó Patrik pasándose la mano por la frente con gesto cansado-. Pero propongo que partamos de la base de que también a Christian lo asesinaron. Al menos, hasta que tengamos algo más. -Se volvió hacia Mellberg-: ¿Tú qué opinas, Bertil?

Siempre facilitaba las cosas fingir que interesaba la participación del jefe.

– Desde luego, es lo más sensato -respondió Mellberg.

– Otra cosa, tendremos que habérnoslas con la prensa. En cuanto se enteren de esto, se centrarán en ello. Y creo que lo más recomendable es que nadie hable directamente con la prensa, sino que debéis remitírmela.

– En ese punto, me temo que debo protestar -intervino Mellberg-. Como jefe de esta comisaría, debo hacerme cargo de una faceta tan importante como las relaciones con la prensa.

Patrik sopesó las alternativas. Dejar que Mellberg hablase sin ton ni son con la prensa era una pesadilla. Pero intentar convencerlo exigiría demasiada energía.

– Bien, entonces, tú te encargarás de los contactos con la prensa pero, si me permites un consejo, yo creo que habría que decir el mínimo indispensable, dadas las circunstancias.

– Claro, no te preocupes. Dada mi experiencia, soy capaz de manejarlos con el dedo meñique -dijo Mellberg repantigándose en la silla.

– Paula y yo hemos estado en Trollhättan, como seguramente sabréis.

– ¿Habéis averiguado algo? -preguntó Annika con expectación.

– Todavía no lo sé, pero creo que vamos por buen camino, de modo que seguiremos indagando. -Tomó otro trago de agua. Había llegado el momento de contarles a los compañeros aquello que tanto le había costado digerir a él.

– Pero ¿qué habéis sacado en claro? -insistió Martin tamborileando con un bolígrafo en la mesa. Una mirada de Gösta y Martin paró enseguida.

– Según las investigaciones de Annika, Christian se quedó huérfano de pequeño. Vivía solo con su madre, Anita Thydell, y era hijo de padre desconocido. De acuerdo con los datos de los servicios sociales, vivían muy aislados, y había épocas en que a Anita le costaba mucho hacerse cargo del niño, a causa de una enfermedad psíquica combinada con consumo de alcohol y fármacos. Estaban pendientes de la familia, tras varias denuncias de los vecinos. Pero, al parecer, se las arreglaron siempre para ir a su casa cuando Anita tenía la situación bajo control. Al menos, esa fue la explicación que nos dieron sobre la inhibición de las autoridades. Y que eran otros tiempos -añadió sin poder evitar un tono irónico-. Un día, cuando Christian tenía tres años, uno de los inquilinos del edificio avisó al propietario de que salía un olor apestoso del apartamento de Anita. El propietario entró con la llave maestra y encontró a Christian solo, con la madre muerta. Probablemente llevaba muerta una semana, y Christian sobrevivió comiendo lo que había en casa y bebiendo agua del grifo. Pero al parecer, la comida se acabó al cabo de unos días, porque cuando llegaron la Policía y el personal sanitario, estaba muerto de hambre y exhausto. Lo encontraron tumbado, encogido junto al cuerpo de su madre, medio inconsciente.

– Por Dios bendito -dijo Annika con los ojos llenos de lágrimas. También Gösta parpadeaba intentando contener el llanto, y a Martin se le había demudado la cara y tragaba saliva para aplacar las náuseas.

– Pues sí. Y, por desgracia, los problemas de Christian no acabaron ahí. No tardaron en enviarlo a una casa de acogida, con un matrimonio llamado Lissander. Paula y yo hemos estado hablando con ellos hoy.

– Christian no pudo tenerlo fácil con ellos -continuó Paula serenamente-. Si he de ser sincera, tuve la impresión de que la señora Lissander no estaba del todo bien.

A Gösta se le encendió una bombilla. Lissander. ¿Dónde había oído antes ese nombre? Lo asociaba con Ernst Lundgren, el viejo colega al que despidieron de la comisaría. Gösta se esforzaba por recordar y se planteó si decir que el nombre le resultaba familiar, pero al final decidió esperar hasta que le viniera a la cabeza.