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Patrik observó a aquel hombre menudo que tenía delante. Pensaba hacer lo que le había dicho, desde luego, pensaba hablar con el personal de la residencia. Pero también sabía que lo que decía el padre de Alice era verdad. Ella no era la mujer que buscaban. De modo que se encontraban otra vez en la casilla número uno.

– Tengo algo importante que comunicaros. -Mellberg interrumpió a Patrik precisamente cuando este iba a dar cuenta de la nueva información-. Voy a pasar a trabajar media jornada durante un tiempo. Me he dado cuenta de que ejerzo mi liderazgo con tal maestría que ya puedo confiaros ciertas tareas. Mis conocimientos y mi experiencia son más necesarios en otros ámbitos.

Todos se quedaron mirándolo atónitos.

– Ha llegado la hora de que apueste por el principal recurso de este pueblo. La próxima generación. Aquellos que nos traerán el futuro -dijo Mellberg metiendo los dedos por los tirantes que sujetaban el pantalón.

– ¿Piensa trabajar en un centro juvenil? -le susurró Martin a Gösta, que se encogió de hombros sin más respuesta.

– Además, también es importante dar una oportunidad a las mujeres. Y a la minoría extranjera. -Al decir esto, miró a Paula-. Sí, bueno, tú y Johanna lo habéis tenido bastante difícil para organizaros con la baja maternal. Y el chico necesita un modelo masculino potente desde el principio. Así que trabajaré media jornada, la dirección me ha dado permiso, y le dedicaré al muchacho el resto del tiempo.

Mellberg miró a su alrededor como si esperase una salva de aplausos, pero en torno a la mesa solo reinaban el silencio y la perplejidad. Y la más perpleja de todos era Paula. Para ella sí que era una novedad, pero cuanto más lo pensaba, mejor le parecía. Johanna podría empezar a trabajar otra vez y ella podría combinar el trabajo con la baja maternal. Por otro lado, no podía negar que Mellberg tenía buena mano con Leo. Hasta el momento, se había portado como un excelente canguro, salvo quizá el día que le puso el pañal con cinta adhesiva.

Patrik no pudo por menos de estar de acuerdo, una vez que se hubieron recuperado del asombro. En realidad, aquello significaba que, en lo sucesivo, Mellberg pasaría en la comisaría la mitad del tiempo. Lo que no podía considerarse perjudicial, desde luego.

– Una iniciativa excelente, Mellberg. Sería estupendo que hubiera más personas que pensaran como tú -declaró con vehemencia-. Y, dicho esto, yo pensaba volver a la investigación. Ha habido novedades.

Informó sobre su segundo viaje con Paula a Trollhättan, sobre la conversación con Ragnar Lissander y su visita a Alice.

– ¿No existe la menor duda de que es inocente? -preguntó Gösta.

– No. He estado hablando con el personal y tiene la capacidad de raciocinio de un niño.

– Figúrate, vivir toda tu vida sabiendo que le has hecho algo así a tu hermana -dijo Annika.

– Desde luego, y no debía de facilitarle las cosas el hecho de que su hermana sintiera adoración por él -apuntó Paula-. Debió de ser una carga insoportable para él. Si es que llegó a darse cuenta de lo que había hecho.

– Nosotros también tenemos algo que contar. -Gösta carraspeó un poco y miró a Martin de reojo-. Me resultaba familiar el nombre de Lissander, pero no lograba recordar en relación a qué lo había oído. Y tampoco estaba del todo seguro. Ya no puede uno confiar en esta cafetera que tengo por cabeza -dijo señalándose la sien.

– Ya, ¿y? -preguntó Patrik impaciente.

Gösta volvió a mirar a Martin de reojo.

– Pues sí, resulta que cuando volvíamos de ver a Kenneth Bengtsson, que, por cierto, se empeña en afirmar que no sabe nada y que nunca ha oído ese apellido, empecé a preguntarme por qué lo asociaba a Ernst. Así que fuimos a su casa.

– ¿Que habéis ido a casa de Ernst? -preguntó Patrik-. Pero ¿por qué?

– Escucha a Gösta y ya verás -dijo Martin. Patrik guardó silencio.

– Pues sí, veréis, le expliqué el problema y Ernst cayó enseguida.

– ¿En qué cayó? -preguntó Patrik con sumo interés.

– En dónde había oído yo el apellido Lissander -respondió Gösta-. Resulta que vivieron aquí un tiempo.

– ¿Quiénes? -dijo Patrik desconcertado.

– El matrimonio Lissander, Iréne y Ragnar. Con los niños, Christian y Alice.

– Pero… eso es imposible -afirmó Patrik meneando la cabeza-. Entonces ¿cómo es que nadie reconoció a Christian? Eso no puede ser.

– Que sí, que nadie lo reconoció -dijo Martin-. Al parecer, su madre adoptiva había heredado; Christian era muy obeso de pequeño. Quítale sesenta kilos y añade veinte años y unas gafas, seguro que resulta difícil creer que se trate de la misma persona.

– ¿De qué conocía Ernst a la familia? ¿Y de qué la conocías tú? -quiso saber Patrik.

– A Ernst le gustaba Iréne. Al parecer, se liaron en una fiesta y, a partir de entonces, aprovechaba cualquier ocasión para pasar por su casa. Así que fuimos allí más de una vez.

– ¿Dónde vivían? -preguntó Paula.

– En una de las casas que hay al lado del salvamento marítimo.

– ¿En Badholmen? -preguntó Patrik.

– Sí, muy cerca. La casa era de la madre de Iréne. Una verdadera arpía, por lo que he oído decir de ella. Madre e hija pasaron muchos años sin hablarse, pero cuando aquella murió, Iréne heredó la casa y la familia se mudó de Trollhättan.

– ¿Y sabe Ernst por qué volvieron a mudarse? -preguntó Paula.

– No, no tenía ni idea. Pero al parecer, fue una decisión repentina.

– Ya, pues en ese caso, Ragnar no nos lo ha contado todo -dijo Patrik. Empezaba a estar harto de tantos secretos, de que todo el mundo se callase lo que sabía. Si todos hubiesen colaborado, ya hacía tiempo que habrían resuelto el caso.

– Buen trabajo -dijo mirando a Gösta y a Martin-. Mantendré otra charla con Ragnar Lissander. Debe de haber otra razón para que no mencionase que habían vivido en Fjällbacka. Debía de saber que era cuestión de tiempo que lo averiguáramos.

– Pero eso no responderá a la pregunta de quién es la mujer a la que buscamos. Me inclino a creer que es alguien de la época que Christian pasó en Gotemburgo, después de que se mudara de casa y hasta que volvió a Fjällbacka con Sanna. -Martin pensaba en voz alta.

– Me pregunto por qué volvió aquí -intervino Annika.

– Tenemos que indagar más a fondo el período que Christian pasó en Gotemburgo -asintió Patrik-. Por ahora, solo conocemos a tres mujeres que hayan tenido relación con éclass="underline" su madre biológica, Iréne y Alice.

– ¿Y no podría ser Iréne? Ella debería tener motivos para vengarse de Christian, teniendo en cuenta lo que le hizo a Alice -intervino Martin.

Patrik guardó silencio un instante, pero luego meneó la cabeza despacio.

– Sí, yo también había pensado en ella y todavía no podemos descartarla, pero no lo creo. Según Ragnar, ella nunca supo lo que había ocurrido. Y aunque lo supiera, ¿qué motivo tendría para atacar también a Magnus y a los demás?

Recordó el encuentro con aquella mujer tan desagradable en la casa de Trollhättan. Y el desprecio que destilaban sus comentarios sobre Christian y su madre. Y, de repente, se le ocurrió una idea. Eso era, sí, eso era lo que había estado rondándole por la cabeza desde la segunda vez que hablaron con Ragnar, eso era lo que no encajaba. Patrik cogió el móvil y se apresuró a marcar el número. Todos lo miraban perplejos, pero él levantó el dedo para indicarles que debían guardar silencio.

– Hola, soy Patrik Hedström, quería hablar con Sanna. De acuerdo, lo comprendo, pero ¿podrías ir a preguntarle una cosa? Es importante. Pregúntale si el vestido azul que encontró en el desván le habría estado bien a ella.

»Sí, ya sé que suena extraño, pero sería de gran ayuda si le preguntaras. Gracias.