Patrik aguardó y, al cabo de unos minutos, la hermana de Sanna volvió al auricular.
– Ajá… Bien, muchas gracias. Y saludos a Sanna. -Patrik colgó pensativo.
»El vestido azul es de la talla de Sanna.
– ¿Y qué? -preguntó Martin, expresando lo que pensaban todos.
– Es un tanto extraño, teniendo en cuenta que su madre pesaba ciento cincuenta kilos. Ese vestido debía de pertenecer a otra persona. Christian le mintió a Sanna cuando le dijo que era de su madre.
– ¿Podría ser de Alice? -preguntó Paula.
– Sí, podría ser, pero no lo creo. En la vida de Christian ha existido otra mujer.
Erica miraba el reloj. Al parecer, a Patrik se le había presentado un día complicado. No sabía nada de él desde que salió aquella mañana, pero no quería molestarlo llamando por teléfono. La muerte de Christian habría provocado un caos en la comisaría, seguramente. Bueno, ya llegaría.
Esperaba que no siguiera enfadado con ella. Nunca lo había estado de verdad hasta ahora, y lo último que quería era decepcionarlo o entristecerlo.
Erica se pasó la mano por la barriga. Parecía crecer sin control y a veces era tal la angustia que sentía ante todo lo que se le venía encima que se le cortaba la respiración. Al mismo tiempo, se moría de ganas. Eran tantos sentimientos encontrados. Alegría y preocupación, pánico y expectación, un lío fenomenal.
Y lo mismo debía de sentir Anna. Tenía remordimientos por no haber estado pendiente de cómo se encontraba su hermana. Estaba tan ocupada consigo misma… Después de todo lo que había ocurrido con Lucas, el que fue marido de Anna y padre de sus dos hijos, el embarazo de otro hombre debía de removerle un sinfín de sentimientos. Erica se avergonzaba de lo egoísta que había sido hablando solo de sí misma y de sus cosas, de sus miedos. Llamaría a Anna al día siguiente para proponerle que se tomaran un café o que salieran a dar un paseo. Así tendrían tiempo de hablar tranquilamente.
Maja se acercó y se le subió a las piernas. Parecía cansada, a pesar de que no eran más que las seis y hasta las ocho no era hora de acostarse.
– ¿Y papá? -preguntó Maja pegando la mejilla a la barriga de Erica.
– Sí, papá no tardará en llegar -dijo Erica-. Pero tú y yo tenemos hambre, así que vamos a prepararnos algo de cenar. ¿O a ti qué te parece, cariño? ¿Vamos a cenar las chicas solas?
Maja asintió.
– ¿Salchicha y macarrones? ¿Con montones de kétchup?
Maja asintió de nuevo. Desde luego, mamá sabía preparar una cena solo para chicas.
– ¿Cómo debemos proceder? -dijo Patrik acercando su silla a la de Annika.
Fuera la noche estaba como boca de lobo y todos deberían haberse ido a casa hacía mucho, pero nadie hizo amago siquiera de dirigirse a la puerta. Salvo Mellberg, que se había marchado silbando hacía un cuarto de hora.
– Empezaremos por los registros libres. Pero dudo de que encontremos nada. Ya los revisé cuando estuve indagando sobre el pasado de Christian y me extrañaría mucho que se me hubiera pasado nada por alto. -Annika parecía estar disculpándose y Patrik le puso la mano en el hombro.
– Ya sé que eres la minuciosidad en persona, pero a veces se nos pasan las cosas. Si los miramos juntos, puede que veamos algo que nos haya pasado inadvertido antes. Creo que Christian debió de vivir con una mujer mientras estuvo en Gotemburgo o, al menos, tuvo una relación con ella. Y quizá podamos dar con algún dato que nos ponga sobre su pista.
– Sí, claro, la esperanza es lo último que se pierde -dijo Annika girando la pantalla para que Patrik también la viera-. Ningún matrimonio anterior, ¿lo ves?
– ¿Hijos?
Annika tecleó rápidamente y señaló la pantalla.
– No, no figura como padre de más niños que Melker y Nils.
– Joder. -Patrik se pasó la mano por el pelo-. Bueno, puede que esto sea un absurdo. No sé por qué creo que se nos ha escapado algo. Pero seguramente las respuestas no están en estos registros.
Se levantó y se dirigió a su despacho, donde se quedó un buen rato absorto mirando la pared. El teléfono vino a sacarlo bruscamente de sus cavilaciones.
– Aquí Patrik Hedström. -Respondió sin entusiasmo alguno, pero cuando el hombre cuya voz resonó en el auricular se presentó y le explicó el motivo de su llamada, se irguió enseguida en la silla. Veinte minutos más tarde salía corriendo hacia la recepción y le gritaba a Annika:
– ¡Maria Sjöström!
– ¿Maria Sjöström?
– Christian tuvo una pareja en Gotemburgo. Maria Sjöström.
– ¿Y cómo sabes…? -preguntó Annika, pero Patrik no le hizo el menor caso.
– Y hay un niño, Emil Sjöström. O lo había, mejor dicho.
– ¿Qué quieres decir?
– Están muertos. Tanto Maria como Emil. Y hay una investigación de asesinato que se inició y está estancada.
– Pero ¿qué pasa? -Martin apareció apresuradamente al oír a Patrik, que lo llamó a gritos desde el puesto de Annika. También Gösta apareció a una velocidad nunca vista. Todos se agolparon en la entrada de la recepción.
– Acabo de hablar con un hombre llamado Sture Bogh. Es comisario jubilado de Gotemburgo. -Patrik hizo una pausa artística antes de proseguir-. Había leído las noticias sobre Christian y las amenazas y reconoció el nombre de uno de los casos que él llevaba. Y cree que posee información que podría sernos de utilidad.
Patrik dio cuenta de la conversación con el viejo comisario. Habían transcurrido muchos años, pero Sture Bogh no había podido olvidar la tragedia y puso a su disposición todos los datos relevantes de la investigación.
Aquello causó impacto. Todos estaban boquiabiertos.
– ¿Pueden enviarnos el material? -preguntó Martin ansioso.
– Bueno, ha pasado mucho tiempo. Yo creo que no será fácil -respondió Patrik.
– No perdemos nada por intentarlo -dijo Annika-. Aquí tengo el número de Gotemburgo.
Patrik lanzó un suspiro.
– Mi mujer se va a pensar que me he largado a Río de Janeiro con una rubia exuberante si no vuelvo pronto…
– Pues llama primero a Erica y luego intentamos localizar a alguien en la comisaría de Gotemburgo.
Patrik se rindió. Nadie parecía dispuesto a irse a casa y él tampoco quería dar el día por terminado hasta haber hecho todo lo posible.
– De acuerdo, pero ya podéis buscaros algo que hacer mientras llamo, no quiero tanto público.
Cogió el teléfono, entró en su despacho y cerró la puerta. Erica fue comprensiva. Maja y ella habían cenado solas y él casi se echa a llorar por lo mucho que las añoraba. No recordaba haber estado nunca tan cansado como ahora. Respiró hondo y marcó el número de Gotemburgo que le había dado Annika.
No se dio cuenta de que alguien le hablaba al otro lado del hilo telefónico. «¿Hola?», sonaba la voz, y Patrik se sobresaltó y comprendió que debía decir algo. Se presentó y explicó el motivo de la llamada y, ante su sorpresa, no lo despacharon de inmediato. El colega de Gotemburgo fue amable y solícito y se ofreció enseguida a buscar el material.
Concluyeron la conversación y Patrik cruzó los dedos. Al cabo de poco más de quince minutos, sonó el teléfono.
– ¿En serio? -Patrik no podía creer que el colega hubiese encontrado el archivador con el material de la investigación. Le dio las gracias mil veces y le pidió que lo guardara. Intentaría que le hiciesen llegar parte de ese material a lo largo del día siguiente. En el peor de los casos, tendría que ir personalmente a Gotemburgo a recogerlo, o cargar al presupuesto de la comisaría el gasto de un mensajero.
Se quedó en la silla después de colgar. Sabía que los demás, cada uno en su despacho, esperaban a que él les dijese si era posible acceder al material de aquella antigua investigación. Pero él necesitaba ordenar sus pensamientos. No hacía más que dar vueltas y más vueltas a todos los detalles, a todas las piezas del rompecabezas. Sabía que todas estaban relacionadas, la cuestión era cómo.