– Alice, naturalmente. -Kenneth se preguntó si Erica no le había prestado atención mientras hablaba-. Ella es la responsable de todo.
Erica no dijo nada, solo se quedó mirándolo compasiva.
– No es Alice -respondió al cabo de unos instantes-. No es Alice.
Cerró el libro. No lo había entendido todo, era demasiado profundo para su gusto y el lenguaje resultaba a veces muy enrevesado, pero había podido seguir el hilo argumental. Y comprendió que debería haberlo leído antes, porque ahora empezaba a ver con más claridad algunas cosas.
Recordó algo. La imagen de un instante en el dormitorio de Cia y Magnus. Algo que había visto y a lo que no atribuyó demasiada importancia en aquel momento. ¿Cómo fijarse en aquello? Sabía que habría sido imposible. Aun así, era imposible no reprochárselo.
Marcó un número en el móvil.
– Hola, Ludvig, ¿está tu madre? -Aguardó mientras oía los pasos de Ludvig y un leve murmullo, hasta que se oyó en el auricular la voz de Cia.
– Hola, soy Patrik Hedström. Perdona que te moleste, pero me estaba preguntando… ¿qué hizo Magnus la noche antes de su desaparición? No, en realidad, no me refiero a la tarde, sino a la noche, cuando os fuisteis a la cama. ¿Ah, sí? ¿Toda la noche? De acuerdo, gracias.
Concluyó la conversación. Encajaba, todo encajaba. Pero Patrik sabía que no llegaría a ninguna parte con meras teorías infundadas. Necesitaba pruebas concluyentes. Y sin esas pruebas concretas, no quería desvelar nada a los demás. Existía el riesgo de que no lo creyeran, pero había alguien con quien sí podía hablar, alguien que podría ayudarle. Una vez más, cogió el teléfono.
«Cariño, ya sé que no te atreves a responder porque crees que estoy enfadado o que voy a intentar convencerte de que dejes lo que estás haciendo, pero acabo de leer La sombra de la sirena y creo que tú y yo vamos tras la misma pista. Necesito tu ayuda, llámame en cuanto oigas el mensaje. Un beso. Te quiero.»
– Acaba de llegar el material de Gotemburgo.
La voz de Annika resonó en el umbral y Patrik se sobresaltó.
– Vaya, ¿te he asustado? He llamado a la puerta, pero parece que no me has oído.
– No, tenía la cabeza en otra parte -se excusó.
– Pues yo creo que deberías ir al centro de salud y hacerte unos análisis -aseguró Annika-. Tienes mala cara.
– Es que estoy muy cansado, es solo eso -murmuró-. Bueno, estupendo que hayan llegado los documentos. Tengo que ir a casa un rato, así que me los llevo.
– Están en recepción -respondió Annika, aún preocupada.
Diez minutos después, salía con los documentos que Annika había impreso.
– ¡Patrik! -resonó la voz de Gösta a su espalda.
– ¿Sí? -dijo Patrik, más irritado de lo que pretendía, pues tenía prisa por marcharse.
– Acabo de hablar con Louise, la mujer de Erik Lind.
– ¿Y qué? -dijo Patrik secamente, aún sin el menor entusiasmo.
– Según ella, Erik está a punto de dejar el país. Ha limpiado las cuentas bancarias, la privada y la de la empresa, y su vuelo sale a las cinco del aeropuerto de Landvetter.
– ¿Seguro? -preguntó Patrik, ahora con todo el interés del mundo.
– Sí, lo he comprobado yo mismo. ¿Qué quieres que hagamos?
– Llévate a Martin y sal ahora mismo para Landvetter. Yo haré unas llamadas, pediré la licencia necesaria y avisaré a los colegas de Gotemburgo para que se reúnan con vosotros en el aeropuerto.
– Será un auténtico placer.
Patrik no pudo evitar la sonrisa mientras se encaminaba al coche. Gösta tenía razón. Era un verdadero placer entorpecer los planes de Erik Lind. Luego, pensó en el libro y se le apagó la sonrisa. Esperaba que Erica estuviese en casa cuando él llegara. Necesitaba su ayuda para poner fin a todo aquello.
Patrik había sacado la misma conclusión que ella. Lo supo en cuanto oyó el mensaje en el contestador. Pero él no estaba al corriente de todos los detalles. No había oído el relato de Kenneth.
Tuvo que detenerse a hacer un recado en Hamburgsund, pero en cuanto salió a la autovía, pisó el acelerador. En realidad, no había ninguna prisa, pero ella tenía la sensación de que era urgente. Ya era hora de que los secretos salieran a la luz.
Cuando aparcó delante de su casa, vio el coche de Patrik. Lo había llamado para decirle que iba de camino y le preguntó si quería que fuera a la comisaría, pero él ya estaba en casa esperándola. Esperando la última pieza del rompecabezas.
– Hola, cariño. -Erica entró en la cocina y le dio un beso.
– He leído el libro -dijo Patrik.
Erica asintió.
– Yo debería haberlo comprendido mucho antes, pero lo que leí la primera vez era un manuscrito inacabado y en varias veces. Aun así, no me explico cómo se me pudo pasar.
– Y yo debería haberlo leído antes -dijo Patrik-. Magnus se lo leyó la noche anterior a su desaparición. Que, seguramente, también fue la noche anterior a su muerte. Christian le había dejado el manuscrito. Acabo de hablar con Cia y me ha dicho que empezó a leer por la tarde y que luego la sorprendió quedándose despierto toda la noche, hasta que lo acabó. Dice que, por la mañana, le preguntó si era bueno. Pero él contestó que no quería decir nada hasta haber hablado con Christian. Lo peor es que si repasamos las notas, seguro que comprobamos que Cia lo había mencionado, pero entonces no le dimos importancia.
– Magnus debió de comprenderlo todo al leer el borrador -dijo Erica despacio-. Debió de comprender quién era Christian.
– Y esa debía de ser su intención, sin duda, que se enterara de quién era. De lo contrario, no se lo habría dado a leer. Pero ¿por qué a Magnus? ¿Por qué no a Kenneth o a Erik?
– Yo creo que Christian sentía la necesidad de volver a Fjällbacka y verlos a los tres -dijo Erica pensando en lo que le había dicho Thorvald-. Puede parecer extraño y, seguramente, ni él mismo podría explicarlo. Seguramente los odiaba, al menos, al principio. Luego supongo que Magnus empezó a caerle bien. Todo lo que he oído decir de él apunta a que era una persona muy agradable. Y también fue el único que participó en contra de su voluntad.
– ¿Y tú cómo lo sabes? -preguntó Patrik extrañado-. En la novela solo dice que había tres chicos implicados, pero no ofrece un relato detallado del episodio.
– He estado hablando con Kenneth -respondió ella con calma-. Y me ha contado todo lo que pasó aquella noche. -Erica le refirió la historia de Kenneth mientras Patrik se ponía cada vez más pálido.
– Joder, joder. Y se libraron sin más. ¿Por qué los Lissander no denunciaron la violación? ¿Por qué se mudaron e internaron a Alice?
– No lo sé. Pero seguro que los padres de acogida de Christian pueden responder a esa pregunta.
– O sea que Erik, Kenneth y Magnus violaron a Alice mientras Christian miraba. ¿Y cómo es que no hizo nada? ¿Por qué no ayudó a Alice? ¿Quizá por eso recibió las amenazas, pese a que él no participó?
Patrik tenía mejor color y respiró hondo antes de proseguir:
– Alice es la única que tiene motivos para vengarse, pero ella no puede ser. Y tampoco sabemos quién es el culpable de esto -dijo empujando hacia Erica la carpeta con la documentación-. Aquí está todo lo que se averiguó sobre los asesinatos de Maria y Emil. Los ahogaron en la bañera de su casa. Alguien mantuvo bajo el agua a un niño de un año hasta que dejó de respirar, y luego hizo lo mismo con su madre. La única pista que tiene la Policía es que un vecino vio salir del apartamento a una mujer con el pelo largo y moreno, pero no puede ser Alice, desde luego, y tampoco me imagino a Iréne, aunque también ella tendría un móvil. Así que, ¿quién coño es esa mujer? -preguntó dando un puñetazo en la mesa de pura frustración.
Erica esperó a que se calmara. Luego le dijo, despacio:
– Yo creo que lo sé. Y creo que puedo demostrártelo.