Se cepilló los dientes a conciencia, se puso el traje y se anudó la corbata, que quedó perfecta. Se peinó y luego se despeinó el pelo un poco con los dedos. Se miró al espejo, satisfecho. Era un tipo atractivo, un hombre de éxito que tenía control sobre su propia vida.
Erik cogió la maleta grande con una mano y la pequeña con la otra. Había recogido los billetes en recepción y ahora los llevaba a buen recaudo en el bolsillo interior de la chaqueta, junto con el pasaporte. Una última ojeada al espejo, antes de salir de la habitación del hotel. Tendría tiempo de tomarse una cerveza en el aeropuerto antes de irse. Sentarse tranquilamente a observar a los suecos corriendo de un lado para otro, los mismos suecos con los que, muy pronto, él no volvería a tener nada que ver. A él nunca le había entusiasmado el talante sueco. Demasiado pensamiento colectivo, demasiada insistencia con el rollo de que la sociedad tenía que ser justa. La vida no era justa. Unos tenían mejores aptitudes que otros. Y, en otro país, él tendría muchas oportunidades de explotar esas aptitudes.
Pronto estaría en marcha. El miedo que ella le inspiraba lo había relegado a un rincón apartado del subconsciente. Y pronto no tendría la menor importancia. Dentro de muy poco no podría darle alcance.
– ¿Y cómo vamos a entrar? -preguntó Patrik cuando llegaron a la puerta de la cabaña. Erica no había querido revelarle nada más sobre lo que sabía o sospechaba, e insistió en que Patrik debía acompañarla.
– Fui a casa de la hermana de Sanna a buscar la llave -explicó sacando del bolso un llavero muy abultado.
Patrik sonrió. Fuera como fuera, no podía negarse que Erica tenía iniciativa.
– ¿Qué estamos buscando? -dijo entrando en la cabaña detrás de ella.
Erica no respondió enseguida, sino que dijo:
– Este es el único lugar que Christian podía considerar como propio.
– Pero… ¿no es de Sanna? -preguntó Patrik mientras trataba de habituarse a la penumbra.
– Sí, según las escrituras. Pero aquí era adonde venía Christian para estar solo y cuando quería escribir. Y sospecho que lo utilizaba como un refugio.
– ¿Y? -dijo Patrik sentándose en un banco de cocina que había contra la pared. Estaba tan cansado que no podía tenerse en pie.
– No sé. -Erica miró desorientada a su alrededor-. Es que creo… bueno… creía…
– ¿Qué creías? -la instó Patrik. Aquella cabaña no era buen escondite para lo que quiera que estuvieran buscando. Constaba de dos habitaciones diminutas de techo tan bajo que él tenía que agachar la cabeza para estar de pie. Estaba llena de artes de pesca antiguas y había una mesa abatible junto a la ventana. Desde allí, la vista era extraordinaria. El archipiélago de Fjällbacka. Y, más allá, Badholmen-. Pronto lo sabremos, espero -dijo Patrik mirando el trampolín, que se alzaba lúgubre hacia el cielo.
– ¿El qué? -Erica se movía sin ton ni son por la angosta habitación.
– Si fue asesinato o suicidio.
– ¿Lo de Christian? -preguntó Erica, aunque sin esperar respuesta-. Si consiguiera encontrar… qué mal, yo creía… habríamos podido… -Hablaba de forma inconexa y Patrik no pudo evitar la risa.
– Te aseguro que en estos momentos das una imagen de lo más confusa. Si me dices qué estamos buscando, quizá pueda ayudarte.
– Creo que fue aquí donde asesinaron a Magnus. Y esperaba encontrar algo… -Siguió examinando las paredes de madera sin lijar, pintadas de azul.
– ¿Aquí? -Patrik se levantó y empezó también a inspeccionar las paredes, luego el suelo, y dijo de pronto-: La alfombra.
– ¿Qué quieres decir? Si está limpísima.
– Pues por eso, precisamente. Está demasiado limpia, tanto que parece nueva. Ven, ayúdame a levantarla. -Cogió una esquina de la pesada alfombra mientras Erica se esforzaba por imitarlo desde el lado opuesto-. Perdona, cariño, ¿pesa mucho? No tires demasiado fuerte -dijo Patrik inquieto al oírla jadear por el esfuerzo mientras tiraba con aquella barriga enorme.
– No, está bien -respondió-. No seas pesado y ayúdame, anda.
Retiraron la alfombra y examinaron el suelo de madera. También parecía limpio.
– Puede que en la otra habitación, ¿no? -sugirió Erica.
Pero allí el suelo estaba igual de limpio y no había alfombra.
– Me pregunto…
– ¿Qué? -dijo Erica ansiosa, pero Patrik no respondió, sino que se arrodilló en el suelo y empezó a examinar las grietas que había entre los tablones. Al cabo de un rato, se puso de pie otra vez.
– Habrá que llamar a los técnicos y esperar el resultado de sus análisis, pero creo que tienes razón. Esto está muy limpio, pero parece que por aquí haya chorreado sangre, entre los listones.
– Pero ¿no debería haber restos de sangre también en la superficie? -preguntó Erica.
– Sí, solo que no es fácil detectarla a simple vista, sobre todo si han fregado el suelo. -Patrik inspeccionaba la madera, que presentaba aquí y allá manchas de varios tonos.
– De modo que murió aquí. -Pese a lo convencida que estaba, Erica notó que se le aceleraba el corazón.
– Sí, creo que sí. Y está cerca del mar, donde pensaban arrojar el cuerpo después. ¿Por qué no me cuentas lo que sabes, eh?
– Primero vamos a echar otro vistazo -dijo sin prestar atención a la expresión de desencanto de Patrik-. Mira ahí arriba. -Señaló el loft que tenían encima, una planta diáfana a la que se accedía por una escala de cuerda.
– ¿Estás de broma?
– Si no lo haces tú, tendré que hacerlo yo. -Erica se plantó las manos en la barriga, para que se hiciera una idea.
– Vale -replicó con un suspiro-. No me queda otro remedio. Y supongo que sigues sin poder decirme qué es lo que estoy buscando, ¿no?
– Pues es que no lo sé exactamente -dijo Erica con total sinceridad-. Es que tengo un presentimiento…
– ¿Un presentimiento? ¿Y quieres que suba por aquí por un presentimiento?
– Anda, sube ya.
Patrik trepó por la escala y entró en el loft.
– ¿Ves algo? -preguntó Erica empinándose.
– Pues claro que veo algo. Sobre todo cojines, colchonetas y unos tebeos. Supongo que es aquí donde juegan los niños.
– ¿Nada más? -preguntó Erica desilusionada.
– Pues no, me parece que no.
Patrik empezó a bajar, pero se detuvo a medio camino.
– ¿Qué es lo que hay ahí dentro?
– ¿Dónde?
– Ahí -dijo señalando una portezuela que había enfrente del loft diáfano.
– Ahí es donde la gente que tiene cabaña suele guardar los trastos, pero tú echa un vistazo.
– Sí, cálmate, ya voy. -Trató de guardar el equilibrio en la escala, mientras abría el pestillo con la mano. El marco podía quitarse entero, así que lo sacó y se lo pasó a Erica. Luego se dio la vuelta y miró dentro.
»¡Qué coño! -exclamó asombrado. Pero entonces se soltó el tornillo del techo y Patrik cayó al suelo en medio de un gran estruendo.
Louise llenó una copa de vino con agua mineral. Y la alzó en un brindis. No tardarían en pararle los pies a Erik. El policía con el que había hablado comprendió enseguida la naturaleza del asunto. Tomarían medidas, le dijo. Y le dio las gracias por su llamada. De nada, le dijo ella. No las merecía.
¿Qué iban a hacer con él? No se lo había planteado hasta el momento. Lo único que tenía en mente era que debían detenerlo, impedirle que huyera como un cobarde asqueroso con el rabo entre las piernas. Pero ¿y si lo metían en la cárcel? ¿Le devolverían el dinero a ella? Empezó a preocuparse, pero se calmó enseguida. Por supuesto que se lo devolverían y ya se encargaría ella de fundirse hasta la última corona. Y él estaría en la cárcel sabiendo que ella se estaba gastando todo su dinero, el de los dos, pero no podría hacer nada por impedirlo.
Se le ocurrió de pronto. Quería verle la cara. Quería ver qué cara ponía cuando se diera cuenta de que todo estaba perdido.