– Lo que hay que ver -dijo Torbjörn, subido en la escalera metálica que les habían prestado en la cabaña contigua.
– Y que lo digas, esto es lo nunca visto. -Patrik se frotaba la zona lumbar, donde se había llevado un buen golpe, aunque también le dolía un poco el pecho.
– En cualquier caso, no cabe duda de que eso es sangre. Y mucha. -Torbjörn señalaba el suelo, que ahora brillaba con un extraño resplandor. El Luminol desvelaba todos los restos, por muy bien que hubiesen limpiado la zona-. Hemos tomado algunas muestras, el laboratorio las comparará con la sangre de la víctima.
– Estupendo, gracias.
– A ver, entonces, ¿esto pertenece a Christian Thydell? -preguntó Torbjörn-. El tipo que bajamos del trampolín, ¿no? -dijo metiéndose en el hueco. Patrik subió por la escalera y se coló también como pudo.
– Eso parece.
– ¿Por qué…? -comenzó Torbjörn, pero calló enseguida. No era asunto suyo. Su misión consistía en obtener pruebas concluyentes, y pronto tendría todas las respuestas. Señaló.
– ¿Es la carta de la que hablabas?
– Sí, y que nos permite estar seguros de que se suicidó.
– Algo es algo -dijo Torbjörn, aún sin poder dar crédito a lo que veía. Aquella especie de trastero estaba atestado de accesorios femeninos. Ropa, maquillaje, joyas, zapatos. Una peluca de pelo largo y moreno.
– Recogeremos todo esto. Nos llevará un buen rato. -Torbjörn retrocedió despacio para salir, hasta que llegó con los pies al borde del suelo del loft, donde estaba apoyada la escalera-. Desde luego, lo que hay que ver -murmuró otra vez.
– Yo vuelvo a la comisaría. Tengo un par de cosas que revisar antes de informar al resto de los compañeros -dijo Patrik-. Avísame cuando terminéis aquí. -Se dio la vuelta hacia Paula, que había acudido a su llamada y que seguía con vivo interés el trabajo de los técnicos-. ¿Tú te quedas?
– Faltaría más -respondió Paula.
Patrik salió de la cabaña y los pulmones se le llenaron del fresco aire invernal. Lo que Erica le había contado cuando dieron con el escondite de Christian sumado a lo que decía la carta hizo que las piezas encajaran en su sitio una tras otra. Se le antojaba incomprensible, pero sabía que todo era verdad. Ahora lo entendía. Y cuando Gösta y Martin volvieran de Gotemburgo, los pondría al corriente de aquella trágica historia.
– Casi dos horas para que salga el vuelo. No tendríamos que haber salido tan pronto. -Martin miró el reloj cuando ya se acercaban a Landvetter.
– Ya, pero no tenemos por qué pasarlas esperando, ¿no? -Gösta giró y entró en el aparcamiento que había enfrente de la terminal-. Entramos, damos una vuelta y, cuando encontremos al elemento, lo detenemos.
– Tenemos que esperar a que lleguen los refuerzos de Gotemburgo -le recordó Martin, que se angustiaba siempre que las cosas no sucedían conforme a la normativa.
– Bah, a ese lo cogemos tú y yo sin problemas -opinó Gösta.
– Vale -respondió Martin dudando.
Salieron del coche y entraron en el aeropuerto.
– Bueno, ¿y qué hacemos ahora? -preguntó mirando a su alrededor.
– Pues podemos sentarnos a tomar un café. Y estar ojo avizor mientras tanto.
– ¿No íbamos a recorrer la terminal a ver si lo localizamos?
– ¿Y qué acabo de decir? -replicó Gösta-. Pues que tenemos que estar ojo avizor mientras tanto. Si nos sentamos ahí -señaló una cafetería que había en medio del vestíbulo de salidas-, tendremos un panorama estupendo de toda la zona. Y tendrá que pasar por delante de nosotros cuando llegue.
– Sí, en eso tienes razón. -Martin se dio por vencido. Sabía que no valía la pena discutir cuando a Gösta se le ponía a tiro una cafetería.
Se sentaron a una mesa después de haber pedido café y un dulce de mazapán. A Gösta se le iluminó la cara al primer bocado.
– Esto sí que es un alimento para el espíritu.
Martin no se molestó en señalar que el dulce de mazapán no podía clasificarse como alimento, precisamente. Y, además, no podía negar que estaba buenísimo. Acababa de tomarse el último bocado cuando atisbó algo con el rabillo del ojo.
– Mira, ¿no es él?
Gösta se dio la vuelta enseguida.
– Pues sí, tienes razón. Venga, vamos a por él. -Se levantó con una rapidez inusitada y Martin se apresuró a seguirlo. Erik se alejaba de ellos a buen paso, con el equipaje de mano y una maleta enorme. Llevaba un traje impecable, corbata y una camisa blanca.
Gösta y Martin aceleraron el paso para darle alcance y, como Gösta llevaba ventaja, llegó primero. Le puso a Erik una mano en el hombro y dijo:
– ¿Erik Lind? Me temo que tienes que acompañarnos.
Erik se volvió con la perplejidad pintada en la cara. Por un instante, pareció sopesar la posibilidad de echar a correr, pero se conformó con librarse de la mano de Gösta.
– Tiene que tratarse de un error. Salgo ahora mismo en viaje de negocios -respondió Erik-. No sé qué está pasando, pero tengo que coger un avión, es una reunión muy importante. -Tenía la frente llena de sudor.
– Sí, eso está muy bien, pero ya tendrás oportunidad de explicarlo todo después -dijo Gösta empujando a Erik hacia la salida. La gente de alrededor se había detenido y miraba llena de curiosidad.
– Os aseguro que tengo que coger ese avión.
– Lo comprendo -afirmó Gösta tranquilamente. Luego se volvió hacia Martin-. ¿Quieres hacer el favor de coger su equipaje?
Martin asintió, pero soltó un taco para sus adentros. A él nunca le tocaba la parte divertida del trabajo.
– ¿Me estás diciendo que era Christian? -Anna estaba boquiabierta.
– Sí y no -respondió Erica-. Estuve hablando con Thorvald y, la verdad, nunca lo sabremos con certeza, pero todo indica que es así.
– O sea que Christian tenía dos personalidades que no se conocían, ¿no? -Anna sonaba escéptica. Cuando Erica la llamó después de la visita a la cabaña de Sanna, Anna se presentó enseguida. Patrik había vuelto a la comisaría y Erica no quería estar sola. Y Anna era la única persona con la que le apetecía hablar.
– Bueno… Thorvald supone que Christian era esquizofrénico y que, además, del tipo que padece lo que se llama trastorno de personalidad disociativo. Y eso fue lo que causó la división de su persona. Puede desencadenarse cuando se está bajo una gran presión, como un medio para enfrentarse a la realidad. Y Christian sufría unos traumas atroces. Primero, la muerte de su madre y la semana que él pasó con el cadáver. Luego, lo que a mis ojos es maltrato infantil, aunque psíquico, con Iréne Lissander. La forma en que los padres de acogida lo relegaron tras el nacimiento de Alice debió de surtir el mismo efecto que otra separación. Y él culpó al bebé, o sea a Alice.
– Y por eso intentó ahogarla, ¿no? -Anna se pasó la mano por la barriga, con gesto protector.
– Exacto. Su padre la salvó, pero sufrió lesiones cerebrales graves por la falta de oxígeno. El padre encubrió a Christian y calló sobre lo sucedido. Seguramente, creería que le estaba haciendo un favor, pero yo no estaría tan segura. Imagínate, vivir siempre sabiéndolo, vivir con esa culpa… Y supongo que según iba haciéndose mayor, fue tomando conciencia de lo que había hecho. Y seguro que no le aplacaba los remordimientos el hecho de que Alice lo adorase.
– A pesar de lo que le había hecho.
– Ya, pero ella no lo sabía. Nadie lo sabía, salvo Ragnar y el propio Christian.
– Y luego, la violación…
– Pues eso, luego, la violación -dijo Erica conmovida.
Enumeraba todos los acontecimientos de la vida de Christian como si se tratara de una ecuación que al final se soluciona. Pero en realidad, era una tragedia.
Sonó el teléfono y lo cogió.