Jade, con su habitual perspicacia, me dijo qué debía de haber sucedido después.
– El plumajero se enteró y le robó la prenda a Bondadoso.
– Eso es lo que seguramente ocurrió -afirmé-. Flacucho no solo conocía el valor de la prenda que había confeccionado. También sabía, a diferencia de Vago, quién la había encargado. Yo diría que le aterraba la idea de comunicar la desaparición del atavío. Flacucho planeó el robo a la perfección. Todo indica que sabía dónde buscar, y que allí habría muchas personas que no estarían en condiciones de reconocerlo, de preguntarse qué estaría haciendo o de impedirle que lo hiciera. Solo la mala suerte impidió que el plan funcionara a la perfección. Había otra persona en la casa que estaba despierta y alerta, porque se encontraba allí por la misma razón que el plumajero: mi hijo, Espabilado.
La mención del nombre de mi hijo provocó una reacción en mis oyentes: cierta inquietud, un restregar de pies y un par de suspiros. Incluso mi padre, que no me había hecho el menor caso desde que había empezado mi relato, me miró fijamente. Ninguno de ellos había visto nunca a Espabilado, ni habían sabido de su existencia hasta hoy, pero nadie podía permanecer indiferente ante un nieto, un sobrino o un primo perdido. Quizá, me dije, ahora que veían a su padre sentirían pena por el muchacho. Me entristeció pensar que probablemente nunca llegarían a conocerlo.
– Quería recuperar su cuchillo de bronce. Sabía que su… -Miré los rostros expectantes que me rodeaban y me apresuré a cambiar lo que había estado a punto de decir y así evitar herir su sensibilidad-. Sabía que su socio, Luz Resplandeciente, lo había llevado a casa de Bondadoso. Por supuesto, el cuchillo no fue lo único que encontró.
»Solo los dioses saben exactamente qué ocurrió cuando nuestros dos ladrones se encontraron. Es obvio que se produjo una pelea; vi manchas de sangre en el suelo de la habitación y en el patio, en la hoja del cuchillo, y observé lo que parecía un corte en la mano de Flacucho. No creo que Espabilado intentara impedir que Flacucho se llevara la prenda. Solo quería recuperar su cuchillo y huir de allí. Quizá Flacucho lo encontró primero y la pelea comenzó cuando Espabilado intentó quitárselo.
»Mucho me temo que Espabilado se llevó la peor parte. Llegué a creer, durante un tiempo, después de encontrar el cadáver en el puente, que había muerto. -Se oyó un gemido colectivo-. En aquel momento no se me ocurrió pensar que la sangre que había visto en el puente no tenía por qué guardar ninguna relación con lo ocurrido en la casa de Bondadoso, porque no había nada que los uniera.
»En cuanto a Flacucho, no sé si planeó lo que hizo a continuación o si se le ocurrió en aquel momento. En lugar de cargar con la prenda, se la puso. No le molestaba para andar, así que le daba lo misma llevarla que cargarla, y sabía que al ir vestido como un dios, cualquiera que se cruzara en su camino echaría a correr en lugar de intentar detenerlo. Funcionó tan bien que se lo puso de nuevo un par de noches más tarde, cuando yo lo vi. Entonces intentaba asustar a la gente mientras su cómplice se deshacía del cadáver.
La hoguera se consumía rápidamente; ahora no era más que una montaña de cenizas donde había solo un puñado de llamas dispersas, aunque aún había mucho humo. El aire era frío y por el este comenzaba a clarear y se vislumbraban las montañas, con las cumbres recortadas contra el fondo rosa pálido. No tardaría mucho en salir el sol, que anunciaría el final de la vigilia y el comienzo de la fiesta. Para mí también era el anuncio del día en que debía satisfacer a mis dos amos -el primer ministro y el emperador- o enfrentarme a la muerte.
– Creo que Flacucho y Vago mantuvieron una última discusión cuando Flacucho regresó a la casa. Seguramente buscaba pelea. Ya se había metido en una para la que no estaba preparado, y luego se había enfrentado a un duro camino de regreso a casa. Quizá Vago cometió el error de sacar el tema de la relación entre Flacucho y Caléndula. Era lógico que llegaran a las manos. Vago murió. No sé si Flacucho tenía la intención de matarlo o simplemente las cosas se salieron de madre, pero de repente se encontraron con un cadáver que debían eliminar.
– ¿Se encontraron? -Glotón no había dejado de fruncir el entrecejo durante la mayor parte de la noche, pero aquella pregunta dejó claro que había seguido el relato mucho mejor de lo que creía.
– Flacucho, por supuesto, y su esposa, y por lo que sé, quizá también Caléndula. Ninguno de ellos tenía motivos para querer a Vago. Incluso podría ser que los tres estuviesen compinchados.
– ¿Por qué escogieron la letrina para deshacerse del cadáver? -preguntó Jade-. Corrieron un gran riesgo llevándolo hasta el puente. ¿Por qué no lo enterraron sin más en los pantanos detrás de la casa?
Fruncí el entrecejo. Mi hermana había señalado un punto débil.
– Están preparando unas chinampas por aquella zona. Quizá tuvieron miedo de que alguien lo encontrara demasiado cerca de la casa. Hubiese sido fácil relacionarlo con ellos.
El marido de Jade se sumó a la conversación, convencido de que había encontrado otro fallo en mi relato.
– Creía que había sido Flacucho quien identificó el cadáver después de que la policía lo encontrara. Eso no encaja, si realmente fue él quien lo ocultó allí.
– El policía sabía que su hermano había desaparecido. No creo que en Amantlan abunden los cadáveres sin identificar. Por eso fueron a su casa para pedirle que los ayudara a identificar el cadáver, y cuando le mostraron el amuleto de su hermano, no tuvo más alternativa que admitir quién era. Tampoco importaba mucho. Después de todo, no había nada que pudiera relacionarlo con el asesinato.
– Así que el plumajero recuperó la prenda, asesinó a su hermano, y todas esas visiones de Quetzalcoatl fueron obra suya. -Manitas contaba con los dedos cada uno de los misterios sin resolver a medida que los citaba-. De acuerdo, pero entonces, ¿qué le pasó a él? ¿Qué le pasó a su… bueno, sea lo que sea que había entre ellos, a Caléndula?
– Oh, eso es fácil -respondí despreocupadamente-. Mariposa los mató a los dos.
– ¿Qué?
– ¿Quién si no? Odiaba a Caléndula. Fuesen o no inocentes sus relaciones con Flacucho, estoy absolutamente seguro de saber qué pensaba Mariposa. Fue una cuestión de celos. Mató a Caléndula, probablemente poco después de la muerte de Vago, y más tarde asesinó a su marido. Quizá él la atosigaba con preguntas sobre dónde podría estar su amiguita, y Mariposa se hartó. Creo que lo hizo antes de que yo fuera a su casa por segunda vez, cuando me dijo que Flacucho había salido. No puede decirse que hiciera un gran trabajo a la hora de deshacerse del cadáver: lo arrojó sin más a un canal, por lo que lo encontraron inmediatamente. Quizá por ello tuvo más cuidado con el cuerpo de Caléndula. Nadie lo ha encontrado hasta ahora.
– Tú fuiste a la casa una tercera vez. -La mirada de mi madre y el tono despreciativo me dijo que Manitas le había contado lo sucedido la noche que había intentado colarme en casa del plumajero. Exhalé un suspiro.
– No sé qué decir al respecto. Ya sabes lo de la mujer y el dios.
– Entonces, ¿quién llevaba la prenda? -preguntó Jade-. Los dos hermanos estaban muertos, ¿no? La miré con una expresión grave.