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Entramos en la habitación. Apenas cabíamos porque era mucho más pequeña de lo que parecía desde el exterior. Me apresuré a mirar a mi alrededor y me pregunté si Furioso era tan estúpido como para no ver lo mismo que yo; pero entonces recordé que yo tampoco lo había visto la primera vez. La desagradable mezcla de olores todavía flotaba en el aire, y el más desagradable de todos, la mezcla de sangre con algo putrefacto, era más fuerte que nunca. Sin embargo, ni siquiera eso bastaba para decirle al plumajero lo que ansiaba tanto saber.

– Furioso, escucha, el atavío…

– ¡Cierra la boca, mujer! -Movió la espada muy cerca de mi rostro-. ¡Ahora habla, antes de que te corte la nariz!

Abrí la boca para hablar, pero vacilé. Podía decirle ahora mismo lo que él deseaba saber. Quería hacerlo, por el asco que sentía ante lo que Mariposa había hecho y por piedad a su víctima, pero no sabía cuál sería la reacción del plumajero en cuanto conociera la verdad. ¿Se limitaría a matarme a mí y a la mujer sin pensárselo dos veces?

«Te has pasado de listo, Yaotl», me dije. Yo mismo había buscado esta confrontación, y se me había escapado de las manos. Había confiado en enfrentarme a Furioso con el respaldo de León y un pelotón de guerreros. El plumajero había dado al traste con mis planes al presentarse antes de lo esperado. Ahora no podía hacer otra cosa que ganar todo el tiempo que pudiera y rogar para que Perdiz hubiese convencido a mi hermano de la urgencia de su misión.

Miré hacia la pared que estaba más allá de la montaña de basura. Furioso siguió mi mirada aunque no pareció captar el significado.

– ¿Recuerdas la primera vez que vine aquí, Mariposa? Me encontré contigo y tu marido, Flacucho, y os pregunté si sabíais algo de la prenda de Bondadoso. Por supuesto, tú me respondiste que no, y que el taller de Flacucho estaba cerrado.

– Es verdad. Lo estaba. Mira a tu alrededor; todo esto no es más que basura. Desaparecerá en cuanto tenga un momento para limpiar la habitación.

– ¡Oh, no te preocupes! -dije rápidamente-. ¡Te creo! -No pude evitar sonreír al pensar en mis siguientes palabras-. Es francamente curioso que cuando alguien se pasa toda la vida diciendo mentiras, se olvida de lo fácil que resulta acabar engañado por la verdad. Creí que me mentías cuando dijiste que el taller de Flacucho estaba cerrado, pero me equivoqué. Era lógico que estuviese cerrado, porque él estaba muerto.

Mariposa se echó a reír.

– ¡No seas estúpido! ¡Tú hablaste con él!

– No, hablé con su hermano.

Su expresión se congeló.

– ¡Furioso, te dije que sabía demasiado! -exclamó-. ¡Tienes que matarlo! ¡No esperes más!

Me encogí cuando la espada se movió hacia mi mejilla.

– Lo mataré después de que me diga todo lo que sabe de mi hija -replicó el hombre-. ¿Lo has oído? Vas a morir, pero cómo lo haga depende de que me digas la verdad. Rápido o lentamente, es tu elección. ¡Ahora habla!

No tardé ni un instante en complacerlo.

– Vago robó la prenda de la casa de Bondadoso y asesinó a su hermano. Había planeado el asesinato desde el principio, por supuesto. Cuando Flacucho le pidió al comerciante que le guardara el atavío, es muy probable que Vago supiera que su hermano desconfiaba; eso hizo que el asesinato se convirtiera en un asunto urgente. Era la cosa más sencilla y obvia que podía hacerse. Apoderarse de la pieza más valiosa del taller de su hermano gemelo, matarlo, usurpar su identidad y recibir el pago de manos del emperador. Moctezuma nunca sospecharía que había habido un robo y un asesinato, siempre y cuando le entregaran la prenda en perfecto estado. ¿Quién podría descubrir el engaño en Atecocolecan, donde nadie había visto a Flacucho en muchos años?

– ¿Qué tiene que ver todo esto con Caléndula? -preguntó Furioso.

– Todo -respondí, con toda la tranquilidad de que fui capaz-, porque ella sí lo habría descubierto. -Miré a Mariposa-. Naturalmente, ella también. Pero tú estabas metida en esto desde el principio, ¿no es así? Después del asesinato, tú ayudaste a Vago a esconder el cadáver.

– ¿Quién te dijo que eran gemelos? -preguntó Mariposa vivamente.

– Nadie. Pero encontré un ídolo del dios de los gemelos en esta habitación. Interpreté erróneamente el significado: creía que alguien había estado rezándole a Xolotl para que curara a un enfermo. Fue una estupidez por mi parte, ¿verdad? Tendría que haberme dado cuenta de que había un motivo para que Vago se diera tanta prisa en identificar el cadáver de su hermano; incluso le puso su propio amuleto como prueba. Ahora que lo pienso, ¿qué otra razón podía haber para que el asesino se tomara tantas molestias y descuartizara al cadáver si no era con la intención de que nadie lo examinara a fondo?

»Ocultaste el ídolo con la intención de apartarme del rastro. Eso fue una tontería por tu parte. ¡Quizá lo habría pasado por alto si hubiese estado con todos los demás! -Me volví hacia Furioso-. Sin embargo, fueron unas palabras tuyas las que me permitieron descubrir el engaño.

– ¿A qué te refieres? -Su voz sonó como el tronar de un volcán dormido.

– ¿Qué día nació tu yerno?

– El Siete Flor -contestó automáticamente-. Si crees que me apetece jugar a las adivinanzas contigo…

Sin cambiar el tono de mi voz, continué con mi declaración:

– Cuando hablé contigo y con Cangrejo en tu casa, me dijiste que no sabías su fecha de nacimiento y que no te importaba. ¡Pero te importaba y por supuesto que la sabías! Antes de que tu hija y Vago se casaran, consultaste a un adivino para saber si sus fechas de nacimiento eran compatibles, como hacen todos los padres. -Inconscientemente repetí las palabras que el sacerdote de Amantlan me había dicho cuando me habló del casamiento de Flacucho con Mariposa-. Si en aquel momento hubiese estado atento habría comprendido que tenías algún motivo para mentirme. No quisiste decirme la fecha de nacimiento de Vago, porque entonces habría sabido que él y Flacucho eran gemelos. Más tarde, cuando pensé en ello, supe lo que había sucedido, cuál era tu participación, y por qué. Esto me llevó a saber dónde está tu hija.

– Desde el primer momento supe que debía haberte matado después de dejarte inconsciente -se lamentó Mariposa. Exhaló un suspiro-. Pero no pude resistirme. Eras tan tentador, tendido en el…

– ¡Cállate! -le gritó el plumajero-. Continúa.

¿Dónde estaba mi hermano? Me esforcé por oír cualquier sonido del exterior. De vez en cuando llegaba el ruido amortiguado de la labor que realizaban los peones en la chinampa detrás de la casa. No me había dado cuenta hasta ahora, pero parecía sonar cada vez más fuerte, y de vez en cuando las paredes se sacudían un poco.

– Te viste involucrado porque a tu yerno le falló el plan. Necesitaba entregar el atavío en perfecto estado, como si Flacucho hubiese acabado de confeccionarlo. El problema fue que no lo estaba. La mala fortuna quiso que fuera mi hijo quien lo sorprendió cuando lo estaba robando, y la prenda se dañó en el transcurso de la pelea. Sé que al menos se desprendió una pluma, porque Bondadoso me la enseñó. Así que ahora se enfrentaba a un grave problema. No conocía el trabajo de plumajero, y no sabía repararla. Por lo tanto, necesitaba a un plumajero que le solucionara el problema. Su hermano ya estaba muerto, así que acudió a ti.