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Uno de los hombres de mi hermano corrió a buscar a un curandero mientras los demás miraban cómo sacaban a Furioso y a Mariposa al patio, rodeados por más guerreros y seguidos por una pequeña multitud de trabajadores curiosos.

– Solo habíamos traído una maza -explicó mi hermano-, pero ellos estaban tan hartos de clavar pilotes en el fondo del lago que estuvieron dispuestos a ayudarnos.

– Vigila a Furioso -le advertí-. En cuanto se recupere de la sorpresa…

Mi aviso casi llegó demasiado tarde. De pronto el plumajero rugió como una fiera atrapada, y como a veces ocurre a estas, encontró una reserva de fuerzas y se libró de su vigilante.

Mientras el guerrero se tambaleaba, se lanzó primero hacia delante, hacia su hija, después a un lado, y a continuación retrocedió para apartar de un empellón al atónito guardia e ir a por Mariposa.

– ¡Cogedlo! -gritó mi hermano.

El guardia de Mariposa fue mucho más rápido que el de Furioso. Apartó a la mujer y se lanzó sobre el viejo enloquecido. Chocaron, y por un momento la violencia del impacto hizo que sus cuerpos se juntaran, inmóviles y erguidos, antes de que se desplomaran. La colisión dejó al guerrero sin aire y durante unos instantes tuvo bastante trabajo en recuperar el aliento. Furioso soltó un grito ronco e intentó levantarse, pero su guardia ya se había recuperado y algunos más corrían hacia él para sepultarlo debajo de una pila de cuerpos musculosos.

– ¡Con cuidado! -grité-. Tengo que hablar con él. También con ella. -Si Mariposa había pensado que aprovecharía la confusión para escapar, la ilusión no le duró mucho. Dos hombres la sujetaron. La sorprendí sonriéndole a uno de ellos, pero fue como si le hubiese sonreído a una piedra. Todos ya habían visto a su cuñada-. Te aconsejo que los mantengas apartados.

– ¿Tú crees? -respondió León en tono irónico-. ¡No se me había ocurrido! ¿Es que nadie va a contarme qué está pasando?

– Trae a Cangrejo.

– ¿Te refieres al chico que lloriquea junto a la entrada? De acuerdo.

El guerrero que lo vigilaba trajo al chico, que no dejaba de mirar fijamente a su prima. Mi hijo los siguió, con una expresión preocupada.

– ¡Padre, no dejes que lo maltraten!

– No le harán nada siempre que colabore -prometí-. ¿Puedes explicarme qué te ha pasado?

– Cuando llegué a la casa me dijeron que el plumajero y su sobrino ya se habían marchado. Furioso no quería que Cangrejo lo acompañara, pero él lo siguió. Así que corrí hasta aquí y me encontré a Cangrejo en la entrada. Me dijo que no podía entrar, aunque no supo decirme la razón.

– Entonces aparecimos nosotros -añadió León-. No le encontré sentido ni a quedarme en la calle discutiendo con el chico ni a entrar y alertar a su tío. Además, en tu mensaje decías que entrara en una habitación secreta en el fondo de la casa, así que eso es lo que hicimos.

A pesar de todo, no pude evitar una sonrisa.

– ¡La verdad es que no me refería a entrar desde el exterior, León! Pero gracias de todas formas.

La respuesta de León fue un gruñido.

– ¿Qué quieres que haga con el chico? ¿Dejo que se vaya?

– No sabe absolutamente nada de todo esto -manifestó Espabilado-. Míralo. ¡Solo le preocupa su prima!

– Rétenlo por el momento -dije-. Aún hay que aclarar dónde está el atavío. -Había pensado en ese misterio desde el momento en que Mariposa había hablado de su desaparición. Solo era una posibilidad, pero cuanto más la analizaba, más convencido estaba de haber dado con la respuesta.

En cualquier caso, primero debía ocuparme de Furioso y Mariposa. Me acerqué a ellos; ambos estaban bien sujetos por sus guardias. El plumajero miraba a la mujer, con una expresión en la que se mezclaban la fascinación y el odio. No miraba a su hija. Quizá, pensé con tristeza, no lo soportaba. Mariposa me devolvió la mirada con altanería.

– Seguramente esperas que ahora lo confiese todo -me espetó.

– No estaría mal.

– ¡Que te zurzan!

Uno de los guardias abrió la boca, pero le ordené con un gesto que permaneciera en silencio.

– Lo más extraño de todo esto -les comenté a Furioso y a Mariposa- es que ninguno de vosotros ha matado a nadie. Creía que tú sí lo habías hecho -le dije a Mariposa-, pero me doy cuenta de que estaba en un error. Por lo tanto, no sé cómo acabará todo esto, pero me parece que, si lo confesáis todo, quizá os perdonen la vida.

– Ya te lo he dicho -masculló Furioso-. Vago vino a verme. Fue el Uno Muerte. Me trajo la prenda y me pidió que la arreglara. Me negué en redondo. Vi lo que era y no hacía falta ser un genio para deducir quién la había encargado. Además, el estilo de Flacucho era evidente. Le dije que se la llevara a su hermano. Al día siguiente, apareció de nuevo en mi casa. Me dijo que Flacucho estaba muerto, y me contó su plan para suplantarlo. Me pareció algo absolutamente estúpido, y se lo dije. Fue entonces… -De pronto un repentino sollozo hizo que se callara un momento-. Fue entonces cuando me mostró el dedo.

– ¿Qué?

– Oh, no -susurró mi hermano-. Tú -le ordenó a uno de sus hombres-, mira las manos de la muchacha. ¡Con cuidado!

Cerré los ojos y apreté las mandíbulas para contener las náuseas que amenazaban con llegar. Entonces decidí que no me importaba que Mariposa confesara o no. Recibiría el castigo que le impusiera la ley.

– ¡Falta el meñique de la mano izquierda, señor! -gritó el guerrero.

– Lo tenía deformado -gimoteó el viejo-. Se lo había roto cuando era una niña, y se había soldado torcido. Por eso supe que era el suyo.

– E hiciste lo que te pidieron. Te encerraste en tu taller, tu sobrino te lo dijo, y trabajaste en la prenda día y noche, para acabarlo antes de que volviera con otro dedo. -Miré a Mariposa que mantenía la misma expresión-. Pero tú ya la habías emparedado, ¿no? ¿Tanto la odiabas? ¿Solo porque tu marido encontró finalmente lo que necesitaba, y resultó que no eras tú? ¿De quién era el bebé, Mariposa, suyo o de Vago?

– ¡No sabes de qué hablas! -replicó.

– Creo que sí. -Me acerqué a ella. Tenía la intención de sujetarle la barbilla y obligarla a que me mirase, para poder descubrir algo en sus ojos, pero luego cambié de idea. Mariposa no dejaba de debatirse, y había una ferocidad en su mirada y en la mueca que dejaba al descubierto los dientes, la desesperación de una fiera atrapada, que decidí mantener la distancia-. ¿Cuántos años tienes, Mariposa? ¿Cuántos años tenías cuando te casaste, catorce, quince? Seguramente acababas de salir de la Casa de los Jóvenes. Tenías toda la vida por delante, y debías de ser la muchacha más hermosa de Amantlan. -No tenía ninguna duda de que había sido así, y todavía lo era, incluso con las facciones deformadas por la ira-. Por tanto, podías escoger entre los hombres de tu distrito, o incluso aspirar a uno de otro. Viste a aquellos ricos y aventureros comerciantes al otro lado del canal, y pensaste que quizá podrías disfrutar de cierta independencia: dirigir los negocios familiares mientras tu marido estaba de viaje, tu propio puesto en el mercado. Supongo que ese fue tu sueño. Sin embargo, no pudo ser, ¿verdad? El casamentero fue a ver a tus padres con una oferta que no podían rechazar. ¿Cuánto pagó Flacucho por ti? ¿Cuánto estuvo dispuesto a pagar por ti el hijo más famoso de Amantlan? Su respuesta fue un gruñido.