– Bueno, tampoco importa. Allí estabas, unida a un plumajero fracasado que te doblaba en edad. Pero eres una chica práctica y procuraste sacar el mayor partido posible. Intentaste apoyarlo mientras trabajaba con Furioso. -Recordé lo que dijo Cangrejo sobre cómo la mujer de Flacucho se preocupaba de llevarle agua y comida mientras trabajaba-. Tuvo que dolerte mucho ver que Flacucho y Caléndula empezaban a intimar. Todas las atenciones que le habías dedicado, todo lo que habías hecho por él, y lo que a él en realidad le interesaba era algo que tú no podías ofrecerle, algo que ni siquiera llegabas a comprender.
La estaba provocando; le contaba lo que yo creía que había ocurrido con la esperanza de que acabara reconociéndolo.
Funcionó. Finalmente me miró; no lo hizo cabizbaja, como una persona que acepta a regañadientes enfrentarse a su acusador, sino con la cabeza erguida para mirarme a la cara. Cuando habló, su voz sonó clara y llena de confianza.
– No tienes ni idea de qué sucedió. ¡Mi marido nunca se acostó conmigo! Era impotente. ¡Al menos lo era conmigo! Pero ella lo quería. El solo creía en todas esas tonterías de los dioses y de los regalos que nos hacían; decía que todo nuestro trabajo debía servir para pagar nuestras deudas con ellos. Pero yo no. Todos creían que ella era muy pía, muy inocente, absolutamente incapaz de decir una mentira o hacer algo deshonesto. Pero ¿sabes qué hizo? ¡Le mintió a su propio padre! Le contó toda aquella patraña de que debían venir a Atecocolecan, para traer a Flacucho aquí, donde nadie se daría cuenta cuando su hermano asumiera su nombre. -Con el rabillo del ojo vi cómo Furioso tensaba los músculos, pero los guerreros lo sujetaban con la misma firmeza que los otros sujetaban a Mariposa. Ella también se dio cuenta y se echó a reír-. ¿Qué pasa, no crees que tu adorada hija estuviese involucrada? ¡Estaba metida en esto hasta el cuello, al igual que todos nosotros!
Miré hacia donde había estado la celda de su cuñada.
– Entonces, ¿por qué la encerraste?
Mariposa echó la cabeza hacia atrás.
– Se enteró de mi relación con Vago. Tenía que pasar, en cuanto estuviéramos todos viviendo en un lugar pequeño. Se puso histérica. ¡Quizá se desquició al saber que yo estaba disfrutando de lo que ella deseaba, y con su propio marido! ¡Amenazó con volver a su casa y contárselo todo a su padre! No podíamos permitir que lo hiciera. Más tarde, cuando se estropeó la prenda y necesitamos a un plumajero para que la reparara… bueno, era lo mejor que podíamos hacer.
Me di cuenta de que había sido un error mirar los ojos de aquella mujer. No había nada en ellos que me diera una pista para entender por qué el emparedamiento, la extorsión, la mutilación y el asesinato eran lo mejor que se podía hacer.
Quizá era tal como había dicho antes. Era una mujer práctica. Me volví hacia Furioso.
– Tú viste los rasguños en el rostro de Vago, y supiste que ella se había resistido. Supongo que eso ayudó a convencerte de que estaba viva, ¿no es así? No creías que ellos la hubiesen estrangulado o matado de un golpe en la cabeza.
– Me hubiera dado lo mismo -murmuró el plumajero-. Hubiese hecho cualquier cosa si con ello conseguía que me la devolvieran. Eso lo comprendes, ¿verdad?
Exhalé un suspiro.
– Así que reparaste la prenda. Sin embargo, no dio resultado, ¿verdad?
– ¡No fue culpa mía! -gritó Furioso, en una ridícula actitud defensiva-. ¡Hice mi parte! El muy cabrón vino, la recogió y eso fue todo. ¡Ni siquiera me dio las gracias! En aquel momento ella tendría que haber vuelto. Me dijo que la enviaría en cuanto regresara a su casa. ¡Le creí!
– Lo sé. -Agaché la cabeza, incapaz de enfrentarme a la mirada del viejo. Ya había olvidado sus amenazas. Solo podía rezar a los dioses para que nunca llegara a saber cómo era sentir tanta desesperación-. Pero él nunca regresó a su casa, ¿verdad? Luego oíste el rumor de que habían encontrado muerto a Flacucho, y que no había ni rastro de la prenda.
– ¿Dices que ella no lo mató? -preguntó León. Se había acercado y miraba a Mariposa; en su expresión se mezclaban el desconcierto y la admiración. Supongo que nunca se había cruzado con alguien como ella.
– No -respondí-. No tenía ningún motivo para hacerlo. Al contrario; lo necesitaba vivo para mantener el engaño de que era Flacucho. En cualquier caso, eran amantes. Está de duelo, no tienes más que mirarle el pelo, y no es por su marido.
– Entonces, ¿quién lo hizo? -exclamó mi hermano-. ¿Por qué?
Furioso mantenía el rostro oculto detrás de sus manos. Le temblaban ligeramente. Encerrado en su propio mundo de remordimiento y pena, parecía ajeno a todo lo que decíamos.
Fue Mariposa quien se encargó de responder a la pregunta de León, al soltar una rápida exclamación y después mirarnos fijamente.
¿Qué me había dicho Moctezuma? «El ladrón se vistió con el atavió porque quería. El atavío de un dios tiene su propio poder. El hombre que lo viste adopta la forma del dios, y sus atributos. Se convierte en un dios.»
«Es como un ídolo al que habría que rezarle», había afirmado otra persona.
– Siguió vistiendo la maldita prenda -murmuré.
– ¿Quién?
– Vago, por supuesto. Por eso murió. -Me volví hacia la puerta de salida del patio-Es hora de irnos. Falta poco para el mediodía. ¡Quiero devolverle la prenda a Moctezuma antes de que mi amo suelte de nuevo a los otomíes!
– ¡Un momento! -gritó León-. ¿Qué hago con todos estos? ¿Qué pasa con el chico? ¿Qué…?
Detrás de mi hermano se oyó algo que sonó como el rugido de una fiera.
León se quedó rígido. Tardó un momento en volverse; yo tardé más o menos lo mismo en mirar por encima de su hombro y darme cuenta de lo que estaba pasando, y prácticamente el mismo para que todo se acabara.
Furioso se había soltado. De dónde había sacado la fuerza y qué combinación de dolor y furia la había liberado era algo que solo podía intuir, pero sus guardias estaban de rodillas, con las manos en la cabeza y con una expresión atontada. El plumajero había golpeado la cabeza de uno contra la del otro y después se había lanzado contra Mariposa.
Los hombres que la custodiaban tardaron un momento en reaccionar: el gigantón corrió hacia ellos con una expresión asesina. Entonces los guerreros soltaron a la prisionera, y Mariposa echó a correr. Se dirigió hacia el interior de la casa, hacia la habitación donde había estado Caléndula, o mejor dicho, a la montaña de escombros y vigas rotas que era lo único que quedaba. Al ver que por ese lado no había salida, se detuvo y se giró.