Amagué seguirlo, pero algo tironeó de mi capa. Miré hacia abajo. Cangrejo estaba un escalón más abajo y tiraba tímidamente del dobladillo de la tela.
– Yo tenía razón, ¿verdad? -le dije-. Tartamudo es tu amigo de la Casa de las Lágrimas.
– Déjame que hable con él -rogó el chico-. Me has traído aquí para esto, ¿verdad?
Observé un momento su rostro ansioso, luego miré hacia la entrada y me aparté.
No entró, porque el templo era un lugar prohibido para todos excepto para los sacerdotes de Coyotl Inahual. Se detuvo en el umbral y habló con voz dulce al chico que se refugiaba en el interior. No oí qué decía, pero al cabo de unos momentos Cangrejo se volvió hacia mí.
– Está aquí.
– Lo sé.
Tartamudo tardó un buen rato en sacar del templo el atavío de Quetzalcoatl. Estaba compuesto de numerosos trozos, todos envueltos en tela, y muchos de ellos eran pesados.
El chico los fue depositando a mis pies, como el rey de una ciudad vasalla presenta sus regalos a los recaudadores de tributos del emperador. Esperé a que terminara antes de arrodillarme y desenvolver con reverencia uno de los paquetes cuya forma había despertado mi curiosidad.
En cuanto aparté la tela, me encontré con el rostro del dios. El sol de primera hora de la tarde arrancó destellos de las escamas de turquesa que formaban su piel, cada una con su propio color: azul, verde, negro; todas aparentemente perfectas e irreemplazables.
– La máscara de la serpiente -susurré-. ¡Mirad esas plumas! Furioso hizo un excelente trabajo al reparar la obra maestra de su rival… el monumento de Flacucho. -Era todo lo que quedaba de él. Se me pasó por la mente que quizá era eso lo que siempre había deseado en realidad.
– ¿Có… có… cómo lo has sabido? -preguntó Tartamudo.
– ¿En qué otro lugar podía estar? -Me levanté y me volví para admirar el panorama que había visto la última vez que había estado allí: las de Amantlan y Pochtlan, el canal que las separaba y el puente que lo atravesaba.
León y Espabilado se unieron a nosotros en la cumbre de la pirámide.
– Anteanoche, cuando regresó, ¿lo estabas esperando, o fue un encuentro casual?
– Me… me… me dije que volvería -respondió Tartamudo-. No sabía cuándo. He vigilado el canal desde aquí arriba todas las noches, por si acaso. Entonces apareció, esta vez por el lado de Amantlan, pero de nuevo como antes, pavoneándose con el atavío del dios como si fuese una prenda cualquiera.
– ¿Qué hiciste cuando apareció? ¿Bajaste al puente para decirle que se lo quitara? ¿Qué pasó después?
– ¡No quería matarlo! -gimió el chico-. El… él tenía un cuchillo, una de esas hojas de cobre que usan los plumajeros; era él o yo. De todos modos, fue un accidente. No tendría que haber intentado pelear vestido con esa prenda. Perdió el equilibrio y se golpeó la cabeza contra el borde del puente.
– Tú lo empujaste al agua después de quitarle la prenda -señalé.
– ¡La había profanado! El dios estaba furioso con él. Yo también. Pero no tenía la intención de matarlo. Solo seguí golpeándolo hasta que cayó del puente. ¡En realidad no lo hice yo, fue el dios!
De nuevo recordé las palabras de Moctezuma. Vago se había divertido presentándose como un dios y asustando a la gente. Este joven había creído sinceramente que se convertiría en el dios y sería el instrumento de su voluntad; al final, resultó que el hermano del plumajero había muerto por un exceso de piedad.
Aquella, en cualquier caso, era su explicación. Al recordar las cosas que había hecho Vago, pensé que a mí me bastaba.
– ¿Por qué fuiste a la casa de Atecocolecan? -pregunté.
– Que… que… quería ayudar a Cangrejo. Me había hablado de su prima, de su desaparición y de que su tío parecía creer que su marido y Mariposa tenían algo que ver. Sabía que él había ido a la casa a buscarla. Yo no había podido ir antes porque había estado esperando la aparición de ese hombre…
– Así que en cuanto se te presentó la oportunidad, decidiste que tú también podías jugar un rato a ser un dios.
– ¡Eso fue distinto! -protestó el chico-. ¿Acaso no lo ves? Cangrejo…
– Es verdad -afirmó el sobrino de Furioso-. Yo le conté todo lo que había pasado con Caléndula.
– Oh, no importa -dije, cansado-. Recojamos todos los paquetes y llevémoslos al emperador.
– ¿Por qué cortaste sus ligaduras? -preguntó Espabilado.
– Yo creí que encontraría a Caléndula. Pero lo encontré a él y me dije que si Mariposa y Vago lo tenían prisionero debía dejarle ir. Entonces fue cuando aquella mujer…
– Reviviste la historia de Topiltzin Quetzalcoatl y su hermana, ¿verdad? -musité-. Solo que esta vez fuiste capaz de resistir.
5
– ¿Qué pasa allá abajo?
Mi hermano miraba hacia el puente, donde habíamos dejado a un par de hombres para que vigilaran a Escudo. Parecía haberse producido algo inusitado, y alguien gritaba. Resultaba difícil entender las palabras, pero sonaban como un aviso.
– Por lo que parece el policía ha despertado, eso es todo. Lo sabremos en un momento; ¡ahí viene uno de tus muchachos a decirnos qué ocurre!
Mientras mirábamos al guerrero que corría hacia nosotros, León preguntó:
– ¿Y ahora qué? Veamos, si contamos al sacerdote que está abajo y no contamos a Escudo, tengo cinco prisioneros. ¿Qué propones que haga con ellos?
– Dejar que se marchen, por supuesto.
León casi se cayó de la cumbre de la pirámide.
– ¿Dejar que se marchen? -gritó, escandalizado-. ¿Te has vuelto loco? Estamos hablando de dos muertos, ¿o son tres? Un secuestro, robo, blasfemias, y probablemente otro montón de delitos que ni siquiera tienen nombre, ¿y quieres que los deje marchar a todos?
Mi hermano no era estúpido, pero veía el mundo de una forma muy simple. Recordé que ejecutar a los criminales era una de sus funciones, y para él a todo crimen lo seguía un castigo, de la misma manera que la noche seguía al día.
– Piénsalo, León. ¿A quién más tendrías que arrestar: Bondadoso, Azucena, Espabilado, a mí? Todos estamos metidos en esto de una manera u otra.
– Sí, lo sé, pero…
– En cuanto al robo, la propiedad robada está aquí. El emperador la recuperará, y mientras nadie se vaya de la lengua, no pasará nada. Por supuesto, ha sido maltratada y necesitará algunos arreglos y un repaso. ¿Quién crees que lo hará, con Flacucho muerto?