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– Pero no hay ninguna investigación…

– La habrá. Desde luego que la habrá. Otros investigadores, pistas, cientos de ellas. Pueden pasar muchos años, pero las conclusiones del barón retornarán, y también otras no menos terrible en sus yerros pero igualmente atractivas por su humanidad. No parirán mientras se recuerde a Poe.

– Bien, entonces empezaré por eliminar ésta -dije, y arranqué la primera página en la que había escrito el texto del barón.

– Déjelo -dijo, adelantando la mano.

– ¿Monsieur?

– A ellos no hay que detenerlos. ¿Recuerda lo que dije sobre el barón?

– Debemos ver cuáles son sus errores -dije, con una grande y súbita esperanza renaciendo en mí- para averiguar la verdad.

– Sí. Un ejemplo. Veo en su cuaderno que el barón creía equivocadamente que Poe llegó a Baltimore después de haber sido acosado cuando se dirigía a Nueva York. El barón llegó a esa conclusión tan sólo porque en los periódicos se dijo que Poe se dirigía a Nueva York para arreglarle las cosas a Muddy, madre de su difunta esposa, a fin de que se trasladara a vivir a Virginia con él y su nueva prometida, Elmira Shelton, de Richmond. El barón creyó aquello porque Poe no tomó el tren hacia Nueva York inmediatamente, o sea que había surgido un problema. El barón demuestra la habitual confusión entre un plan que se ha echado a perder y uno que se ha reconsiderado. Prosigamos.

– ¿Proseguir?

Mi corazón batía más aprisa que las palabras de Duponte.

Duponte adoptó una expresión grave.

– Porque usted me encontró, monsieur Clark.

– ¿Qué?

– Usted pregunta por qué me he arriesgado viniendo hoy en lugar de ponerme a salvo. Porque usted me encontró. Estaban buscándome, pero usted me encontró. ¡Buen hombre, hágame el favor!

A esta llamada, entró un mozo con el uniforme del Barnum empujando uno de los baúles para viajes transatlánticos de Duponte, con tan gran esfuerzo que podía haber contenido un cadáver. Era el mismo baúl del que, muy aturdido, saqué el bastón de Malaca. Duponte depositó unas monedas en la mano de aquel hombre por su trabajo y lo despidió, cerrando la puerta de la sala tras él.

– Ahora, por lo que se refiere al barón… ¿Seguimos?

– Monsieur Duponte, quiere usted decir… ¡Hace un momento confesaba que en realidad no vino aquí para resolver los detalles de la muerte de Poe!

– ¡Ingenuo! Las intenciones son irrelevantes para los resultados. Yo nunca dije que no lo hubiéramos resuelto, ¿verdad, monsieur Clark? ¿Listo?

– Listo.

– El barón imagina que los rufianes del puerto persiguieron a Poe hasta que el poeta escapó hacia la casa del doctor N. C. Brooks, donde los mismos villanos provocaron un incendio que casi consumió el edificio. La natural cadena de errores del barón empieza suponiendo que la parada de Poe en Baltimore, como no estaba prevista, no era voluntaria, o sea que no obedecía a un propósito… y así, tan sólo una acción violenta podía explicar la prolongación de su estancia. En realidad, de la prueba del primer destino de Poe, la casa de Brooks, podemos extraer una conclusión enteramente distinta.

Duponte ya había tratado conmigo anteriormente sobre esto.

– Brooks es un conocido redactor y editor -añadí-. Poe buscaba apoyo para su revista, The Stylus, que elevaría el nivel de todas las publicaciones periódicas que siguieran.

– Está usted en lo cierto, aunque se muestra un tanto iluso acerca de sus potenciales efectos. De todos modos, si Poe estaba realmente en peligro en este punto, y lo bastante consciente de ello como para huir, tal como el barón quiso hacernos creer, podía habérselo dicho a un miembro de su familia, por más detestable que le resultara, o incluso a la policía. En lugar de eso, ¡Poe va en busca de un influyente editor de revistas! Ahora podemos borrar a esos rufianes imaginarios de nuestro cuadro y, en lugar de eso, acompañar a Poe a casa del doctor Brooks, a la que acude por propia voluntad. Vamos. Volví a tomar asiento a la mesa de los testigos.

Capítulo 35

– Ha observado usted que el barón estaba decidido a interpretar los últimos días de Poe como el resultado de una secuencia de acontecimientos de violencia creciente. Aquí el barón estaba mirándose a un espejo. Así es como el barón deseaba que la gente viera sus propios problemas. Deseaba exonerar a Poe de toda responsabilidad por su propia muerte, situando la causa de sus desdichas tan sólo en factores externos.

– ¿Está usted diciendo que el incendio de la casa de Brooks no tuvo nada que ver con la búsqueda de refugio por parte de Poe? ¿Fue una coincidencia?

– No tanto, aunque debemos volver del revés la relación que usted establece. La fallida búsqueda de refugio de Poe tiene todo que ver con el incendio de la casa de Brooks, Puesto que sospechamos que Poe se dirigió inmediatamente a esa casa desde el puerto, con su baúl, está clarísimo que contaba con hallar no sólo ayuda literaria sino también una cama.

– Y en lugar de eso descubre que la casa se ha quemado o que aún se está quemando el mismo día y hora de la llegada de Poe, que son datos que desconocemos.

– Sí, y en cualquier caso si el incendio se declaró en el mismo instante de la llegada o dos días antes, eso es salirse del asunto. Y aquí está la dificultad. El doctor John J. Moran, que trató a Poe días después en el hospital, recuerda que Poe no sabía qué estaba haciendo en Baltimore o qué le había ocurrido allí. Las publicaciones antialcohólicas, en su búsqueda de una persuasiva lección que inculcar al público, se sirven de esa circunstancia para sugerir que Poe había empezado a beber, que se había abandonado a una francachela o una borrachera, y esto, según su lógica, explica por qué perdió la noción de lo sucedido en aquellos días.

– ¿Usted no cree que fue así?

– Es un argumento de lo más débil, no precisamente defectuoso pero convertido obsesivamente en defectuoso. Es como si un día usted me ve por la calle y me vuelve a ver una semana más tarad yo le pregunto por unas señas y usted deduce que he estado perdido durante una semana entera. Recordará que ya tratamos de que a Poe le habían ofrecido viajar a Filadelfia para editar un libro de poemas de la señora St. León Loud, por el que le pagarían cien dólares. Uní oferta que sabemos aceptó. Poe escribió a Muddy: «El señor Loud, el marido de la señora St. León Loud, la poetisa de Filadelfia, me visitó el otro día y me ofreció cien dólares para editar los poemas de su esposa. Por supuesto, acepté la oferta. Todo el trabajo no me ocupará más de tres días.» Éstas son las palabras de Poe a principios de a verano, como sabemos por las cartas que luego se publicaron.

»Pero como ya hemos establecido de forma definitiva, Poe estaba en el proceso de reunir más capital para su revista. Y si, como adicionalmente supusimos, Poe añadió una estancia en Baltimore a SU itinerario en el último momento, en busca de aumentar ese capital, y si los fondos de que hubiera podido disponer disminuyeron, no por robo sino por la necesidad de tomar una habitación en un hotel, entonces es muy probable que, con esta oferta de edición todavía en pie en la cercana Filadelfia y su esperada entrevista con el doctor Brooks malograda por el inoportuno incendio, Poe se apresurase a partir hacia Filadelfia para llevar a cabo su trabajo para la vehemente y pudiente poetisa. Más que varios días «perdidos», como les hubiera gustado a los editores antialcohólicos, no cabe duda de que Poe pasó al menos una noche, posiblemente varias, en un hotel de Baltimore antes de poder tomar un tren para Filadelfia. De este modo, cuando Poe le dice al médico del hospital, en su lecho de muerte, que no sabe cómo llegó a Baltimore ni por qué está aquí, se está refiriendo no a SU llegada desde Richmond, un viaje cuyo propósito hubiera conocido fácilmente, sino a una segunda llegada a Baltimore. Un viaje de retorno en un tiempo indefinido, pero tan reciente como el derrumbamiento de Poe la noche antes en el hotel Ryan's o tan tarde como unas horas antes de ese derrumbamiento; un viaje realizado en cierta oscuridad interior, y que resultaba de un viaje a Filadelfia.