– Pero usted ha demostrado, monsieur -le recordé-, examinando el libro de poesía de la señora Loud y el poema sobre su muerte, que Poe no editó los poemas de esa señora, y que al llamarlo «extraño», ella no le había visto en Filadelfia en ningún momento en los días anteriores a su muerte. Usted me hizo observar que ése era sólo el primer documento de dos que lo demostraban. Pero ahora habla del viaje de Poe a Filadelfia. ¿Ha cambiado usted de opinión?
Duponte levantó un dedo.
– Cuidado. Yo no dije que Poe llegara a Filadelfia.
– Usted está en lo cierto: en el pasado aludí a una segunda demostración de que Poe no llegó a Filadelfia, si es que se necesita alguna prueba aparte la que se desprende de las producciones líricas de madame St. León. Recordará ahora que Poe dio instrucciones a Muddy de que le escribiera a Filadelfia como «E. S. T. Grey». ¿Quiere sacar de su cartera esas aparentemente oscuras instrucciones de monsieur Poe?
Así lo hice.
– «Contéstame inmediatamente a Filadelfia. Por temor a que no me llegue la carta, no la firmes ni pongas mi nombre y dirígela a E. S. T. Grey.» -Hice una pausa y dejé la copia-. Monsieur, ¡dígame que tiene una respuesta para este extraño e indescifrable código!
– ¡Código! ¡Extraño! La única cosa cifrada está en los ojos que miran y no comprenden, y así creen que pueden resolver algún rompecabezas.
Duponte levantó la tapa del baúl que le había llevado el mozo. Estaba lleno de periódicos hasta el tope.
– Antes de venir a encontrarme con usted, me he detenido en Glen Eliza. Su criada, Daphne, una doméstica de carácter excelente e ingenio agudo, me permitió muy amablemente trasladar una parte considerable de nuestra colección de periódicos, que había permanecido intacta en su biblioteca los últimos meses. Insinuó que debía aconsejarle a usted que se deshiciera de esos periódicos, pues han hecho imposible la limpieza de aquella habitación. Ahora -dijo volviéndose de nuevo hacia mí-, descríbame, por favor, dónde reside en concreto el misterio de las instrucciones de Poe a su querida Muddy.
Volví a leer en silencio. Por temor a que no me llegue la carta…
– En primer lugar, parece estar poseído por un miedo insólito a no recibir la carta.
– Cierto.
– Y, por añadidura, discurre un elaborado método con el que imagina que podrá evitarlo. ¡Recurriendo, claro está, a este nombre falso, E. S. T. Grey!
– Algunos podrían decir que es nuestro mejor indicio de que Poe, al final, enloqueció y se engañó.
– Entonces, ¿usted no está de acuerdo con eso?
– ¡La afirmación se quedaba corta del todo! Aquello que se escoge, mi buen monsieur Clark, es menos racional y mucho menos predecible de lo que parece, y esto es lo que lo hace tan predecible para el hombre que piensa. Monsieur Poe, deberíamos recordarlo no es un espécimen ordinario; sus decisiones que parecen tan irracionales lo parecen porque, en realidad, son sumamente racionales. Puede sernos de provecho que se nos recuerde adonde se dirige Poe, cuando escribe estas palabras en el otoño de 1849, y dónde recibe SU Suegra sus cartas.
– Eso es bastante fácil. Poe, al escribir, se propone emprender viaje a Filadelfia antes de continuar hacia su casa en Fordham, Nueva York, para recoger a Muddy y llevarla de vuelta a Richmond, donde se casará con Elmira Shelton. Muddy recibe la carta en su casita de campo de Nueva York. Pero, como digo, eso parece bastante fácil.
– Entonces ésa es su respuesta a las insólitas instrucciones de Poe. Usted ha hablado antes de las muchas ciudades donde Poe vivió en su época adulta.
– Después de Baltimore, se mudó con Sissy y Muddy a Richmond, Virginia, donde permaneció varios años. Luego a Filadelfia durante unos seis años. Y, finalmente, en la última etapa de su vida vivía en Nueva York con Muddy.
– ¡Sí! Así pues, como ve, Muddy debía escribir a «E. S. T. Grey».
Miré incrédulo a mi compañero.
– ¡No veo nada en absoluto!
– ¿Por qué, monsieur Clark, rechaza sin más la sencillez del asunto cuando ha quedado descubierto ante nosotros? He tenido la suerte de que en varias ocasiones durante mi estancia usted describió con algunos detalles precisos y exactos los procedimientos de sus oficinas de correos. En el año en cuestión, 1849, si le entendí a usted, en su país las cartas nunca se entregaban en las residencias particulares, sino que quedaban en la oficina de correos de la ciudad, adonde uno podía ir a buscar la correspondencia. Si una carta llega en 1849 a Nueva York para Edgar A. Poe, éste va y la recibe. Si una carta llegaba en 1849 a la oficina de correos de Filadelfia dirigida a «Edgar A. Poe», considere lo que inevitablemente sucedería. El jefe de la oficina, consultando su lista de nombres de los antiguos residentes en la ciudad, y hallando que un nombre figura en esa lista, remitiría la carta a la localidad de residencia actual de esa persona. Lo que es tanto como decir que una carta enviada por Muddy desde Nueva York a Filadelfia dirigida a Edgar A. Poe, al llegar a la oficina de correos de Filadelfia se consideraría una equivocación, y se devolvería instantáneamente a Nueva York.
– ¡Desde luego! -exclamé.
Él prosiguió:
– Dado que Muddy era también una antigua residente en Filadelfia, lo comprendería, y no encontraría extraño en las instrucciones de Poe eso que nos parece tan peculiar a nosotros. El aparentemente estrafalario temor de Poe a no recibir la carta enviada por Muddy a Filadelfia es, en realidad, del todo razonable. Si Edgar Poe se presentaba con su propio nombre en la oficina de correos de Filadelfia, seguro que no habría nada esperándolo, pues esa carta a su nombre ya habría sido devuelta. En cambio, si daba un nombre ficticio, acordado de antemano con su corresponsal, y la carta se remitía a ese nombre, habría de recibirla en su momento.
– Pero ¿qué hay de sus instrucciones a Muddy de que no firmara la carta?
– Poe estaba ansioso. Muddy era su último vínculo familiar. Contéstame inmediatamente, dice. Recibir esa carta es esencial, y aquí manifiesta algún exceso de celo, una vez más no de falta de lógica, sino de excesiva racionalidad. Sabe que, en el proceso de doblar y sellar una carta, la firma y la dirección pueden confundirse. Si tal confusión se producía, y el jefe de correos de Filadelfia creía, equivocadamente, que la carta iba dirigida a Maria Clemm, en lugar de estar firmada por ella, esa carta tomaría de nuevo el camino directamente a Nueva York. Usted pudo darse cuenta de que monsieur Poe se mostraba por lo general ansioso respecto al correo, en la correspondencia que usted mantuvo ocasionalmente con él, cuando en varios puntos expresa preocupación porque una carta se pierda o vaya a una dirección equivocada. «En una de cada diez ocasiones la carta se ha perdido, por eso soy muy cuidadoso en esos asuntos», escribe una vez (si no recuerdo mal), refiriéndose a alguien que no había respondido a una de sus cartas. También sabemos, por la biografía de Poe, que su primer e infame desengaño amoroso se produjo porque sus cartas de joven, nunca llegaron a su amor, Elmira; y que otro noviazgo primerizo, el que mantuvo con su prima Elizabeth Herring, se rompió cuando Henry Herring leyó las cartas, que contenían poesías suyas. Así pues, la confusión sobre el destino de la carta, la ansiedad de quién la tiene y la asombrosa variedad de vericuetos por los que el destinatario de una carta puede ser confundido, dan tema para uno de los mejores cuentos de monsieur Poe de raciocinación y análisis, con el que me consta que está usted bien familiarizado.