– Pero si trató de hacerlo y no lo consiguió, ¿qué sucedió?
– Recuerde lo que hemos dicho de los hábitos de Poe en materia de bebida.
– Sí. Que Poe no era un bebedor sino que por su constitución no toleraba la bebida hasta un grado desconocido para la mayoría. El hecho de que la entera naturaleza de Poe pudiera verse trastornada por un solo vaso de vino, como atestiguaron numerosas personas que lo conocieron bien, no indicaba que Poe se embriagara habitualmente, sino todo lo contrario: que Poe poseía una rara sensibilidad. Demasiadas personas, en lugares y momentos distintos, han atestiguado este hecho para que uno crea que es una simple excusa cortés de sus amigos. Un vaso, hemos sabido, bastaba para producirle un terrible ataque de insensibilidad que podía llevarlo a observar una conducta impredecible e incontrolada. ¿Pudo haber ocurrido eso antes de su llegada a Filadelfia? -pregunté.
– Considerémoslo un momento. Ahora hemos conjeturado, utilizando la información disponible, que con toda probabilidad Poe intentó viajar a Filadelfia y que, pese a tener ese propósito, no llegó a hacerlo. Sigue planteada la pregunta de cómo regresa Poe a Baltimore. El barón, si su razonamiento llegó hasta este punto, planteó una suposición, sin duda: a saber, que una vez Poe hubo montado en el tren hacia Filadelfia, un matón lo acosó y lo obligó, por algún motivo inconcebible y perverso, a regresar en otro tren a Baltimore, donde Poe acabó siendo encontrado. El barón se muestra romántico de la misma manera que los autores de cuentos de amor y los dibujantes. No tendría ningún sentido para un asaltante de cualquier tipo meter a Poe en un tren hacia Baltimore.
»Pero esto no significa que alguien más, alguien carente de motivaciones perversas, no lo hiciera. De hecho, es una actividad que lleva a cabo regularmente un revisor de ferrocarril, por diversas razones, cuando se encuentra con personas revoltosas, inconscientes enfermas, con polizones y demás. Mucho más probable que se encontrara con un transgresor como ése en el tren alguien que, como Poe, había vivido previamente tanto en el punto de origen, Baltimore, como en el de destino, Filadelfia, era encontrarse con un conocido que viajara por la misma ruta.
»No es mucho más que una suposición, dirá usted, pero a veces eso es todo lo que hay, monsieur Clark, para dar sentido a los acontecimientos. Consideramos esa palabra como algo inferior a las prácticas ensayadas del razonamiento, pero, de hecho, suponer es uno de los más elevados e indestructibles poderes de la mente humana un arte mucho más interesante que el razonamiento o la demostración, porque nos llega directamente de la imaginación.
»Ahora imaginaremos que Poe se encuentra con un conocido, antes que con un enemigo; y que ese conocido, naturalmente alguien que conoce a Poe pero no de manera íntima, lo invita a beber en el tren o en una estación intermedia. Podemos imaginar a Poe, esperando quizá obtener más apoyo financiero para su revista, aceptando la invitación, por la insistencia de este potencial benefactor, de un vaso. Sin duda la proposición provenía de alguien no lo bastante familiarizado con el Poe adulto para ignorar sus problemas con la ingestión de alcohol. Tal vez un amigo de la infancia o, supongamos, un condiscípulo de West Point puesto que, más que los miembros de ninguna otra institución, los antiguos militares es probable que estén repartidos por los diferentes estados. O acaso un condiscípulo anterior, de los tiempos de Poe en la universidad. Quizá hayamos sabido ya el nombre de uno de esos compañeros de clase por los datos que hemos reunido.
– ¡Z. Collins Lee! -dije-. Era compañero de universidad de Poe, y ahora es fiscal del distrito. Fue el cuarto hombre que asistió al entierro.
– Monsieur Lee es una posibilidad interesante, un asistente al entierro del que hemos examinado a los otros tres, cuya identidad hemos averiguado con más rapidez. Considere esto. Además del guardián, el señor Spence, el empresario de pompas fúnebres, el sepulturero y el ministro, exactamente cuatro hombres integraban el acompañamiento de la breve ceremonia fúnebre de Poe.
– Sí. El doctor Snodgrass, Neilson Poe, Henry Herring y el señor Z. Collins Lee. Ésos fueron todos los que asistieron.
– Piense qué tienen en común los primeros tres acompañantes, monsieur Clark: que conocían a Poe, por supuesto. Pero eso podría aplicarse a mucha gente en Baltimore; ciertamente a más de cuatro individuos, pues Poe vivió en esta ciudad varios años. Antiguos maestros, amantes, amigos y otros parientes. No. El hecho más notable en común era que cada uno de los tres intervino de algún modo en los días finales de Poe. Monsieur Herring se hallaba en el hotel Ryan's, donde Poe fue descubierto y adonde, después, Snodgrass fue llamado para auxiliarlo. Y Neilson Poe estuvo presente en el hospital después de habérsele notificado la situación de su primo. El funeral no fue anunciado con antelación en los periódicos ni por otros medios y, sin duda, esos tres caballeros habrían podido reunir a más personas en el sepelio si hubieran querido.
»¿No debemos pensar, pues, como algo muy probable, sabiendo lo que tienen en común los otros tres asistentes, que nuestro Z. Collins Lee también hubiera visto a Poe en algún momento en sus últimos días antes de su muerte? Lee es un hombre rico, y por supuesto tan buen candidato como cualquiera para haber estado en el tren y, recordando los días de universidad, que siempre son más bien de relajación, tomara un solo vaso con Poe. Éste, por su parte, sabía que monsieur Lee era una persona influyente en el mundo del Derecho, y pudo tratar de mostrarse sociable con él para solicitarle el necesario apoyo para la campaña de su revista. Si es así, ello explicaría instantáneamente dos hechos: no sólo el incidente del tren, sino la presencia de monsieur Lee en el entierro del que tan pocas personas tenían noticia. Continúo. Tras su encuentro, Poe sufre un ataque de lo que usted denomina insensibilidad, a causa de ese único momento de debilidad. Esto es lo que nuestro otro grupo antialcohólico, los Hijos de la Templanza de Richmond, a los que su monsieur Benson pertenecía, se negó a aceptar en tanto no completara su investigación. Deseaban que Poe no bebiera una gota tanto como otros agentes de la templanza deseaban que sí se bebiera un barril. Por eso le pareció a usted que monsieur Benson ocultaba algo. Sin duda había descubierto, tras su llegada a Baltimore inmediatamente después de la muerte de Poe, ese pequeño incidente.
– Pero ¡qué dice! Volvamos al vaso del tren. Ese amigo -dije indignado-, ya fuera el señor Collins Lee o alguno desconocido para nosotros, ¿cuida de Poe cuando se siente enfermo?
– Si, como podríamos considerar, ese amigo no sabe nada de la especial circunstancia de Poe en relación con la bebida, y si Poe, cohibido por ello, intenta en lo posible imponerse a su degradación mental y racional en aras de su dignidad personal, entonces el amigo puede marcharse sin percibir indicios, o percibirlos en grado mínimo, de que deja tras de sí a una persona en apuros. Aunque Poe pudiera sentirse abandonado a raíz de ese incidente, eso difícilmente podría saberlo el inocente conocido. Un hombre como Z. Collins Lee, un ocupadísimo abogado, tan sólo podría descubrir que algo no fue bien días más tarde, al encontrarse con su colega Neilson Poe, ante el que mencionó que había visto a su primo. Recuerde por un momento, si puede, cómo responde el poeta cuando el doctor Moran, en el hospital de Baltimore, creyendo calmar a su desdichado paciente, le promete encontrar a sus amigos.
– ¡Lo mejor que podría hacer mi mejor amigo sería volarme los sesos con una pistola!