Sin embargo, no me sentía atraído por Jolenta como me sintiera atraído por Agia; no la amaba como había amado a Thecla; y no deseaba la intimidad de pensamiento y sentimiento que había nacido entre Dorcas y yo, ni la creía posible. Como todo hombre que alguna vez la vio, la deseé, pero de la manera en que se desea a una mujer pintada en un cuadro. Y aun cuando la admirara (como lo había hecho la noche anterior en el escenario), no podía dejar de ver con cuánta torpeza andaba, ella, que inmóvil parecía tan graciosa. Esos muslos redondeados se rozaban entre sí, esa carne admirable pesaba en ella al punto que llevaba su voluptuosidad como otra mujer hubiera llevado un niño en el vientre. Cuando estuvo de vuelta, con unas gotas de agua clara brillándole en las pestañas y la cara tan pura y perfecta como la curva del arco iris, sentí como si todavía me encontrara solo.
—…dije que había fruta, si quiere. Anoche el doctor hizo que guardara un poco para el desayuno. —Estaba ronca, y parecía que le faltara el aliento. Yo la escuchaba como si fuera música.
—Lo siento —dije—. Estaba pensando. Sí, me gustaría comer algo de fruta. Muchas gracias.
—No se la traeré. Tendrá que ir usted mismo a buscársela. Está allí, detrás de ese soporte de armadura.
Lo que señalaba era en realidad una tela estirada sobre un marco de alambre plateado. Detrás de ella encontré un viejo cesto con uvas, una manzana y una granada.
—También a mí me gustaría comer un poco —dijo Jolenta—. Unas uvas, tal vez.
Se las alcancé, y pensando que Dorcas preferiría la manzana, la puse cerca de ella y escogí para mí la granada.
Jolenta sostuvo las uvas en alto.
—Cultivadas bajo vidrio por el hortelano de algún exultante… es demasiado temprano para que sean naturales. No creo que esta vida de cómico ambulante vaya a resultar tan mala, después de todo. Y además recibo la tercera parte del dinero.
Le pregunté si no había salido antes de gira con el doctor y el gigante.
—Usted no me recuerda ¿verdad? Creo que no. —Se metió una uva en la boca, y me pareció que se la tragaba entera.— No, nunca. Hubo un ensayo anterior, pero con esa muchacha incluida tan de pronto en la historia, tuvimos que cambiarlo todo.
—Con seguridad que yo alteré las cosas más que ella. Casi no apareció.
—Sí, pero usted tenía que aparecer. El doctor Talos interpretaba los papeles de usted mientras ensayábamos, además de los suyos, y me comunicó lo que usted debía decir.
—Dependía entonces de que nos encontráramos.
El mismo doctor se incorporó entonces, casi con un estallido. Parecía del todo despierto.
—Pues claro, claro. Le dijimos dónde nos encontraríamos cuando desayunamos, y si no hubiera aparecido anoche, habríamos representado «Grandes Escenas De», y hubiéramos esperado a otro día. Jolenta, ahora no recibirás la tercera parte de lo recaudado, sino la cuarta; es justo que lo compartamos con la otra mujer.
Jolenta se encogió de hombros y tragó otra uva.
—Despiértela ahora, Severian. Tenemos que marcharnos. Yo despertaré a Calveros. Luego empacaremos y repartiremos el dinero.
—No iré con usted —dije.
El doctor Talos me miró sorprendido.
—Tengo que volver a la ciudad. He de atender un asunto con la Orden de las Peregrinas.
—Entonces puede quedarse con nosotros hasta que lleguemos al camino principal. Será la forma más rápida de volver. —Quizá porque no me hizo preguntas, sentí que sabía más de lo que parecía saber.
Sin tener en cuenta nuestra conversación, Jolenta ahogó un bostezo.
—Tendré que dormir algo más antes de esta noche, o mis ojos no lucirán tan bien como sería necesario.
—Lo haré —dije—, pero me marcharé cuando lleguemos al camino.
El doctor Talos ya estaba despertando al gigante, sacudiéndolo y golpeándole los hombros con el bastón.
—Como desee —dijo, pero no supe si hablaba con Jolenta o conmigo. Le acaricié a Dorcas la frente y le susurré que era hora de ponernos en marcha.
—¿Por qué me despertaste? Estaba soñando el más bello de los sueños… Era tan real.
—También yo… antes de despertar, quiero decir.
—¿Hace mucho que has despertado, entonces? ¿Esa manzana es para mí?
—Me temo que será todo tu desayuno.
—Es todo lo que me hace falta. Mírala, qué redonda es, qué roja. ¿Cómo es aquello de «Rojo como las manzanas…» No lo recuerdo. ¿Quieres un mordisco?
—Ya he comido. Una granada.
—Pude suponerlo por las manchas que tienes en la boca. Creí que habrías estado chupando sangre toda la noche. —Me mostré sin duda desagradablemente sorprendido, porque en seguida añadió:— Bueno, parecías un murciélago negro inclinado sobre mí.
Calveros estaba sentado ahora, y se frotaba los ojos con las manos como un niño desdichado. Dorcas le dijo por sobre el fuego: —Es terrible tener que levantarse tan temprano ¿no es cierto, don? ¿También usted soñaba?
—Ningún sueño —respondió Calveros—. Nunca sueño. —(El doctor Talos me miró y sacudió la cabeza como diciendo: Muy poco saludable.} —Le daré algunos de los míos, entonces. Severian dice que también él tiene muchos.
Aunque despierto por completo, Calveros se quedó mirándola extrañado. —¿Quién es usted?
—Yo… —Dorcas se volvió hacia mí, asustada.
—Dorcas —dije yo.
—Sí, Dorcas. ¿No lo recuerda? Nos conocimos detrás del telón, anoche. Usted… su amigo nos presentó y dijo que yo no debía tenerle miedo porque sólo fingía lastimar a la gente. En el espectáculo. Yo dije que lo entendía, porque Severian hace cosas terribles, pero en realidad es tan bueno… —Dorcas volvió a mirarme.— Tú lo recuerdas, Severian, ¿no?
—Pues claro. No creo que tengas que preocuparte por Calveros sólo porque lo ha olvidado. Es corpulento, lo sé, pero esa talla es como mis ropas fulígenas… le hace parecer mucho peor de lo que es.
Calveros le dijo a Dorcas: —Tiene usted una magnífica memoria. Me gustaría poder recordarlo todo de ese modo. —La voz le resonaba como un rodar de piedras pesadas.
Mientras hablábamos, el doctor Talos había traído la caja con el dinero. La hizo resonar para interrumpir nuestra conversación.
—Venid, amigos, os he prometido una distribución justa y equitativa de los beneficios de nuestra representación, y cuando eso se haya acabado, será hora de ponernos en camino. Vuélvete, Calveros, y extiende la manos sobre tu regazo. Sieur Severian, señoras, ¿queréis acercaros también?
Yo había notado, por supuesto, que cuando habló de repartir las contribuciones de la noche anterior, el doctor había especificado que serían divididas en cuatro partes; pero yo había supuesto que quien no recibiría nada sería Calveros, pues parecía el esclavo del doctor. Ahora, sin embargo, después de revolver el contenido de la caja, el doctor Talos puso un brillante asirni en las manos del gigante, me dio otro a mí, un tercero a Dorcas y un puñado de oricretas a Jolenta; luego empezó a distribuir oricretas de una en una.
—Notaréis que hasta ahora todo es dinero legítimo —dijo—. Lamento informaros que hay aquí además un número bastante crecido de monedas dudosas. Cuando la especie no sujeta a duda se haya acabado, cada uno de vosotros tendrá su parte de ellas.