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- Entonces tenia diez anos, papa, y aquello era un juego de ninos.

Mi padre me miro como si le hubiese apunalado.

- Y ahora tienes catorce, y no solo sigues siendo un nino, eres un nino que se cree un hombre. Vas a llevarte muchos disgustos en la vida, Daniel. Y muy pronto.

En aquellos dias yo queria creer que a mi padre le dolia que pasase tanto tiempo con los Barcelo. El librero y su sobrina vivian en un mundo de lujos que mi padre apenas podia olfatear. Pensaba que le molestaba que la criada de don Gustavo se comportase conmigo como si fuese mi madre y que le ofendia que yo aceptase que alguien pudiera desempenar aquel papel. A veces, mientras yo andaba por la trastienda haciendo paquetes o preparando un envio, oia a algun cliente bromear con mi padre.

- Sempere, usted lo que tiene que hacer es buscarse una buena chavala, que ahora sobran viudas de buen ver y en la flor de la vida, ya me entiende usted. Una buena moza le arregla a uno la vida, amigo mio, y le quita veinte anos de encima. Lo que no puedan un par de tetas...

Mi padre nunca respondia a estas insinuaciones, pero a mi cada vez me parecian mas sensatas. En una ocasion, en una de nuestras cenas que se habian transformado en combates de silencios y miradas robadas, saque el tema a relucir. Creia que si era yo quien lo sugeria, facilitaria las cosas. Mi padre era un hombre bien parecido, de aspecto pulcro y cuidado, y me constaba que mas de una mujer en el barrio lo veia con buenos ojos.

- A ti te ha resultado muy facil encontrar una sustituta para tu madre -replico con amargura-. Pero para mi no la hay y no tengo interes alguno en buscarla.

A medida que pasaba el tiempo, las insinuaciones de mi padre y de la Bernarda, e incluso de Barcelo, empezaron a hacer mella en mi. Algo en mi interior me decia que estaba metiendome en un camino sin salida, que no podia esperar que Clara viese en mi mas que a un muchacho al que llevaba diez anos. Sentia que cada dia se me hacia mas dificil estar junto a ella, sufrir el roce de sus manos o llevarla del brazo cuando paseabamos. Llego un punto en que la mera proximidad con ella se traducia en casi un dolor fisico. A nadie se le escapaba este hecho, y menos que a nadie a Clara.

- Daniel, creo que tenemos que hablar -me decia-. Yo creo que no me he portado bien contigo...

Nunca le dejaba acabar sus frases. Salia de la habitacion con cualquier excusa y huia. Eran dias en que crei estar enfrentandome al calendario en una carrera imposible. Temia que el mundo de espejismos que habia construido en torno a Clara se acercase a su fin. Poco imaginaba yo que mis problemas apenas habian empezado.

MISERIA Y Compania (1950-1952)

7

El dia de mi dieciseis cumpleanos conjure la peor de cuantas ocurrencias funestas habia alumbrado a lo largo de mi corta existencia. Por mi cuenta y riesgo, habia decidido organizar una cena de cumpleanos e invitar a Barcelo, a la Bernarda y a Clara. Mi padre opinaba que aquello era un error.

- Es mi cumpleanos -replique cruelmente-. Trabajo para ti todos los demas dias del ano. Al menos por una vez, dame el gusto.

- Haz lo que quieras.

Los meses precedentes habian sido los mas confusos de mi extrana amistad con Clara. Ya casi nunca leia para ella. Clara rehuia sistematicamente cualquier ocasion que implicase quedarse a solas conmigo. Siempre que la visitaba, su tio estaba presente fingiendo leer el diario, o la Bernarda se materializaba trajinando por el foro y lanzandome miradas de soslayo. Otras veces, la compania venia en forma de una o varias de las amigas de Clara. Yo las llamaba las Hermanas Anisete, siempre tocadas de un recato y un semblante virginal, patrullando las proximidades de Clara con un misal en la mano y una mirada policial que mostraba sin tapujos que yo estaba de sobra, que mi presencia avergonzaba a Clara y al mundo. El peor de todos, sin embargo, era el maestro Neri, cuya infausta sinfonia seguia inconclusa. Era un tipo atildado, un ninato de San Gervasio que pese a darselas de Mozart, a mi, rezumando brillantina, me recordaba mas a Carlos Gardel. De genio yo solo le encontraba la mala baba. Le hacia la rosca a don Gustavo sin dignidad ni decoro, y flirteaba con la Bernarda en la cocina, haciendola reir con sus ridiculos regalos de bolsas de peladillas y pellizcos en el culo. Yo, en pocas palabras, le detestaba a muerte. La antipatia era mutua. Neri siempre aparecia por alli con sus partituras y su arrogante ademan, mirandome como si fuese un grumetillo indeseable y poniendo toda clase de reparos a mi presencia.

- Nino, ?tu no tienes que irte a hacer los deberes?

- ?Y usted, maestro, no tenia una sinfonia que acabar?

Al final, entre todos podian conmigo y yo me largaba cabizbajo y derrotado, deseando haber tenido la labia de don Gustavo para poner a aquel engreido en su sitio.

El dia de mi cumpleanos, mi padre bajo al horno de la esquina y compro el mejor pastel que encontro. Dispuso la mesa en silencio, colocando la plata y la vajilla buena. Encendio velas y preparo una cena con los platos que suponia mis favoritos. No cruzamos palabra en toda la tarde. Al anochecer, mi padre se retiro a su habitacion, se enfundo su mejor traje y regreso con un paquete envuelto en papel de celofan que coloco en la mesita del comedor. Mi regalo. Se sento a la mesa, se sirvio una copa de vino blanco, y espero. La invitacion decia que la cena era a las ocho y media. A las nueve y media todavia estabamos esperando. Mi padre me observaba con tristeza sin decir nada. A mi me ardia el alma de rabia.

- Estaras contento -dije-. ?Es esto lo que querias?

- No.

La Bernarda se presento media hora mas tarde. Traia una cara de funeral y un recado de la senorita Clara. Me deseaba muchas felicidades, pero sentia no poder asistir a mi cena de cumpleanos. El senor Barcelo se habia tenido que ausentar de la ciudad durante unos dias por asuntos de negocios y Clara se habia visto obligada a cambiar la hora de su clase de musica con el maestro Neri. Ella habia venido porque era su tarde libre.

- ?Clara no puede venir porque tiene una clase de musica? -pregunte, atonito.

La Bernarda bajo la vista. Estaba casi llorando cuando me tendio un pequeno paquete que contenia su regalo y me beso ambas mejillas.

- Si no le gusta, se puede cambiar -dijo.

Me quede a solas con. mi padre, contemplando la vajilla buena, la plata y las velas consumiendose en silencio.

- Lo siento, Daniel -dijo mi padre.

Asenti en silencio, encogiendome de hombros.

- ?No vas a abrir tu regalo? -pregunto.

Mi unica respuesta fue el portazo que di al salir. Baje las escaleras con furia, sintiendo los ojos rebosando lagrimas de ira al salir a la calle desolada, banada de luz azul y de frio. Llevaba el corazon envenenado y la mirada me temblaba. Eche a andar sin rumbo, ignorando al extrano que me observaba inmovil desde la Puerta del Angel. Vestia el mismo traje oscuro, su mano derecha enfundada en el bolsillo de la chaqueta. Sus ojos dibujaban briznas de luz a la lumbre de un cigarro. Cojeando levemente, empezo a seguirme.

Anduve callejeando sin rumbo durante mas de una hora hasta llegar a los pies del monumento a Colon. Cruce hasta los muelles y me sente en los peldanos que se hundian en las aguas tenebrosas junto al muelle de las golondrinas. Alguien habia fletado una excursion nocturna y se podian oir las risas y la musica flotando desde la procesion de luces y reflejos en la darsena del puerto. Recorde los dias en que mi padre y yo haciamos la travesia en las golondrinas hasta la punta del espigon. Desde alli podia verse la ladera del cementerio en la montana de Montjuic y la ciudad de los muertos, infinita. A veces yo saludaba con la mano, creyendo que mi madre seguia alli y nos veia pasar. Mi padre repetia mi saludo. Hacia ya anos que no embarcabamos en una golondrina, aunque yo sabia que el a veces iba solo.