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- Una buena noche para el remordimiento, Daniel -dijo la voz desde las sombras-. ?Un cigarrillo?

Me incorpore de un brinco, con un frio subito en el cuerpo. Una mano me ofrecia un pitillo desde la oscuridad.

- ?Quien es usted?

El extrano se adelanto hasta el umbral de la oscuridad, dejando su rostro velado. Un halito de humo azul brotaba de su cigarrillo. Reconoci al instante el traje negro y aquella mano oculta en el bolsillo de la chaqueta. Los ojos le brillaban como cuentas de cristal.

- Un amigo -dijo-. O eso aspiro a ser. ?Cigarrillo?

- No fumo.

- Bien hecho. Lamentablemente, no tengo nada mas que ofrecerte, Daniel.

Su voz era arenosa, herida. Arrastraba las palabras y sonaba apagada y remota, como los discos de setenta y ocho revoluciones por minuto que coleccionaba Barcelo.

- ?Como sabe mi nombre?

- Se muchas cosas de ti. El nombre es lo de menos.

- ?Que mas sabe?

- Podria avergonzarte, pero no tengo ni el tiempo ni las ganas. Baste decir que se que tienes algo que me interesa. Y estoy dispuesto a pagarte bien por ello.

- Me parece que se equivoca usted de persona.

- No, yo nunca me equivoco de persona. Para otras cosas si, pero nunca de persona. ?Cuanto quieres por el?

- ?Por el que?

- La Sombra del Viento.

- ?Que le hace pensar que lo tengo?

- Eso esta fuera de la discusion, Daniel. Es solo una cuestion de precio. Hace mucho que se que lo tienes. La gente habla. Yo escucho.

- Pues debe de haber oido mal. Yo no tengo ese libro. Y si lo tuviera, no lo venderia.

- Tu integridad es admirable, sobre todo en esta epoca de monaguillos y lameculos, pero conmigo no hace falta que hagas comedia. Dime cuanto. ?Mil duros? A mi el dinero me trae sin cuidado. El precio lo pones tu.

- Ya se lo he dicho: ni esta en venta, ni lo tengo -replique-. Se ha equivocado usted, ya lo ve.

El extrano permanecio en silencio, inmovil, envuelto en el humo azul de aquel cigarrillo que nunca parecia acabarse. Note que no olia a tabaco, sino a papel quemado. Papel bueno, de libro.

- Quiza seas tu el que se este equivocando ahora -sugirio.

- ?Me esta amenazando? -Probablemente.

Trague saliva. Pese a mi bravata, aquel individuo me tenia totalmente aterrorizado.

- ?Y puedo saber por que esta usted tan interesado?

- Eso es asunto mio.

- Mio tambien, si me amenaza usted para que le venda un libro que no tengo.

- Me caes bien, Daniel. Tienes agallas y pareces listo. ?Mil duros? Con eso puedes comprar muchisimos libros. Libros buenos, no esa basura que guardas con tanto celo. Venga, mil duros y quedamos tan amigos.

- Usted y yo no somos amigos.

- Si lo somos, pero tu no te has dado cuenta todavia. No te culpo, con tantas cosas en la cabeza. Como tu amiga, Clara. Por una mujer asi, cualquiera pierde el sentido comun.

La mencion a Clara me helo la sangre.

- ?Que sabe usted de Clara?

- Me atreveria a decir que se mas que tu, y que te convendria olvidarla, aunque ya se que no lo haras. Yo tambien he tenido dieciseis anos...

Una terrible certeza me golpeo de subito. Aquel hombre era el extrano que abordaba a Clara por la calle, de incognito. Era real. Clara no habia mentido. El individuo dio un paso al frente. Me retire. No habia sentido tanto miedo en la vida.

- Clara no tiene el libro, mas vale que lo sepa. No se atreva a tocarla otra vez.

- Tu amiga me trae sin cuidado, Daniel, y algun dia compartiras mi sentir. Lo que quiero es el libro. Prefiero obtenerlo por las buenas y que nadie salga perjudicado. ?Me explico?

A falta de mejores ideas me lance a mentir como un bellaco.

- Lo tiene un tal Adrian Neri. Musico. A lo mejor le suena.

- No me suena de nada, y eso es lo peor que se puede decir de un musico. ?Seguro que no te has inventado a este tal Adrian Neri?

- Que mas quisiera yo.

- Entonces, ya que parece que sois tan buenos amigos, a lo mejor tu puedes persuadirle para que te lo devuelva. Estas cosas, entre amigos, se solucionan sin problemas. ?O prefieres que se lo pida a tu amiga Clara? Negue.

- Hablare con Neri, pero no creo que me lo devuelva, o que lo tenga todavia -improvise-. ?Y usted para que quiere el libro? No me diga que para leerlo.

- No. Me lo se de memoria.

- ?Es usted un coleccionista?

- Algo parecido.

- ?Tiene usted mas libros de Carax?

- Los he tenido en algun momento. Julian Carax es mi especialidad, Daniel. Recorro el mundo buscando sus libros.

- ?Y que hace con ellos si no los lee?

El extrano emitio un sonido sordo, agonico. Tarde unos segundos en comprender que se estaba riendo.

- Lo unico que debe hacerse con ellos, Daniel -replico.

Extrajo entonces una cajetilla de fosforos del bolsillo. Tomo uno y lo prendio. La llama ilumino por primera vez su semblante. Se me helo el alma. Aquel personaje no tenia nariz, ni labios, ni parpados. Su rostro era apenas una mascara de piel negra y cicatrizada, devorada por el fuego. Aquella era la tez muerta que habia rozado Clara.

- Quemarlos -susurro, la voz y la mirada envenenadas de odio.

Un soplo de brisa apago la cerilla que sostenia en los dedos, y su rostro quedo de nuevo oculto en la oscuridad.

- Volveremos a vernos, Daniel. A mi nunca se me olvida una cara y creo que a ti, desde hoy, tampoco -dijo pausadamente-. Por tu bien, y por el de tu amiga Clara, confio en que tomes la decision correcta y aclares este tema con el tal senor Neri, que por cierto tiene nombre de ninato. Yo no me fiaria ni un pelo de el.

Sin mas, el extrano se dio la vuelta y partio hacia los muelles, una silueta evaporandose en la oscuridad envuelta en su risa de trapo.

8

Un manto de nubes chispeando electricidad cabalgaba desde el mar. Hubiera echado a correr para guarecerme del aguacero que se avecinaba, pero las palabras de aquel individuo empezaban a hacer su efecto. Me temblaban las manos y las ideas. Alce la vista y vi el temporal derramarse como manchas de sangre negra entre las nubes, cegando la luna y tendiendo un manto de tinieblas sobre los tejados y fachadas de la ciudad. Intente apretar el paso, pero la inquietud me carcomia por dentro y caminaba perseguido por el aguacero con pies y piernas de plomo. Me cobije bajo la marquesina de un quiosco de prensa, intentando ordenar mis pensamientos y decidir como proceder. Un trueno descargo cerca, rugiendo como un dragon enfilando la bocana del puerto, y senti el suelo temblar bajo mis pies. El pulso fragil del alumbrado electrico que dibujaba fachadas y ventanas se desvanecio unos segundos mas tarde. En las aceras encharcadas, las farolas parpadeaban, extinguiendose como velas al viento. No se veia un alma en las calles y la negrura del apagon se esparcio con un aliento fetido que ascendia de los desagues que vertian al alcantarillado. La noche se hizo opaca e impenetrable, la lluvia una mortaja de vapor. "Por una mujer asi, cualquiera pierde el sentido comun..." Eche a correr Ramblas arriba con un solo pensamiento en la cabeza: Clara.

La Bernarda habia dicho que Barcelo estaba fuera de la ciudad por asuntos de negocios. Aquel era su dia libre, y tenia por costumbre ir a pasar esa noche en casa de su tia Reme y sus primas en San Adrian del Besos. Eso dejaba a Clara sola en el piso cavernoso de la plaza Real y a aquel individuo sin rostro y sus amenazas sueltos en la tormenta con sabe Dios que ideas. Mientras me apresuraba bajo el aguacero hacia la plaza Real, no podia quitarme del pensamiento la idea de que habia puesto en peligro a Clara al regalarle el libro de Carax. Llegue a la entrada de la plaza empapado hasta los huesos. Corri a cobijarme bajo los arcos de la calle Fernando. Me parecio ver contornos de sombra reptando a mis espaldas. Mendigos. El portal estaba cerrado. Busque en mi manojo de llaves el juego que Barcelo me habia dado. Llevaba conmigo las llaves de la tienda, del piso de Santa Ana y de la vivienda de los Barcelo. Uno de los vagabundos se me acerco, murmurando si podia dejarle pasar la noche en el vestibulo. Cerre la puerta antes de que pudiese acabar su frase.