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- Kafka -matizo Isaac, recuperando el candil y encaminandose hacia las profundidades del edificio-. El dia que comprenda usted que el negocio de los libros es miseria y compania y decida aprender a robar un banco, o a crear uno, que viene a ser lo mismo, venga a verme y le explicare cuatro cosas sobre cerrojos.

Lo segui a traves de los corredores que recordaba con frescos de angeles y quimeras. Isaac sostenia el candil en alto, proyectando una burbuja intermitente de luz rojiza y evanescente. Cojeaba vagamente, y el abrigo de franela deshilachado que vestia semejaba un manto funebre. Se me ocurrio que aquel individuo, a medio camino entre Caronte y el bibliotecario de Alejandria, se sentiria a gusto en las paginas de Julian Carax.

- ?Sabe usted algo de Carax? -pregunte.

Isaac se detuvo al final de una galeria y me miro, indiferente.

- No mucho. Lo que me contaron.

- ?Quien?

- Alguien que le conocio bien, o eso creia.

Me dio el corazon un vuelco.

- ?Cuando fue eso?

- Cuando aun me peinaba. Usted debia de andar en panales, y no parece que haya evolucionado mucho, la verdad. Mirese: esta usted temblando -dijo.

- Es por la ropa mojada, y el frio que hace aqui dentro.

- Otro dia me avisa y enciendo la calefaccion central para recibirle en volandas, capullito de aleli. Venga, sigame. Aqui esta mi oficina, que tiene estufa y algo que echarle a usted encima mientras le secamos la ropa. Y algo de mercurocromo y agua oxigenada tampoco le irian mal, que me trae un careto que parece salido de la comisaria de Via Layetana.

- No se moleste, de verdad.

- No me molesto. Lo hago por mi, no por usted. Pasada esa puerta, yo pongo las reglas y aqui los unicos muertos son los libros. A ver si me va usted a pillar una neumonia y tengo que llamar a los del deposito. Ya nos encargaremos del libro ese mas tarde. En treinta y ocho anos todavia no he visto ninguno que echase a correr.

- No sabe como se lo agradezco...

- Sin pamplinas. Si le he dejado pasar, es por respeto al padre de usted, de lo contrario le hubiese dejado en la calle. Haga el favor de seguirme. Y si se comporta, a lo mejor le cuento lo que se de su amigo Julian Carax

De refilon, cuando creyo que no podia verle, adverti que se le escapaba una sonrisa de pillo redomado. Isaac estaba claramente disfrutando de su papel de siniestro cancerbero. Yo tambien sonrei para mis adentros. Ya no me cabia la menor duda de a quien pertenecia el rostro del diablillo del picaporte.

10

Isaac me echo un par de mantas finas por los hombros y me ofrecio una taza con un mejunje humeante que olia a chocolate caliente con ratafia.

- Me contaba usted de Carax...

- No hay mucho que contar. Al primero que oi mencionar a Carax fue a Toni Cabestany, el editor. Le hablo de veinte anos atras, cuando aun existia la editorial. Siempre que volvia de sus viajes a Londres, Paris o Viena, Cabestany se dejaba caer por aqui y charlabamos un rato. Los dos nos habiamos quedado viudos y el se lamentaba de que ahora estabamos casados con los libros, yo con los viejos y el con los de la contabilidad. Eramos buenos amigos. En una de sus visitas me conto que acababa de adquirir por cuatro chavos los derechos en castellano de las novelas de un tal Julian Carax, un barcelones que vivia en Paris. Eso debio de ser en el ano 28 o 29. Al parecer, Carax trabajaba de pianista en un burdel de poca monta en Pigalle por las noches y escribia de dia en un atico miserable en la barriada de Saint Germain. Paris es la unica ciudad del mundo donde morirse de hambre todavia es considerado un arte. Carax habia publicado un par de novelas en Francia que habian resultado ser un absoluto fracaso de ventas. Nadie daba un duro por el en Paris, y a Cabestany siempre le gusto comprar barato.

- ?Entonces, Carax escribia en castellano o en frances?

- A saber. Probablemente las dos cosas. Su madre era francesa, maestra de musica, creo, y el habia vivido en Paris desde que tenia diecinueve o veinte anos. Cabestany decia que recibian de Carax los manuscritos en castellano. Si eran una traduccion o el original, tanto le daba. El idioma favorito de Cabestany era el de la peseta, lo demas le traia al pairo. Cabestany habia pensado que tal vez, con un golpe de suerte, conseguir colocar unos miles de ejemplares de Carax en el mercado espanol.

- ?Y lo consiguio?

Isaac fruncio el ceno, escanciandome un poco mas de su brebaje reparador.

- Me parece que de la que mas, La casa roja, vendio unos noventa.

- Pero siguio publicando a Carax, aunque perdiese dinero -apunte.

- Asi es. No se por que, la verdad. Cabestany no era un romantico, precisamente. Pero quiza todo hombre tiene sus secretos... Entre el 28 y el 36 le publico ocho novelas. Donde Cabestany hacia de verdad el dinero era en los catecismos y en una serie de folletines rosa protagonizados por una heroina de provincias, Violeta LaFleur, que se vendian muy bien en quioscos. Las novelas de Carax, supongo, las editaba por gusto y por llevarle la contraria a Darwin.

- ?Que fue del senor Cabestany?

Isaac suspiro, alzando la mirada.

- La edad, que a todos nos pasa factura. Cayo enfermo y tuvo algunos problemas de dinero. En 1936, el hijo mayor se hizo cargo de la editorial, pero era de los que no saben ni leerse la talla de los calzoncillos. La empresa se vino abajo en menos de un ano. Afortunadamente, Cabestany no llego a ver lo que sus herederos hacian con el fruto de toda una vida de trabajo ni lo que la guerra hacia con el pais. Se lo llevo una embolia la noche de Todos los Santos, con un Cohiba en la boca y una nina de veinticinco anos en las rodillas. El hijo estaba hecho de otra pasta. Arrogante como solo los imbeciles pueden serlo. Su primera gran idea fue intentar vender el stock de libros del catalogo de la editorial, el legado de su padre, para transformarlos en pasta de papel o algo asi. Un amigo, otro ninato con casa en Caldetas y un Bugatti, le habia convencido de que las fotonovelas de amor y el Mein Kampf se iban a vender de miedo y que haria falta celulosa a mansalva para satisfacer la demanda.

- ?Llego a hacerlo?

- No le dio tiempo. Al poco de tomar las riendas de la editorial, un individuo se presento en su casa y le hizo una oferta muy generosa. Queria adquirir todo el stock de novelas de Julian Carax que todavia quedasen en existencias, y se ofrecia a pagarlas tres veces su precio de mercado.

- No me diga mas. Para quemarlas -murmure. Isaac sonrio, sorprendido.

- Pues si. Y parecia usted tonto, tanto preguntar y no saber nada.

- ?Quien era ese individuo? -pregunte.

- Un tal Aubert o Coubert, no recuerdo bien.

- ?Lain Coubert?

- ?Le suena?

- Es el nombre de un personaje de La Sombra del Vien to, la ultima novela de Carax.

Isaac fruncio el ceno.

- ?Un personaje de ficcion?

- En la novela, Lain Coubert es el nombre que emplea el diablo.

- Un tanto teatral, le dire. Pero sea quien sea, al menos tenia sentido del humor -estimo Isaac.

Yo, que todavia tenia fresca la memoria de mi encuentro con aquel personaje, no le encontraba la gracia ni de refilon, pero reserve mi opinion para mejor lance.

- Este individuo, Coubert, o como se llame, ?tenia la cara quemada, desfigurada?

Isaac me observo con una sonrisa a medio camino entre la chanza y la preocupacion.

- No tengo la menor idea. La persona que me conto todo esto no le llego a ver, y lo supo porque Cabestany hijo se lo conto a su secretaria al dia siguiente. De caras quemadas no menciono nada. ?Quiere decir que eso no lo ha sacado de un folletin?

Agite la cabeza, quitandole importancia al tema.

- ?Como acabo el asunto? ?Le vendio los libros el hijo del editor a Coubert? -pregunte.

- El botarate del ninato se quiso pasar de listo. Pidio mas dinero del que Coubert le ofrecia, y este retiro su propuesta. Dias mas tarde, el almacen de la editorial Cabestany en Pueblo Nuevo ardio hasta los cimientos poco despues de la medianoche. Y gratis.