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Poco antes del alba, portando tan solo un candil de aceite, me adentre una vez mas en el Cementerio de los Libros Olvidados. Al hacerlo, imaginaba a la hija de Isaac recorriendo aquellos mismos corredores oscuros e interminables con identica determinacion a la que me guiaba a mi: salvar el libro. En un principio crei que recordaba la ruta que habia seguido en mi primera visita a aquel lugar de la mano de mi padre, pero pronto comprendi que los dobleces del laberinto combaban los pasillos en volutas que era imposible recordar. Tres veces intente seguir una ruta que habia creido memorizar, y tres veces me devolvio el laberinto al mismo punto del que habia partido. Isaac me esperaba alli, sonriente.

- ?Piensa volver algun dia a por el? -pregunto.

- Por supuesto.

- En ese caso, quiza quiera usted hacer una pequena trampa.

- ?Trampa?

- Joven, usted es un poco duro de entendederas, ?verdad? Acuerdese del Minotauro.

Tarde unos segundos en comprender su sugerencia. Isaac extrajo un viejo cortaplumas del bolsillo y me lo tendio.

- Haga usted una pequena marca en cada esquina que tuerza, una muesca que solo usted conozca. Es madera vieja y tiene tantos aranazos y estrias que nadie lo advertira, a menos que sepa lo que esta buscando...

Segui su consejo y me adentre de nuevo en el corazon de la estructura. Cada vez que torcia el rumbo me detenia a marcar los estantes con una C y una X en el lado del corredor por el que me decantaba. Veinte minutos mas tarde me habia perdido completamente en las entranas de la torre y el lugar en que iba a enterrar la novela se me revelo por casualidad. A mi derecha vislumbre una hilera de tomos sobre la desamortizacion debidos a la pluma del insigne Jovellanos. A mis ojos de adolescente, semejante camuflaje hubiera disuadido hasta las mentes mas retorcidas. Extraje unos cuantos e inspeccione la segunda hilera oculta detras de aquellos muros de prosa granitica. Entre nubecillas de polvo, varias comedias de Moratin y un flamante Curial e Guelfa alternaban con el Tractatus Logico Politicus de Spinoza. Como toque de gracia, opte por confinar el Carax entre un anuario de sentencias judiciales de los tribunales civiles de Gerona de 1901 y una coleccion de novelas de Juan Valera. Para ganar espacio, decidi llevarme el libro de poesia del Siglo de Oro que los separaba y en su sitio deslice La Sombra del Viento. Me despedi de la novela con un guino, y volvi a colocar en su lugar la antologia de Jovellanos, amurallando la primera fila.

Sin mas ceremonial me aleje de alli, guiandome por las muescas que habia ido dejando en el camino. Mientras recorria tuneles y tuneles de libros en la penumbra, no pude evitar que me embargase una sensacion de tristeza y desaliento. No podia evitar pensar que si yo, por pura casualidad, habia descubierto todo un universo en un solo libro desconocido entre la infinidad de aquella necropolis, decenas de miles mas quedarian inexplorados, olvidados para siempre. Me senti rodeado de millones de paginas abandonadas, de universos y almas sin dueno, que se hundian en un oceano de oscuridad mientras el mundo que palpitaba fuera de aquellos muros perdia la memoria sin darse cuenta dia tras dia, sintiendose mas sabio cuanto mas olvidaba.

Despuntaban las primeras luces del alba cuando regrese al piso de la calle Santa Ana. Abri la puerta con sigilo y me deslice por el umbral sin encender la luz. Desde el recibidor se podia ver el comedor al fondo del pasillo, la mesa todavia ataviada de fiesta. El pastel seguia alli, intacto, y la vajilla seguia esperando la cena. La silueta de mi padre se recortaba inmovil en el butacon, oteando desde la ventana. Estaba despierto y aun vestia su traje de salir. Volutas de humo se alzaban perezosamente de un cigarrillo que sostenia entre el indice y el anular, como si fuese una pluma. Hacia anos que no veia fumar a mi padre.

- Buenos dias -murmuro, apagando el cigarrillo en un cenicero casi repleto de colillas a medio fumar.

Le mire sin saber que decir. Su mirada quedaba velada al contraluz.

- Clara llamo varias veces anoche, un par de horas despues de que te fueras -dijo-. Sonaba muy preocupada. Dejo recado que la llamases, fuera la hora que fuese.

- No pienso volver a ver a Clara, o a hablar con ella -dije.

Mi padre se limito a asentir en silencio. Me deje caer en una de las sillas del comedor. La mirada se me cayo al suelo.

- ?Vas a decirme donde has estado?

- Por ahi.

- Me has dado un susto de muerte.

No habia ira en su voz, ni apenas reproche, solo cansancio.

- Lo se. Y lo siento -respondi.

- ?Que te has hecho en la cara?

- Resbale en la lluvia y me cai.

- Esa lluvia debia de tener un buen derechazo. Ponte algo.

- No es nada. Ni lo noto -menti-. Lo que necesito es irme a dormir. No me tengo en pie.

- Al menos abre tu regalo antes de irte a la cama -dijo mi padre.

Senalo el paquete envuelto en papel de celofan que habia depositado la noche anterior sobre la mesa del comedor. Dude un instante. Mi padre asintio. Tome el paquete y lo sopese. Se lo tendi a mi padre sin abrir.

- Lo mejor es que lo devuelvas. No merezco ningun regalo.

- Los regalos se hacen por gusto del que regala, no por merito del que recibe -dijo mi padre-. Ademas, ya no se puede devolver. Abrelo.

Deshice el cuidadoso envoltorio en la penumbra del alba. El paquete contenia una caja de madera labrada, reluciente, ribeteada con remaches dorados. Se me ilumino la sonrisa antes de abrirla. El sonido del cierre al abrirse era exquisito, de mecanismo de relojeria. El interior del estuche venia recubierto de terciopelo azul oscuro. La fabulosa Montblanc Meinsterstuck de Victor Hugo descansaba en el centro, deslumbrante. La tome en mis manos y la contemple al reluz del balcon. Sobre la pinza de oro del capuchon habia grabada una inscripcion.

Daniel Sempere,1953

Mire a mi padre, boquiabierto. No creo haberle visto nunca tan feliz como me lo parecio en aquel instante. Sin mediar palabra, se levanto de la butaca y me abrazo con fuerza. Senti que se me encogia la garganta y, a falta de palabras, me mordi la voz.

GENIO Y FIGURA 1953

11

Aquel ano, el otono cubrio Barcelona con un manto de hojarasca que revoloteaba en las calles como piel de serpiente. La memoria de aquella lejana noche de cumpleanos me habia enfriado los animos, o quiza fue la vida que habia decidido concederme un ano sabatico de mis penas de sainete para que empezase a madurar. Me sorprendi a mi mismo apenas pensando en Clara Barcelo, o en Julian Carax, o en aquel fantoche sin rostro que olia a papel quemado y se declaraba personaje escapado de las paginas de un libro. Para noviembre habia cumplido un mes de sobriedad, sin acercarme una sola vez a la plaza Real a mendigar un atisbo de Clara en la ventana. El merito, debo confesar, no fue del todo mio. Las cosas en la libreria se estaban animando y mi padre y yo teniamos mas trabajo del que podiamos quitarnos de encima.

- A este paso vamos a tener que coger a otra persona para que nos ayude en la busqueda de los pedidos -comentaba mi padre-. Lo que nos haria falta seria alguien muy especial, medio detective, medio poeta, que cobre barato y al que no le asusten las misiones imposibles.