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- Creo que tengo al candidato adecuado -dije.

Encontre a Fermin Romero de Torres en su lugar habitual bajo los arcos de la calle Fernando. El mendigo estaba recomponiendo la primera pagina de la Hoja del Lunes a partir de trozos rescatados de una papelera. La estampa del dia iba de obras publicas y desarrollo.

- ?Redios! ?Otro pantano? -le oi exclamar-. Esta gente del fascio acabara por convertirnos a todos en una raza de beatas y batracios.

- Buenas -dije suavemente-. ?Se acuerda de mi?

El mendigo alzo la vista, y su rostro se ilumino de pronto con una sonrisa de bandera.

- ?Alabados sean los ojos! ?Que se cuenta usted, amigo mio? Me aceptara un traguito de tinto, ?verdad?

- Hoy invito yo -dije-. ?Tiene apetito?

- Hombre, no le diria que no a una buena mariscada, pero yo me apunto a un bombardeo.

De camino a la libreria, Fermin Romero de Torres me relato toda suerte de correrias que habia vivido aquellas semanas a fin y efecto de eludir a las fuerzas de seguridad del Estado, y mas particularmente a su nemesis, un tal inspector Fumero con el que al parecer llevaba un largo historial de conflictos.

- ?Fumero? -pregunte, recordando que aquel era el nombre del soldado que habia asesinado al padre de Clara Barcelo en el castillo de Montjuic a los inicios de la guerra.

El hombrecillo asintio, palido y aterrado. Se le veia famelico, sucio y hedia a meses de vida en la calle. El pobre no tenia ni idea de adonde le conducia, y adverti en su mirada cierto susto y una creciente angustia que se esforzaba en vestir de verborrea incesante. Cuando llegamos a la tienda, el mendigo me lanzo una mirada de preocupacion.

- Ande, pase usted. Esta es la libreria de mi padre, al que quiero presentarle.

El mendigo se encogio en un manojo de rona y nervios.

- No, no, de ninguna manera, que yo no estoy presentable y este es un establecimiento de categoria; le voy a avergonzar a usted...

Mi padre se asomo a la puerta, le hizo un repaso rapido al mendigo y luego me miro de reojo.

- Papa, este es Fermin Romero de Torres.

- Para servirle a usted -dijo el mendigo casi temblando.

Mi padre le sonrio serenamente y le tendio la mano. El mendigo no se atrevia a estrecharla, avergonzado por su aspecto y la mugre que le cubria la piel.

- Oiga, mejor que me vaya y les deje a ustedes -tartamudeo.

Mi padre le asio suavemente por el brazo.

- Nada de eso, que mi hijo me ha dicho que se viene usted a comer con nosotros.

El mendigo nos miro, atonito, aterrado.

- ?Por que no sube a casa y se da un buen bano caliente? -dijo mi padre-. Luego, si le parece, nos bajamos andando hasta Can Sole.

Fermin Romero de Torres balbuceo algo ininteligible. Mi padre, sin bajar la sonrisa, le guio rumbo al portal y practicamente tuvo que arrastrarlo escalera arriba hasta el piso mientras yo cerraba la tienda. Con mucha oratoria y tacticas subrepticias conseguimos meterlo en la banera y despojarlo de sus andrajos. Desnudo parecia una foto de guerra y temblaba como un pollo desplumado. Tenia marcas profundas en las munecas y los tobillos, y su torso y espalda estaban cubiertos de terribles cicatrices que dolian a la vista. Mi padre y yo intercambiamos una mirada de horror, pero no dijimos nada.

El mendigo se dejo lavar como un nino, asustado y temblando. Mientras yo buscaba ropa limpia en el arcon para vestirlo, escuchaba la voz de mi padre hablandole sin pausa. Encontre un traje que mi padre ya no se ponia nunca, una camisa vieja y algo de ropa interior. De la muda que traia el mendigo no podian aprovecharse ni los zapatos. Le escogi unos que mi padre casi no se calzaba porque le quedaban pequenos. Envolvi los andrajos en papel de periodico, incluidos unos calzones que exhibian el color y la consistencia del jamon serrano, y los meti en el cubo de la basura. Cuando volvi al bano, mi padre estaba afeitando a Fermin Romero de Torres en la banera. Palido y oliendo a jabon, parecia un hombre veinte anos mas joven. Por lo que vi, ya se habian hecho amigos. Fermin Romero de Torres, quiza bajo los efectos de las sales de bano, se habia embalado.

- Mire lo que le digo, senor Sempere, de no haber querido la vida que la mia fuese una carrera en el mundo de la intriga internacional, lo mio, de corazon, eran las humanidades. De nino senti la llamada del verso y quise ser Sofocles o Virgilio, porque a mi la tragedia y las lenguas muertas me ponen la piel de gallina, pero mi padre, que en gloria este, era un cazurro de poca vision y siempre quiso que uno de sus hijos ingresara en la Guardia Civil, y a ninguna de mis siete hermanas las hubiesen admitido en la Benemerita, pese al problema de vello facial que siempre caracterizo a las mujeres de mi familia por parte de madre. En su lecho de muerte, mi progenitor me hizo jurar que si no llegaba a calzar el tricornio, al menos me haria funcionario y abandonaria toda pretension de seguir mi vocacion por la lirica. Yo soy de los de antes, y a un padre, aunque sea un burro, hay que obedecerle, ya me entiende usted. Aun asi, no se crea usted que he desdenado el cultivo del intelecto en mis anos de aventura. He leido lo mio y le podria recitar de memoria fragmentos selectos de La vida es sueno.

- Ande, jefe, pongase esta ropa, si me hace el favor, que aqui su erudicion esta fuera de toda duda -dije yo, acudiendo al rescate de mi padre.

A Fermin Romero de Torres se le deshacia la mirada de gratitud. Salio de la banera, reluciente. Mi padre lo envolvio en una toalla. El mendigo se reia de puro placer al sentir el tejido limpio sobre la piel. Le ayude a enfundarse la muda, que le venia unas diez tallas grande. Mi padre se desprendio del cinturon y me lo tendio para que se lo cinese al mendigo.

- Esta usted hecho un pincel -decia mi padre-. ?Verdad, Daniel?

- Cualquiera lo tomaria por un artista de cine.

- Quite, que uno ya no es el que era. Perdi mi musculatura herculea en la carcel y desde entonces...

- Pues a mi, me parece usted Charles Boyer, por la percha -objeto mi padre-. Lo cual me recuerda que queria proponerle a usted algo.

- Yo por usted, senor Sempere, si hace falta, mato. Solo tiene que decirme el nombre y yo liquido al tipo sin dolor.

- No hara falta tanto. Yo lo que queria ofrecerle es un trabajo en la libreria. Se trata de buscar libros raros para nuestros clientes. Es casi un puesto de arqueologia literaria, para el que hace tanta falta conocer los clasicos como las tecnicas basicas del estraperlo. No puedo pagarle mucho, de momento, pero comera usted en nuestra mesa y, hasta que le encontremos una buena pension, se hospedara usted aqui en casa, si le parece bien.

El mendigo nos miro a ambos, mudo.

- ?Que me dice? -pregunto mi padre-. ?Se une al equipo?

Me parecio que iba a decir algo, pero justo entonces Fermin Romero de Torres se nos echo a llorar.

Con su primer sueldo, Fermin Romero de Torres se compro un sombrero peliculero, unos zapatos de lluvia y se empeno en invitarnos a mi padre y a mi a un plato de rabo de toro, que preparaban los lunes en un restaurante a un par de calles de la Plaza Monumental. Mi padre le habia encontrado una habitacion en una pension de la calle Joaquin Costa donde, merced a la amistad de nuestra vecina la Merceditas con la patrona, se pudo obviar el tramite de rellenar la hoja de informacion sobre el huesped para la policia y asi mantener a Fermin Romero de Torres lejos del olfato del inspector Fumero y sus secuaces. A veces me venia a la memoria la imagen de las tremendas cicatrices que le cubrian el cuerpo. Me sentia tentado de preguntarle por ellas, temiendo quiza que el inspector Fumero tuviese algo que ver con el asunto, pero habia algo en la mirada del pobre hombre que sugeria que era mejor no mentar el tema. Ya nos lo contaria el mismo algun dia, cuando le pareciese oportuno. Cada manana, a las siete en punto, Fermin nos esperaba en la puerta de la libreria, con presencia impecable y siempre con una sonrisa en los labios, dispuesto a trabajar una jornada de doce o mas horas sin pausa. Habia descubierto una pasion por el chocolate y los brazos de gitano que no desmerecia de su entusiasmo por los grandes de la tragedia griega, con lo cual habia ganado algo de peso. Gastaba un afeitado de senorito, se peinaba hacia atras con brillantina y se estaba dejando un bigotillo de lapiz para estar a la moda. Treinta dias despues de emerger de aquella banera, el ex mendigo estaba irreconocible. Pero, pese a lo espectacular de su transformacion, donde realmente Fermin Romero de Torres nos habia dejado boquiabiertos era en el campo de batalla. Sus instintos detectivescos, que yo habia atribuido a fabulaciones febriles, eran de precision quirurgica. En sus manos, los pedidos mas extranos se solucionaban en dias, cuando no en horas. No habia titulo que no conociese, ni argucia para conseguirlo que no se le ocurriese para adquirirlo a buen precio. Se colaba en las bibliotecas particulares de duquesas de la avenida Pearson y diletantes del circulo ecuestre a golpe de labia, siempre asumiendo identidades ficticias, y conseguia que le regalasen los libros o se los vendiesen por dos perras.