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La transformacion del mendigo en ciudadano ejemplar parecia milagrosa, una de esas historias que se complacian en contar los curas de parroquia pobre para ilustrar la infinita misericordia del Senor, pero que siempre sonaban demasiado perfectas para ser ciertas, como los anuncios de crecepelo en las paredes de los tranvias. Tres meses y medio despues de que Fermin hubiera empezado a trabajar en la libreria, el telefono del piso de la calle Santa Ana nos desperto a las dos de la manana de un domingo. Era la duena de la pension donde se hospedaba Fermin Romero de Torres. Con la voz entrecortada nos explico que el senor Romero de Torres se habia encerrado en su cuarto por dentro, estaba gritando como un loco, golpeando las paredes y jurando que si alguien entraba, se mataria alli mismo cortandose el cuello con una botella rota.

- No llame a la policia, por favor. Ahora mismo vamos.

Salimos a escape rumbo a la calle Joaquin Costa. Era una noche fria, de viento que cortaba y cielos de alquitran. Pasamos corriendo frente a la Casa de la Misericordia y la Casa de la Piedad, desoyendo miradas y susurros que silbaban desde portales oscuros que olian a estiercol y carbon. Llegamos a la esquina de la calle Ferlandina. Joaquin Costa caia como una brecha de colmenas ennegrecidas fundiendose en las tinieblas del Raval. El hijo mayor de la duena de la pension nos esperaba en la calle.

- ?Han llamado a la policia? -pregunto mi padre.

- Todavia no -contesto el hijo.

Corrimos escaleras arriba. La pension estaba en el segundo piso, y la escalera era una espiral de mugre que apenas se adivinaba al reluz ocre de bombillas desnudas y cansadas que pendian de un cable pelado. Dona Encarna, viuda de un cabo, de la Guardia Civil y duena de la pension, nos recibio a la puerta del piso enfundada en una bata azul celeste y luciendo una cabeza de rulos a juego.

- Mire, senor Sempere, esta es una casa decente y de categoria. Me sobran las ofertas y estos retablos yo no tengo por que tolerarlos -dijo mientras nos guiaba a traves de un pasillo oscuro que olia a humedad y a amoniaco.

- Lo comprendo -murmuraba mi padre.

Los gritos de Fermin Romero de Torres se oian desgarrando las paredes al fondo del corredor. De las puertas entreabiertas se asomaban varias caras chupadas y asustadas, caras de pension y sopa aguada.

- Venga, y los demas a dormir, cono, que esto no es una revista del Molino -exclamo dona Encarna con furia.

Nos detuvimos frente a la puerta de la habitacion de Fermin. Mi padre golpeo suavemente con los nudillos.

- ?Fermin? ?Esta usted ahi? Soy Sempere.

El aullido que atraveso la pared me helo el corazon. Incluso dona Encarna perdio la compostura de gobernanta y se llevo las manos al corazon, oculto bajo los pliegues abundantes de su frondosa pechuga.

Mi padre llamo de nuevo.

- ?Fermin? Ande, abrame.

Fermin aullo de nuevo, lanzandose contra las paredes, gritando obscenidades hasta desganitarse. Mi padre suspiro.

- ?Tiene usted llave de esta habitacion?

- Pues claro.

- Demela.

Dona Encarna dudo. Los demas inquilinos se habian vuelto a asomar al pasillo, blancos de terror. Aquellos gritos se tenian que oir desde Capitania.

- Y tu, Daniel, corre a buscar al doctor Baro, que esta aqui al lado, en el 12 de Riera Alta.

- Oiga, ?no seria mejor llamar a un cura?, porque a mi este me suena a endemoniado -ofrecio dona Encarna.

- No. Con un medico va que se mata. Venga, Daniel. Corre. Y usted deme esa llave, haga el favor.

El doctor Baro era un solteron insomne que pasaba las noches leyendo a Zola y mirando estereogramas de senoritas en panos menores para combatir el tedio. Era cliente habitual en la tienda de mi padre y el mismo se autocalificaba de matasanos de segunda fila, pero tenia mas ojo para acertar diagnosticos que la mitad de los doctores de postin con consulta en la calle Muntaner. Gran parte de su clientela la componian furcias viejas del barrio y desgraciados que apenas podian pagarle, pero a los que atendia igualmente. Yo le habia escuchado decir mas de una vez que el mundo era un orinal y que estaba esperando a que el Barcelona ganase la liga de una punetera vez para morirse en paz. Me abrio la puerta en bata, oliendo a vino y con un pitillo apagado en los labios.

- ?Daniel?

- Me manda mi padre. Es una emergencia.

Cuando regresamos a la pension nos encontramos a dona Encarna sollozando de puro susto, al resto de los inquilinos con color de cirio gastado y a mi padre sosteniendo en sus brazos a Fermin Romero de Torres en un rincon de la habitacion. Fermin estaba desnudo, llorando y temblando de terror. La habitacion estaba destrozada, las paredes manchadas con lo que no sabria decir si era sangre o excremento. El doctor Baro echo un rapido vistazo a la situacion y, con un gesto, le indico a mi padre que tenian que tender a Fermin en la cama. Les ayudo el hijo de dona Encarna, que aspiraba a boxeador. Fermin gemia y se convulsionaba como si una alimana le estuviese devorando las entranas.

- Pero ?que tiene este pobre hombre, por Dios? ?Que tiene? -gemia dona Encarna desde la puerta, agitando la cabeza.

El doctor le tomo el pulso, le inspecciono las pupilas con una linterna y sin mediar palabra procedio a preparar una inyeccion de un frasco que llevaba en el maletin.

- Sujetenlo. Esto lo pondra a dormir. Daniel, ayudanos.

Entre los cuatro inmovilizamos a Fermin, que se sacudio violentamente cuando sintio la punzada de la aguja en el muslo. Se le tensaron los musculos como cables de acero, pero en unos segundos los ojos se le nublaron v su cuerpo cayo inerte.

- Oiga, vigile, que este hombre es muy poca cosa y segun lo que le de lo mata -dijo dona Encarna.

- No se preocupe. Solo esta dormido -dijo el doctor, examinando las cicatrices que cubrian el cuerpo famelico de Fermin.

Le vi negar en silencio.

- Fills de puta -murmuro.

- ?De que son esas cicatrices? -pregunte-. ?Cortes?

El doctor Baro nego, sin alzar la vista. Busco una manta entre los despojos y cubrio a su paciente.

- Quemaduras. A este hombre lo han torturado -explico-. Esas marcas las hace una lampara de soldar.

Fermin durmio durante dos dias. Al despertar no recordaba nada, excepto que creia haberse despertado en una celda oscura y luego nada mas. Se sintio tan avergonzado por su conducta que se puso de rodillas a pedirle perdon a dona Encarna. Le juro que le iba a pintar la pension y, como sabia que ella era muy devota, hacer decir diez misas por ella en la iglesia de Belen.

- Usted lo que tiene que hacer es ponerse bien, y no darme mas sustos asi, que yo estoy vieja para esto.

Mi padre pago los desperfectos y rogo a dona Encarna que le diese otra oportunidad a Fermin. Ella asintio de buen grado. La mayoria de sus inquilinos eran desheredados y gente sola en el mundo, como ella. Pasado el susto, le cogio aun mas carino a Fermin y le hizo prometer que tomaria unas pastillas que el doctor Baro le habia recetado.