La Sombra del Viento
Julian CARAX
Jamas habia oido mencionar aquel titulo o a su autor, pero no me importo. La decision estaba tomada. Por ambas partes. Tome el libro con sumo cuidado y lo hojee, dejando aletear sus paginas. Liberado de su celda en el estante, el libro exhalo una nube de polvo dorado. Satisfecho con mi eleccion, rehice mis pasos en el laberinto portando mi libro bajo el brazo con una sonrisa impresa en los labios. Tal vez la atmosfera hechicera de aquel lugar habia podido conmigo, pero tuve la seguridad de que aquel libro habia estado alli esperandome durante anos, probablemente desde antes de que yo naciese.
Aquella tarde, de vuelta en el piso de la calle Santa Ana, me refugie en mi habitacion y decidi leer las primeras lineas de mi nuevo amigo. Antes de darme cuenta, me habia caido dentro sin remedio. La novela relataba la historia de un hombre en busca de su verdadero padre, al que nunca habia llegado a conocer y cuya existencia solo descubria merced a las ultimas palabras que pronunciaba su madre en su lecho de muerte. La historia de aquella busqueda se transformaba en una odisea fantasmagorica en la que el protagonista luchaba por recuperar una infancia y una juventud perdidas, y en la que, lentamente, descubriamos la sombra de un amor maldito cuya memoria le habria de perseguir hasta el fin de sus dias. A medida que avanzaba, la estructura del relato empezo a recordarme a una de esas munecas rusas que contienen innumerables miniaturas de si mismas en su interior. Paso a paso, la narracion se descomponia en mil historias, como si el relato hubiese penetrado en una galeria de espejos y su identidad se escindiera en docenas de reflejos diferentes y al tiempo uno solo. Los minutos y las horas se deslizaron como un espejismo. Horas mas tarde, atrapado en el relato, apenas adverti las campanadas de medianoche en la catedral repiqueteando a lo lejos. Enterrado en la luz de cobre que proyectaba el flexo, me sumergi en un mundo de imagenes y sensaciones como jamas las habia conocido. Personajes que se me antojaron tan reales como el aire que respiraba me arrastraron en un tunel de aventura y misterio del que no queria escapar. Pagina a pagina, me deje envolver por el sortilegio de la historia y su mundo hasta que el aliento del amanecer acaricio mi ventana y mis ojos cansados se deslizaron por la ultima pagina. Me tendi en la penumbra azulada del alba con el libro sobre el pecho y escuche el rumor de la ciudad dormida goteando sobre los tejados salpicados de purpura. El sueno y la fatiga llamaban a mi puerta, pero me resisti a rendirme. No queria perder el hechizo de la historia ni todavia decir adios a sus personajes.
En una ocasion oi comentar a un cliente habitual en la libreria de mi padre que pocas cosas marcan tanto a un lector como el primer libro que realmente se abre camino hasta su corazon. Aquellas primeras imagenes, el eco de esas palabras que creemos haber dejado atras, nos acompanan toda la vida y esculpen un palacio en nuestra memoria al que, tarde o temprano -no importa cuantos libros leamos, cuantos mundos descubramos, cuanto aprendamos u olvidemos-, vamos a regresar. Para mi, esas paginas embrujadas siempre seran las que encontre entre los pasillos del Cementerio de los Libros Olvidados.
DIAS DE CENIZA 1945-1949
Un secreto vale lo que aquellos de quienes tenemos que guardarlo. Al despertar, mi primer impulso fue hacer participe de la existencia del Cementerio de los Libros Olvidados a mi mejor amigo. Tomas Aguilar era un companero de estudios que dedicaba su tiempo libre y su talento a la invencion de artilugios ingeniosisimos pero de escasa aplicacion practica, como el dardo aerostatico o la peonza dinamo. Nadie mejor que Tomas para compartir aquel secreto. Sonando despierto me imaginaba a mi amigo Tomas y a mi pertrechados ambos de linternas y brujula prestos a desvelar los secretos de aquella catacumba bibliografica. Luego, recordando mi promesa, decidi que las circunstancias aconsejaban lo que en las novelas de intriga policial se denominaba otro modus operandi. Al mediodia aborde a mi padre para cuestionarle acerca de aquel libro y de Julian Carax, que en mi entusiasmo habia imaginado celebres en todo el mundo. Mi plan era hacerme con todas sus obras y leermelas de cabo a rabo en menos de una semana. Cual fue mi sorpresa al descubrir que mi padre, librero de casta y buen conocedor de los catalogos editoriales, jamas habia oido hablar de La Sombra del Viento o de Julian Carax. Intrigado, mi padre inspecciono la pagina con los datos de la edicion.
- Segun esto, este ejemplar forma parte de una edicion de dos mil quinientos ejemplares impresa en Barcelona, por Cabestany Editores, en diciembre de 1935.
- ?Conoces esa editorial?
- Cerro hace anos. Pero la edicion original no es esta, sino otra de noviembre del mismo ano, pero impresa en Paris... La editorial es Galliano amp; Neuval. No me suena.
- Entonces, ?el libro es una traduccion? -pregunte, desconcertado.
- No menciona que lo sea. Por lo que aqui se ve, el texto es original.
- ?Un libro en castellano, editado primero en Francia?
- No sera la primera vez, con los tiempos que corren -adujo mi padre-. A lo mejor Barcelo nos puede ayudar...
Gustavo Barcelo era un viejo colega de mi padre, dueno de una libreria cavernosa en la calle Fernando que capitaneaba la flor y nata del gremio de libreros de viejo. Vivia perpetuamente adherido a una pipa apagada que desprendia efluvios de mercado persa y se describia a si mismo como el ultimo romantico. Barcelo sostenia que en su linaje habia un lejano parentesco con lord Byron, pese a que el era natural de la localidad de Caldas de Montbuy. Quiza con animo de evidenciar esta conexion, Barcelo vestia invariablemente al uso de un dandi decimononico, luciendo fular, zapatos de charol blanco y un monoculo sin graduacion que segun las malas lenguas no se quitaba ni en la intimidad del retrete. En realidad, el parentesco mas significativo en su haber era el de su progenitor, un industrial que se habia enriquecido por medios mas o menos turbios a finales del siglo XIX. Segun me explico mi padre, Gustavo Barcelo estaba, tecnicamente, forrado, y lo de la libreria era mas pasion que negocio. Amaba los libros sin reserva y, aunque el lo negaba rotundamente, si alguien entraba en su libreria y se enamoraba de un ejemplar cuyo precio no podia costearse, lo rebajaba hasta donde fuese necesario, o incluso lo regalaba si estimaba que el comprador era un lector de casta y no un diletante mariposon. Al margen de estas peculiaridades, Barcelo poseia una memoria de elefante y una pedanteria que no desmerecia en porte o sonoridad, pero si alguien sabia de libros extranos, era el. Aquella tarde, despues de cerrar la tienda, mi padre sugirio que nos acercasemos hasta el cafe de Els Quatre Gats en la calle Montsio, donde Barcelo y sus compinches mantenian una tertulia bibliofila sobre poetas malditos, lenguas muertas y obras maestras abandonadas a merced de la polilla.
Els Quatre Gats quedaba a tiro de piedra de casa y era uno de mis rincones predilectos de toda Barcelona. Alli se habian conocido mis padres en el ano 32, y yo atribuia en parte mi billete de ida por la vida al encanto de aquel viejo cafe. Dragones de piedra custodiaban la fachada enclavada en un cruce de sombras y sus farolas de gas congelaban el tiempo y los recuerdos. En el interior, las gentes se fundian con los ecos de otras epocas. Contables, sonadores y aprendices de genio compartian mesa con el espejismo de Pablo Picasso, Isaac Albeniz, Federico Garcia Lorca o Salvador Dali. Alli, cualquier pelagatos podia sentirse por unos instantes figura historica por el precio de un cortado.