- Yo por usted, dona Encarna, me trago un ladrillo si es necesario.
Con el tiempo todos hicimos como que habiamos olvidado lo sucedido, pero nunca mas volvi a tomarme a broma las historias del inspector Fumero. Despues de aquel episodio, para no dejarlo solo, nos llevabamos a Fermin Romero de Torres casi todos los domingos a merendar al cafe Novedades. Luego subiamos andando hasta el cine Femina en la esquina de Diputacion y paseo de Gracia. Uno de los acomodadores era amigo de mi padre y nos dejaba colarnos por la salida de incendios de platea a medio No-Do, siempre en el momento en que el Generalisimo cortaba la cinta inaugural de algun nuevo pantano, lo cual a Fermin Romero de Torres le atacaba los nervios.
- Que verguenza -decia, indignado.
- ?No le gusta a usted el cine, Fermin?
- En confianza, a mi esto del septimo arte me la repampinfla. A mi entender no es mas que pabulo para atontar a la plebe embrutecida, peor que el futbol o los toros. El cinematografo nacio como invento para entretener a las masas analfabetas, y cincuenta anos mas tarde no ha cambiado mucho.
Toda aquella reticencia cambio radicalmente el dia que Fermin Romero de Torres descubrio a Carole Lombard.
- ?Que busto, Jesus, Maria y Jose, que busto! -exclamo en plena proyeccion, poseido-. ?Eso no son tetas, son dos carabelas!
- Callese, so guarro, o ahora mismo llamo al encargado -mascullo una voz de confesonario ubicada un par de filas a nuestras espaldas-. Habrase visto el poca verguenza. Que pais de cerdos.
- Mas vale que baje la voz, Fermin -aconseje.
Fermin Romero de Torres no me escuchaba. Andaba perdido en el suave vaiven de aquel escote milagroso, con la sonrisa robada y los ojos envenenados de tecnicolor. Mas tarde, caminando de vuelta por el paseo de Gracia, observe que nuestro detective bibliografico seguia en trance.
- Creo que vamos a tener que buscarle a usted una mujer -dije-. Una mujer le alegrara la vida, ya lo vera.
Fermin Romero de Torres suspiro, su mente rebobinando aun las delicias de la ley de la gravedad.
- ?Habla usted por experiencia, Daniel? -pregunto inocentemente.
Me limite a sonreir, sabiendo que mi padre me observaba de refilon.
Despues de aquel dia, Fermin Romero de Torres se aficiono a ir todos los domingos al cine. Mi padre preferia quedarse en casa leyendo, pero Fermin Romero de Torres no se perdia una sesion. Compraba un monton de chocolatinas y se sentaba en la fila diecisiete a devorarlas, esperando la aparicion estelar de la diva de turno. El argumento le traia al pairo, y no paraba de hablar hasta que una dama de considerables atributos llenaba la pantalla.
- He estado pensando en lo que dijo usted el otro dia sobre lo de buscarme una mujer -dijo Fermin Romero de Torres-. A lo mejor tiene usted razon. En la pension hay un nuevo inquilino, un ex seminarista sevillano muy salado que de vez en cuando se trae unas chavalas imponentes. Oiga, como ha mejorado la raza. No se como se lo hace, porque el muchacho es bien poca cosa, pero a lo mejor las atonta a padrenuestros. Como tiene la habitacion de al lado, yo lo oigo todo, y a juzgar por lo que se escucha, el fraile debe de ser un artista. Lo que hace un uniforme. ?A usted como le gustan las mujeres, Daniel?
- No se yo mucho de mujeres, la verdad.
- Saber no sabe nadie, ni Freud, ni ellas mismas, pero esto es como la electricidad, no hace falta saber como funciona para picarse los dedos. Hala, cuente. ?Como le gustan? A mi que me perdonen, pero una mujer tiene que tener forma de hembra y donde agarrarse, pero usted tiene pinta de que le gusten las flacas, que es un punto de vista que yo respeto muchisimo, ?eh?, no me malinterprete.
- Si he de serle sincero, no tengo mucha experiencia con las mujeres. Mas bien ninguna.
Fermin Romero de Torres me miro con detenimiento, intrigado ante esta manifestacion de ascetismo.
- Yo creia que lo de aquella noche, ya sabe, el porrazo...
- Si todo doliese como una bofetada...
Fermin parecio leerme el pensamiento, y sonrio solidariamente.
- Pues mire, que no le sepa mal, porque lo mejor de las mujeres es descubrirlas. Como la primera vez, nada de nada. Uno no sabe lo que es la vida hasta que desnuda por primera vez a una mujer. Boton a boton, como si pelase usted un boniato bien calentito en una noche de invierno. Ahhhhh...
En pocos segundos, Veronica Lake hacia su entrada en escena, y Fermin habia saltado de dimension. Aprovechando una secuencia en que Veronica Lake descansaba, Fermin anuncio que se iba a hacer una visita al puesto de chucherias del vestibulo para reponer existencias. Despues de pasar meses de hambre, mi amigo habia perdido el sentido de la medida, pero merced a su metabolismo de bombilla nunca llegaba a perder aquel aire hambriento y escualido de posguerra. Me quede solo, apenas siguiendo la accion en pantalla. Mentiria si dijese que pensaba en Clara. Pensaba solo en su cuerpo, temblando bajo las embestidas del profesor de musica, reluciente de sudor y de placer. Se me cayo la mirada de la pantalla y solo entonces repare en el espectador que acababa de entrar. Vi su silueta avanzar hasta el centro del patio de butacas, seis filas mas adelante, y tomar asiento. Los cines estaban llenos de gente sola, pense. Como yo.
Intente concentrarme en retomar el hilo de la accion. El galan, un detective cinico pero con buen corazon, le explicaba a un personaje secundario por que las mujeres como Veronica Lake eran la perdicion de todo macho cabal y, aun asi, no cabia sino amarlas con desesperacion y perecer traicionado por su perfidia. Fermin Romero de Torres, que se estaba convirtiendo en critico experto, denominaba a este genero de historias "el cuento de la mantis religiosa" . Segun el no eran sino fantasias misoginas para oficinistas con problemas de estrenimiento y beatas ajadas de aburrimiento que sonaban con echarse al vicio y llevar una vida de puton desorejado. Sonrei al imaginar los comentarios a pie de pagina que hubiese hecho mi amigo el critico de no haber acudido a su cita con el puesto de golosinas. La sonrisa se me helo en menos de un segundo. El espectador sentado seis filas al frente se habia vuelto y me estaba mirando fijamente. El haz nebuloso del proyector taladraba las tinieblas de la sala, un soplo de luz parpadeante que apenas dibujaba lineas y manchas de color. Reconoci al instante al hombre sin rostro, Coubert. Su mirada sin parpados brillaba, acerada. Su sonrisa sin labios se relamia en la oscuridad. Senti dedos frios cerrandose sobre mi corazon. Doscientos violines estallaron en la pantalla, hubo tiros, gritos y la escena fundio a negro. Por un instante, la platea se sumio en la oscuridad absoluta y solo pude oir los latidos que me martilleaban en las sienes. Lentamente, una nueva escena se ilumino en la pantalla, deshaciendo la oscuridad de la sala en vahos de penumbra azul y purpura. El hombre sin rostro habia desaparecido. Me volvi y pude ver una silueta alejandose por el pasillo de la platea y cruzarse con Fermin Romero de Torres, que volvia de su safari gastronomico. Se adentro en la fila y retomo su butaca. Me tendio una chocolatina de praline y me observo con cierta reserva.
- Daniel, esta usted blanco como nalga de monja. ?Se encuentra bien?
Un aliento invisible barria el patio de butacas.
- Huele raro -comento Fermin Romero de Torres-. Como a pedo rancio, de notario o procurador.
- No. Huele a papel quemado.
- Ande, tenga un Sugus de limon, que lo cura todo.
- No me apetece.
- Pues se lo guarda, que nunca se sabe cuando un Sugus le va a sacar a uno de un apuro.
Guarde el caramelo en el bolsillo de la chaqueta y navegue por el resto de la pelicula sin prestar atencion ni a Veronica Lake ni a las victimas de sus fatales encantos. Fermin Romero de Torres se habia perdido en el espectaculo y en sus chocolatinas. Cuando se encendieron las luces al termino de la sesion, me parecio haber despertado de un mal sueno y me senti tentado de tomar la presencia de aquel individuo en el patio de butacas como una ilusion, un truco de la memoria, pero su breve mirada en la oscuridad habia bastado para hacerme llegar el mensaje. No se habia olvidado de mi, ni de nuestro pacto.