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- ?Hola?

Pasaron varios segundos sin que me llegase una respuesta. Yo segui ojeando el libro de pedidos.

Escuche pasos en la tienda, lentos.

- ?Fermin? ?Papa?

No obtuve respuesta. Me parecio advertir una risa ahogada y cerre el libro de pedidos. Quiza un cliente habia ignorado el cartel de CERRADO. Me disponia a atenderle cuando escuche el sonido de varios libros caer desde los estantes en la tienda. Trague saliva. Agarre un abrecartas y me acerque lentamente a la puerta de la trastienda. No me atrevi a llamar de nuevo. Al poco escuche de nuevo los pasos, alejandose. Sono de nuevo la campanilla de la puerta, y senti un vahido de aire de la calle. Me asome a la tienda. No habia nadie. Corri hasta la puerta de la calle y la cerre a cal y canto. Respire hondo, sintiendome ridiculo y cobarde. Me dirigia de nuevo a la trastienda cuando vi aquel pedazo de papel encima del mostrador. Al acercarme comprobe que se trataba de una fotografia, una vieja estampa de estudio de las que acostumbraban a imprimirse en una lamina de carton grueso. Los bordes estaban quemados y la imagen, ahumada, parecia surcada por el rastro de dedos sucios de carbonilla. La examine bajo una lampara. En la fotografia podia verse a una pareja de jovenes, sonriendo para la camara. El no parecia tener mas de diecisiete o dieciocho anos, con el cabello claro y los rasgos aristocraticos, fragiles. Ella parecia quiza un poco menor que el, uno o dos anos a lo sumo. Tenia la tez palida y un rostro cincelado, cenido por un pelo negro, corto, que acentuaba una mirada encantada, envenenada de alegria. El le pasaba un brazo por el talle y ella parecia susurrar algo, burlona. La imagen transmitia una calidez que me robo una sonrisa, como si en aquellos dos desconocidos hubiese reconocido a viejos amigos. Detras de ellos se podia ver el escaparate de una tienda, repleto de sombreros pasados de moda. Me concentre en la pareja. Las ropas parecian indicar que la imagen tenia por lo menos veinticinco o treinta anos. Era una imagen de luz y de esperanza que prometia cosas que solo existen en las miradas de pocos anos. Las llamas habian devorado casi todo el contorno de la fotografia, pero aun podia adivinarse un rostro severo tras aquel mostrador vetusto, una silueta espectral insinuandose tras las letras grabadas en el cristal.

Hijos de Antonio Fortuny

Casa fundada en 1888

La noche que habia regresado al Cementerio de los Libros Olvidados, Isaac me habia contado que Carax usaba el apellido de su madre, no el de su padre: Fortuny. El padre de Carax tenia una sombrereria en la ronda de San Antonio. Observe de nuevo el retrato de aquella pareja y tuve la certeza de que aquel muchacho era Julian Carax, sonriendome desde el pasado, incapaz de ver las llamas que se cerraban sobre el.

CIUDAD DE SOMBRAS 1954

14

A la manana siguiente, Fermin acudio a trabajar en alas de Cupido, sonriente y silbando boleros. En otras circunstancias le habria preguntado acerca de su merienda con la Bernarda, pero aquel dia no tenia yo los animos para la lirica. Mi padre habia quedado en entregar un pedido a las once de la manana al profesor Javier Velazquez en su despacho de la facultad en plaza Universidad. A Fermin, la sola mencion del academico le inspiraba urticaria, y con esa excusa me ofreci yo a llevarle los libros.

- Ese individuo es un pedante, un crapula y un lameculos fascista -proclamo Fermin, alzando el puno en alto al modo inequivoco de cuando le entraba el prurito justiciero-. Con el cuento de la catedra y el examen final, ese se beneficiaba hasta la Pasionaria si se terciase.

- No se pase, Fermin. Velazquez paga muy bien, siempre por adelantado y nos recomienda a los cuatro vientos -le recordo mi padre.

- Ese es dinero manchado con la sangre de virgenes inocentes -protesto Fermin-. Vive Dios que yo nunca me acoste con una mujer menor de edad, y no por falta de ganas ni oportunidades; que hoy me ven ustedes en horas bajas, pero hubo el dia en que tuve presencia y gallardia como el que mas, y aun asi, por si acaso y me daba en la nariz que eran un poco golfas, exigia la cedula de identidad o en su defecto autorizacion paterna por escrito para no faltarle a la etica.

Mi padre puso los ojos en blanco.

- Con usted es imposible discutir, Fermin.

- Es que si tengo razon, tengo razon.

Tome el paquete que yo mismo habia preparado la noche anterior, un par de Rilkes y un ensayo apocrifo atribuido a Ortega en torno a las tapas y la profundidad del sentir nacional, y deje a Fermin y a mi padre entregados a su debate de usos y costumbres.

Hacia un dia esplendido, con un cielo azul de bandera y una brisa limpia y fresca que olia a otono y a mar. Mi Barcelona favorita siempre fue la de octubre, cuando le sale el alma a pasear y uno se hace mas sabio con solo beber de la fuente de Canaletas, que durante esos dias, de puro milagro, no sabe ni a cloro. Avanzaba a paso ligero, sorteando limpiabotas, chupatintas que volvian del cafetito de media manana, vendedores de loteria y un ballet de barrenderos que parecian estar puliendo la ciudad a pincel, sin prisa y con trazo puntillista. Ya por entonces, Barcelona empezaba a llenarse de coches, y a la altura del semaforo de la calle Balmes observe apostadas en ambas aceras cuadrigas de oficinistas con gabardina gris y mirada hambrienta, comiendose un Studebaker con los ojos como si se tratase de una cupletera en salto de cama. Subi por Balmes hasta Gran Via, viendomelas con semaforos, tranvias, automoviles y hasta motocicletas con sidecar. En un escaparate vi un cartel de la casa Phillips que anunciaba la llegada de un nuevo mesias, la television, que se decia iba a cambiarnos la vida y nos iba a transformar a todos en seres del futuro, como los americanos. Fermin Romero de Torres, que siempre estaba al tanto de todos los inventos, habia profetizado ya lo que iba a suceder.

- La television, amigo Daniel, es el Anticristo y le digo yo que bastaran tres o cuatro generaciones para que la gente ya no sepa ni tirarse pedos por su cuenta y el ser humano vuelva a la caverna, a la barbarie medieval, y a estados de imbecilidad que ya supero la babosa alla por el pleistoceno. Este mundo no se morira de una bomba atomica como dicen los diarios, se morira de risa, de banalidad, haciendo un chiste de todo, y ademas un chiste malo.

El profesor Velazquez tenia el despacho en el segundo piso de la Facultad de Letras, al fondo de una galeria con embaldosado ajedrecistico y luz en polvo que daba al claustro sur. Encontre al profesor a la puerta de un aula, haciendo como que escuchaba a una alumna de figura espectacular que iba enfundada en un traje granate que le cenia el talle a cuchillo y dejaba asomar unas pantorrillas helenicas relucientes en medias de seda fina. El profesor Velazquez tenia fama de donjuan y no faltaba quien dijese que la educacion sentimental de toda senorita de buen nombre no estaba completa sin un proverbial fin de semana en un hotelito en el paseo de Sitges recitando alejandrinos tete-a-tete con el distinguido catedratico. Yo, con instinto comercial, me guarde mucho de interrumpir su conversacion, y decidi matar el tiempo haciendole una radiografia a la pupila aventajada. Quiza fuera la caminata a paso ligero que me habia levantado el animo, quiza fueran mis dieciocho anos y el hecho de que pasaba mas tiempo entre las musas atrapadas en tomos viejos que en compania de muchachas de carne y hueso, que siempre me parecian a anos luz del fantasma de Clara Barcelo, pero en aquel momento, leyendo cada pliegue en la anatomia de aquella estudiante a la que unicamente podia ver de espaldas pero que me imaginaba en tres dimensiones y perspectiva alejandrina, se me pusieron unos dientes largos como palmatorias.