- ?Dijo acaso el bollito que era mi novia?
- Asi, con todas las palabras no, pero sonrio como de refilon, ya sabe usted, y dijo que le esperaba el viernes por la tarde. Nosotros nos limitamos a sumar dos y dos.
- Bea... -murmure yo.
- Ergo, existe -apunto Fermin, aliviado.
- Si, pero no es mi novia -dije.
- Pues no se a que esta usted esperando.
- Es la hermana de Tomas Aguilar.
- ?Su amigo el inventor?
Asenti.
- Razon de mas. Ni que fuese la hermana de Gil Robles, oigame; porque esta buenisima. Yo, en su lugar, estaria a la que salta.
- Bea ya tiene novio. Un alferez que esta haciendo el servicio.
Fermin suspiro, irritado.
- Ah, el ejercito, lacra y reducto tribal del gremialismo simiesco. Mejor, porque asi puede usted ponerle la cornamenta sin remordimientos.
- Delira usted, Fermin. Bea se va a casar cuando el alferez termine el servicio.
Fermin me sonrio, ladino.
- Pues mire usted por donde, a mi me da como que no, que esa no se casa.
- Usted que sabra.
- De mujeres, y de otros menesteres mundanos, bastante mas que usted. Como nos ensena Freud, la mujer desea lo contrario de lo que piensa o declara, lo cual, bien mirado, no es tan terrible porque el hombre, como nos ensena Perogrullo, obedece por contra al dictado de su aparato genital o digestivo.
- No me largue discursos, Fermin, que le veo el plumero. Si tiene algo que decir, sintetice.
- Pues mire, en sucinta esencia se lo digo: esa no tenia cara de casarse con el Cascorro.
- ?Ah, no? ?Y de que tenia cara, a ver?
Fermin se me acerco con aire confidencial.
- De morbo -apunto, alzando las cejas con aire de misterio-. Y que conste que eso lo digo como un cumplido.
Como siempre, Fermin estaba en lo cierto. Vencido, opte por jugar la pelota en su terreno.
- Hablando de morbo, cuenteme lo de la Bernarda. ?Hubo beso o no hubo beso?
- No me ofenda, Daniel. Le recuerdo que esta usted hablando con un profesional de la seduccion, y eso del beso es para amateurs y diletantes de pantufla. A la mujer de verdad se la gana uno poco a poco. Es todo cuestion de psicologia, como una buena faena en la plaza.
- O sea, que le dio calabazas.
A Fermin Romero de Torres no le da calabazas ni san Roque. Lo que ocurre es que el hombre, volviendo a Freud y valga la metafora, se calienta como una bombilla: al rojo en un tris, y frio otra vez en un soplo. La hembra, sin embargo, y esto es ciencia pura, se calienta como una plancha, ?entiende usted? Poco a poco, a fuego lento, como la buena escudella. Pero eso si, cuando ha cogido calor, aquello no hay quien lo pare. Como los altos hornos de Vizcaya.
Sopese las teorias termodinamicas de Fermin.
- ?Es eso lo que esta usted haciendo con la Bernarda? -pregunte-. ?Poner la plancha al fuego?
Fermin me guino un ojo.
- Esa mujer es un volcan al borde de la erupcion, con una libido de magma igneo y un corazon de santa -dijo, relamiendose-. Por establecer un paralelismo veraz, me recuerda a mi mulatita en La Habana, que era una santera muy devota. Pero, como en el fondo soy un caballero de los de antes, no me aprovecho, y con un casto beso en la mejilla me conforme. Porque yo no tengo prisa, ?sabe? Lo bueno se hace esperar. Hay pardillos por ahi que se creen que si le ponen la mano en el culo a una mujer y ella no se queja, ya la tienen en el bote. Aprendices. El corazon de la hembra es un laberinto de sutilezas que desafia la mente cerril del varon trapacero. Si quiere usted de verdad poseer a una mujer, tiene que pensar como ella, y lo primero es ganarse su alma. El resto, el dulce envoltorio mullido que le pierde a uno el sentido y la virtud, viene por anadidura.
Aplaudi su discurso con solemnidad.
- Fermin, es usted un poeta.
- No, yo estoy con Ortega y soy un pragmatico, porque la poesia miente, aunque en bonito, y lo que yo digo es mas verdad que el pan con tomate. Ya lo decia el maestro, enseneme usted un donjuan y le enseno yo a un mariposon enmascarado. Lo mio es la permanencia, lo perenne. A usted le pongo por testigo que yo de la Bernarda hare una mujer, si no honrada, porque eso ya lo es, al menos feliz.
Le sonrei, asintiendo. Su entusiasmo era contagioso, y su metrica invencible.
- Me la cuide bien, Fermin. Que la Bernarda tiene demasiado corazon y ya se ha llevado demasiados chascos.
- ?Se cree que no me doy cuenta? Vamos, si lo lleva en la frente como una poliza del patronato de viudas de guerra. Se lo digo yo, que en esto de encajar putadas tengo muchisima experiencia: yo a esa mujer la colmo de dicha aunque sea lo ultimo que haga en este mundo.
- ?Palabra?
Me tendio la mano con aplomo templario. Se la estreche.
- Palabra de Fermin Romero de Torres.
Tuvimos una tarde lenta en la tienda, con apenas un par de curiosos. En vista del panorama, le sugeri a Fermin que se tomase libre el resto de la tarde.
- Ande, se va usted a buscar a la Bernarda y se la lleva al cine o a mirar escaparates por la calle Puertaferrisa cogida del brazo, que a ella eso le encanta.
Fermin se apresto a tomarme la palabra y corrio a acicalarse en la trastienda, donde guardaba siempre una muda impecable y toda suerte de colonias y unguentos en un neceser que hubiera sido la envidia de dona Concha Piquer. Cuando salio parecia un galan de peliculon, pero con treinta kilos menos en los huesos. Vestia un traje que habia sido de mi padre y un sombrero de fieltro que le venia un par de tallas grande, problema que solventaba colocando bolas de papel de periodico bajo la copa.
- Por cierto, Fermin. Antes de que se vaya... Queria pedirle un favor.
- Eso esta hecho. Usted ordene que yo estoy aqui para obedecer.
- Le voy a pedir que esto quede entre nosotros, ?eh?, a mi padre ni una palabra.
Sonrio de oreja a oreja.
- Ah, granujilla. Algo que ver con esa chavala imponente, ?eh?
- No. Este es un asunto de investigacion e intriga. De lo suyo, vamos.
- Bueno, yo de chavalas tambien se un rato. Se lo digo por si un dia tiene usted una consulta tecnica, ya sabe. Con toda confianza, que para eso soy como un medico. Sin nonerias.
- Lo tendre en cuenta. Ahora, lo que necesitaria saber es a quien pertenece un apartado de correos en la oficina central de Via Layetana. Numero 2321. Y, a ser posible, quien recoge el correo que llega ahi. ?Cree usted que podria echarme un cable?
Fermin se anoto el numero en el empeine, bajo el calcetin, a boligrafo.
- Eso es pan comido. A mi no hay organismo oficial que se me resista. Deme unos dias y le tendre un informe completo.
- Hemos quedado que a mi padre ni una palabra, ?eh?
- Descuide. Hagase cuenta de que soy la esfinge de Keops.
- Se lo agradezco. Y ahora, venga, vayase ya y que se lo pase bien.
Le despedi con un saludo militar y le vi partir gallardo como un gallo rumbo al gallinero. No debia de hacer ni cinco minutos que Fermin se habia ido cuando escuche las campanillas de la puerta y alce la vista de las columnas de cifras y tachones. Un individuo amparado en una gabardina gris y un sombrero de fieltro acababa de entrar. Lucia un bigote pincelado y los ojos azules y vidriosos. Exhibia una sonrisa de vendedor, falsa y forzada. Lamente que Fermin no estuviese alli, porque el tenia la mano rota para librarse de los viajantes de alcanfores y morralla que ocasionalmente se colaban en la libreria. El visitante me brindo su sonrisa grasienta y falsa, cogiendo al azar un tomo de una pila por ordenar y valorar que habia junto a la entrada. Todo en el comunicaba desprecio por cuanto veia. No me vas a vender ni las buenas tardes, pense.
- Cuanta letra, ?eh? -dijo.
- Es un libro; suelen tener bastantes letras. ?En que puedo ayudarle, caballero?
El individuo devolvio el libro a la pila, asintiendo con displicencia e ignorando mi pregunta.