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- Es lo que yo digo. Leer es para la gente que tiene mucho tiempo y nada que hacer. Como las mujeres. El que tiene que trabajar no tiene tiempo para cuentos. En la vida hay que pencar. ?No le parece a usted?

- Es una opinion. ?Buscaba usted algo en especial?

- No es una opinion; es un hecho. Eso es lo que pasa en este pais, que la gente no quiere trabajar. Mucho vago es lo que hay, ?no le parece a usted?

- No lo se, caballero. Quiza. Aqui, como ve, solo vendemos libros.

El individuo se acerco al mostrador, su mirada siempre revoloteando por la tienda y posandose ocasionalmente en la mia. Su aspecto y su ademan me resultaban vaga mente familiares, aunque no hubiera sabido decir de donde. Habia algo en el que hacia pensar en una de esas figuras que aparecen en naipes de anticuario o adivino, un personaje escapado de los grabados de un incunable. Tenia la presencia funebre e incandescente, como una maldicion con el traje de los domingos.

- Si me dice en que puedo servirle...

- Soy yo mas bien quien venia a hacerle a usted un servicio. ?Es usted el dueno de este establecimiento?

- No. El dueno es mi padre.

- ?Y su nombre es?

- ?El mio o el de mi padre?

El individuo me dedico una sonrisa socarrona. Un risitas, pense.

- Me hare cuenta de que el cartel de Sempere e hijos va por ambos, entonces.

- Es usted muy perspicaz. ?Puedo preguntarle cual es el motivo de su visita, si no esta interesado en un libro?

- El motivo de mi visita, que es de cortesia, es advertirle que ha llegado a mi atencion que tienen ustedes tratos con gentes de mal vivir, en particular invertidos y maleantes.

Le observe atonito.

- ?Perdon?

El individuo me clavo la mirada.

- Hablo de maricones y ladrones. No me diga que no sabe de lo que hablo.

- Me temo que no tengo la mas remota idea, ni interes alguno en seguir escuchandole.

El individuo asintio, adoptando un gesto hostil y airado.

- Pues va a tener que joderse. Supongo que esta usted al corriente de las actividades del ciudadano Federico Flavia.

- Don Federico es el relojero del barrio, una excelente persona y dudo mucho de que sea un maleante.

- Hablaba de maricones. Me consta que la monarra esa frecuenta su establecimiento, supongo que para comprarles novelillas romanticas y pornografia.

- ?Y puedo preguntarle a usted que le importa?

Por toda respuesta extrajo su billetero y lo tendio abierto sobre el mostrador. Reconoci una tarjeta de identificacion policial mugrienta con el semblante del individuo, algo mas joven. Lei hasta donde decia "Inspector jefe Francisco Javier Fumero Almuniz".

- Joven, a mi hableme con respeto o les meto a usted y a su padre un paquete que se les va a caer el pelo por vender basura bolchevique. ?Estamos?

Quise replicar, pero las palabras se me habian quedado congeladas en los labios.

- Pero bueno, el maricon ese no es lo que me trae hasta aqui hoy. Tarde o temprano acabara en jefatura, como todos los de su catadura, y ya lo espabilare yo. Lo que me preocupa es que tengo informes de que estan ustedes empleando a un chorizo vulgar, un indeseable de la peor calana.

- No se de quien me habla usted, inspector.

Fumero rio su risita servil y pegajosa, de camarilla y comadreo.

- Dios sabe que nombre utilizara ahora. Hace anos hacia llamar Wilfredo Camaguey, as del mambo, y decia ser experto en vudu, profesor de danza de don Juan de Borbon y amante de Mata Hari. Otras veces adopta nombres de embajadores, artistas de variedades o toreros. Ya hemos perdido la cuenta.

- Siento no poder ayudarle, pero no conozco a nadie llamado Wilfredo Camaguey.

- Seguro que no, pero sabe a quien me refiero, ?verdad?

- No.

Fumero rio de nuevo. Aquella risa forzada y amanerada le definia y resumia como un indice.

- A usted le gusta poner las cosas dificiles, ?verdad? Mire, yo he venido aqui en plan de amigo para advertirles y prevenirles de que quien mete a un indeseable en casa acaba con los dedos escaldados y usted me trata de embustero.

- En absoluto. Yo le agradezco su visita y su advertencia, pero le aseguro que no ha...

- A mi no me venga con estas mierdas, porque si me sale de los cojones le pego un par de hostias y le cierro el chiringuito, ?estamos? Pero hoy estoy de buenas, asi que le voy a dejar solo con la advertencia. Usted sabra que companias elige. Si le gustan los maricones y los ladrones, es que tendra usted algo de ambos. Conmigo, las cosas claras. O esta usted de mi lado o contra mi. Asi es la vida. ?En que quedamos?

No dije nada. Fumero asintio, soltando otra risita.

- Muy bien, Sempere. Usted mismo. Mal empezamos usted y yo. Si quiere problemas, los tendra. La vida no es como las novelas, ?sabe usted? En la vida hay que tomar un bando. Y esta claro cual ha elegido usted. El de los que pierden por burros.

- Le voy a pedir que se vaya usted, por favor.

Se alejo hacia la puerta arrastrando su risita sibilina.

- Volveremos a vernos. Y digale a su amigo que el inspector Fumero le tiene echado el ojo y que le envia muchos recuerdos.

La visita del infausto inspector y el eco de sus palabras me incendiaron la tarde. Despues de quince minutos de corretear tras el mostrador con las tripas estrechandoseme en un nudo, decidi cerrar la libreria antes de la hora y salir a la calle a caminar sin rumbo. No podia quitarme del pensamiento las insinuaciones y las amenazas que habia hecho aquel aprendiz de matarife. Me preguntaba si debia alertar a mi padre y a Fermin sobre aquella visita, pero supuse que aquella habia sido precisamente la intencion de Fumero, sembrar la duda, la angustia, el miedo y la incertidumbre entre nosotros. Decidi que no iba a seguirle el juego. Por otro lado, las insinuaciones acerca del pasado de Fermin me alarmaban. Me avergonce de mi mismo al descubrir que por un instante habia dado credito a las palabras del policia. Tras darle muchas vueltas, conclui sellar aquel episodio en algun rincon de mi memoria e ignorar sus implicaciones. De regreso a casa, cruce frente a la relojeria del barrio. Don Federico me saludo desde el mostrador, haciendome senas para que entrase en su establecimiento. El relojero era un personaje afable y sonriente que nunca se olvidaba de felicitar una fiesta y al que siempre se podia acudir para solventar cualquier apuro, con la tranquilidad de que el encontraria la solucion. No pude evitar sentir un escalofrio al saberle en la lista negra del inspector Fumero, y me pregunte si debia avisarle, aunque no imaginaba como sin inmiscuirme en materias que no eran de mi incumbencia. Mas confundido que nunca, entre en la relojeria y le sonrei.

- ?Que tal, Daniel? Menuda cara traes.

- Un mal dia -dije-. ?Que tal todo, don Federico?

- Sobre ruedas. Los relojes cada vez estan peor hechos y me harto a trabajar. Si esto sigue asi, voy a tener que coger un ayudante. Tu amigo, el inventor, ?no estaria interesado? Seguro que tiene buena mano para esto.

No me costo imaginar lo que opinaria el padre de Tomas Aguilar sobre la perspectiva de que su hijo aceptase un empleo en el establecimiento de don Federico, mariquilla oficial del barrio.

- Ya se lo comentare.

- Por cierto, Daniel. Tengo por aqui el despertador que me trajo tu padre hace dos semanas. No se lo que le hizo, pero le valdria mas comprar uno nuevo que arreglarlo.

Recorde que a veces, en las noches de verano asfixiantes, a mi padre le daba por salir a dormir al balcon.

- Se le cayo a la calle -dije.

- Ya me parecia a mi. Dile que me diga el que. Yo le puedo conseguir un Radiant a muy buen precio. Si quieres, mira, te lo llevas y que lo pruebe. Si le gusta, ya me lo pagara. Y si no, me lo devuelves.

- Muchas gracias, don Federico.

El relojero procedio a envolverme el armatoste en cuestion.

- Alta tecnologia -decia, complacido-. Por cierto, me encanto el libro que me vendio el otro dia Fermin. Uno de Graham Greene. Ese Fermin es un fichaje de primera.