- No puede ser -dijo mi padre-. Pero si parecia que don Federico hubiera escarmentado.
Don Anacleto asintio con vehemencia pastoral.
- Si, pero no olvide el refranero, acervo y voz de nuestro sentir mas hondo, que ya lo dice: la cabra tira al monte, y no solo de bromuro vive el hombre. Y aun no han oido ustedes lo peor.
- Pues vaya al grano vuesa merced, que con tanto vuelo metaforico me estan entrando ganas de hacer de vientre -protesto Fermin.
- Ni caso le haga a este animal, que a mi me gusta mucho como habla usted. Es como el No-Do, senor doctor -intercedio la Merceditas.
- Gracias, hija, pero solo soy un humilde maestro. Pero a lo que iba, sin mas dilacion, preambulo ni floritura. Al parecer el relojero, que en el momento de su detencion respondia al nombre artistico de La Nina er Peine, ha sido ya detenido en similares circunstancias en un par de ocasiones que constan en los anales del acontecer criminal de los guardianes de la paz.
- Diga mejor maleantes con placa -espeto Fermin.
- Yo en politica no me meto. Pero puedo decirles que, tras derribar al pobre don Federico del escenario de un botellazo certero, los dos agentes lo condujeron a la comisaria de Via Layetana. En otra coyuntura, con suerte, la cosa no hubiera pasado de chanza y a lo mejor un par de bofetadas y/o vejaciones menores, pero se dio la funesta circunstancia de que ayer noche andaba por alli el celebre inspector Fumero.
- Fumero -murmuro Fermin, a quien la sola mencion de su nemesis le habia causado un estremecimiento.
- El mismo. Como iba diciendo, el adalid de la seguridad ciudadana, recien llegado de una redada triunfal en un local ilegal de apuestas y carreras de cucarachas ubicado en la calle Vigatans, fue informado de lo sucedido por la angustiada madre de uno de los muchachos extraviados del Cotolengo y presunto cerebro de la fuga, Pepet Guardiola. En estas, el notable inspector, que al parecer llevaba entre pecho y espalda doce carajillos de Soberano desde la cena, decidio tomar cartas en el asunto. Tras estudiar los agravantes en danza, Fumero se apresto a indicar al sargento de guardia que tanta (y cito el vocabolo en su mas descarnada literalidad pese a la presencia de una senorita por su valor documental en relacion al suceso) mariconada merecia escarmiento y que lo que el relojero, osease don Federico Flavia i Pujades, soltero y natural de la localidad de Ripollet, necesitaba, por su bien y por el del alma inmortal de los mozalbetes mongoloides cuya presencia era accesoria pero determinante en el caso, era pasar la noche en el calabozo comun del subsotano de la institucion en compania de una selecta pleyade de hampones. Como probablemente sabran ustedes, dicha celda es celebre entre el elemento criminal por lo inhospito y precario de sus condiciones sanitarias, y la inclusion de un ciudadano de a pie en la lista de huespedes es siempre motivo de jolgorio por lo que comporta de ludico y de novedoso a la monotonia de la vida carcelaria.
Llegado este punto, don Anacleto procedio a esbozar una breve pero entranable semblanza del caracter de la victima, por otro lado de todos bien conocido.
- No es necesario que les recuerde que el senor Flavia i Pujades ha sido bendecido con una personalidad fragil y delicada, todo bondad y piedad cristiana. Si una mosca se cuela en la relojeria, en vez de matarla a alpargatazos, abre la puerta y las ventanas de par en par para que al insecto, criatura del Senor, se lo lleve la corriente de vuelta al ecosistema. Don Federico, me consta, es hombre de fe, muy devoto e involucrado en las actividades de la parroquia que, sin embargo, ha tenido que convivir toda su vida con un tenebroso tiron al vicio que, en contadisimas ocasiones, le ha vencido y le ha echado a la calle disfrazado de mujeruca. Su habilidad para reparar desde relojes de pulsera hasta maquinas de coser siempre fue proverbial y su persona apreciada por todos quienes le conocimos y frecuentamos su establecimiento, incluso por aquellos que no veian con buenos ojos sus ocasionales escapadas nocturnas luciendo pelucon, peineta y vestido de lunares.
- Habla usted como si estuviese muerto -aventuro Fermin, consternado.
- Muerto no, gracias a Dios.
Suspire, aliviado. Don Federico vivia con una madre octogenaria y totalmente sorda, conocida en el barrio como La Pepita y famosa por soltar unas ventosidades huracanadas que hacian caer aturdidos a los gorriones de su balcon.
- Poco imaginaba La Pepita que su Federico -continuo el catedratico- habia pasado la noche en una celda cochambrosa, donde un orfeon de macarras y navajeros se lo habian rifado cual puton verbenero para luego, una vez ahitos de sus carnes magras, propinarle una paliza de ordago mientras el resto de presos coreaban con alegria la "maricon, maricon, come mierda mariposon".
Se apodero de nosotros un silencio sepulcral. La Merceditas sollozaba. Fermin quiso consolarla con un tierno abrazo, pero ella se zafo de un brinco.
19
- Imaginense ustedes el cuadro -concluyo don Anacleto para consternacion de todos.
El epilogo de la historia no mejoraba las expectativas. A media manana, un furgon gris de jefatura habia dejado tirado a don Federico a la puerta de su casa. Estaba ensangrentado, con el vestido hecho jirones, sin su peluca ni su coleccion de bisuteria fina. Se le habian orinado encima y tenia la cara llena de magulladuras y cortes. El hijo de la panadera lo habia encontrado acurrucado en el portal, llorando como un nino y temblando.
- No hay derecho, no senor -comento la Merceditas, apostada a la puerta de la libreria, lejos de las manos de Fermin-. Pobrecillo, si es mas bueno que el pan y no se mete con nadie. ?Que le gusta vestirse de faraona y salir a cantar? ?Y que mas dara? Es que la gente es mala.
Don Anacleto callaba, con la mirada baja.
- Mala no -objeto Fermin-. Imbecil, que no es lo mismo. El mal presupone una determinacion moral, intencion y cierto pensamiento. El imbecil o cafre no se para a pensar ni a razonar. Actua por instinto, como bestia de establo, convencido de que hace el bien, de que siempre tiene la razon y orgulloso de ir jodiendo, con perdon, a todo aquel que se le antoja diferente a el mismo bien sea por color, por creencia, por idioma, por nacionalidad o, como en el caso de don Federico, por sus habitos de ocio. Lo que hace falta en el mundo es mas gente mala de verdad y menos cazurros limitrofes.
- No diga usted majaderias. Lo que hace falta es un poco mas de caridad cristiana y menos mala leche, que parece esto un pais de alimanas -atajo la Merceditas-: Mucho ir a misa, pero a nuestro senor Jesucristo aqui no le hace caso ni Dios.
- Merceditas, no mentemos a la industria del misal, que es parte del problema y no de la solucion.
- Ya salio el ateo. ?Y a usted el clero que le ha hecho, si se puede saber?
- Venga, no se me peleen -interrumpio mi padre-. Y usted, Fermin, acerquese a lo de don Federico y vea si necesita algo, que se le vaya a la farmacia o que se le compre algo en el mercado.
- Si, senor Sempere. Ahora mismo. A mi es que me pierde la oratoria, ya lo sabe usted.
- A usted lo que le pierde es la poca verguenza y la irreverencia que lleva encima -apostillo la Merceditas-. Blasfemo. Que le tendrian que limpiar el alma con salfuman.
- Mire, Merceditas, porque me consta que es usted una buena persona (si bien algo estrecha de entendimiento y mas ignorante que un zote), y en estos momentos se presenta una emergencia social en el barrio frente a la que hay que priorizar esfuerzos, porque si no, le iba yo a aclarar a usted un par de puntos cardinales.
- ?Fermin! -clamo mi padre.