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- ?Pudo averiguar algo mas despues de recibir la noticia de su muerte?

- No. Eran los primeros meses de la guerra y Julian no era el unico que habia desaparecido sin dejar ni rastro. Nadie habla de eso ya, pero hay muchas tumbas sin nombre como la de Julian. Preguntar era como darse con la cabeza contra la pared. Con la ayuda del senor Cabestany, que por entonces ya estaba muy enfermo, presente quejas a la policia y tire de todos los hilos que pude. Lo unico que consegui fue recibir la visita de un inspector joven, un tipo siniestro y arrogante, que me dijo que me convenia dejar de hacer preguntas y concentrar mis esfuerzos en una actitud mas positiva, porque el pais estaba en plena cruzada. Esas fueron sus palabras. Se llamaba Fumero, es todo lo que recuerdo. Ahora parece que es todo un personaje. Le mencionan mucho en los diarios. A lo mejor ha oido hablar usted de el.

Trague saliva.

- Vagamente.

- No volvi a oir hablar de Julian hasta que un individuo se puso en contacto con la editorial y se intereso por adquirir los ejemplares que quedasen en el almacen de las novelas de Carax.

- Lain Coubert.

Nuria Monfort asintio.

- ?Tiene idea de quien era ese hombre?

- Tengo una sospecha, pero no estoy segura. En marzo de 1936, me acuerdo porque por entonces estabamos preparando la edicion de La Sombra del Viento, una persona llamo a la editorial pidiendo su direccion. Dijo que era un viejo amigo y que queria visitar a Julian en Paris. Darle una sorpresa. Me lo pasaron a mi y yo le dije que no estaba autorizada a darle esa informacion.

- ?Le dijo quien era?

- Un tal Jorge.

- ?Jorge Aldaya?

- Es posible. Julian le habia mencionado en mas de una ocasion. Me parece que habian estudiado juntos en el colegio de San Gabriel y que a veces se referia a el como si hubiera sido su mejor amigo.

- ?Sabia usted que Jorge Aldaya era el hermano de Penelope?

Nuria Monfort fruncio el ceno, desconcertada.

- ?Le dio usted a Aldaya la direccion de Julian en Paris? -pregunte.

- No. Me dio mala espina.

- ?Que dijo el?

- Se rio de mi, me dijo que ya la encontraria por otro conducto y me colgo el telefono.

Algo parecia estar carcomiendola. Empece a sospechar adonde nos conducia la conversacion.

- Pero usted volvio a oir hablar de el, ?no es asi?

Asintio nerviosamente.

- Como le decia, al poco de la desaparicion de Julian, aquel hombre se presento en la editorial Cabestany. Por entonces, el senor Cabestany ya no podia trabajar y su hijo mayor se habia hecho cargo de la empresa. El visitante, Lain Coubert, se ofrecio a comprar todos los restos de existencias que quedasen de las novelas de Julian. Yo pense que debia de tratarse de un chiste de mal gusto. Lain Coubert era un personaje de La Sombra del Viento.

- El diablo.

Nuria Monfort asintio.

- ?Llego usted a ver a Lain Coubert?

Nego y encendio su tercer cigarrillo.

- No. Pero oi parte de la conversacion con el hijo en el despacho del senor Cabestany.

Dejo la frase colgada, como si temiese completarla o no supiera como hacerlo. El cigarrillo le temblaba en los dedos.

- Su voz -dijo-. Era la misma voz del hombre que llamo por telefono diciendo ser Jorge Aldaya. El hijo de Cabestany, un imbecil arrogante, quiso pedirle mas dinero. El tal Coubert dijo que tenia que pensar en la oferta. Aquella misma noche, el almacen de la editorial en Pueblo Nuevo ardio, y los libros de Julian con el.

- Menos los que usted rescato y escondio en el Cementerio de los Libros Olvidados.

- Asi es.

- ?Tiene alguna idea de por que motivo querria alguien quemar todos los libros de Julian Carax?

- ?Por que se queman los libros? Por estupidez, por ignorancia, por odio... vaya usted a saber

- ?Por que cree usted? -insisti.

- Julian vivia en sus libros. Aquel cuerpo que acabo en la morgue era solo una parte de el. Su alma esta en sus historias. En una ocasion le pregunte en quien se inspiraba para crear sus personajes y me respondio que en nadie. Que todos sus personajes eran el mismo.

- Entonces, si alguien quisiera destruirle, tendria que destruir esas historias y esos personajes, ?no es asi? Afloro de nuevo aquella sonrisa abatida, de derrota y cansancio.

- Me recuerda usted a Julian -dijo-. Antes de que perdiera la fe.

- ?La fe en que?

- En todo.

Se acerco en la penumbra y me tomo la mano. Me acaricio la palma en silencio, como si quisiera leerme las lineas en la piel. La mano me temblaba bajo su tacto. Me sorprendi a mi mismo dibujando mentalmente el contorno de su cuerpo bajo aquellas ropas envejecidas, de prestado. Deseaba tocarla y sentir el pulso ardiendole bajo la piel. Nuestras miradas se habian encontrado y tuve la certeza de que ella sabia lo que estaba pensando. La senti mas sola que nunca. Alce los ojos y me encontre con su mirada serena, de abandono.

- Julian murio solo, convencido de que nadie iba a acordarse de el ni de sus libros y de que su vida no habia significado nada -dijo-. A el le hubiera gustado saber que alguien le queria mantener vivo, que le recordaba. El solia decir que existimos mientras alguien nos recuerda.

Me invadio el deseo casi doloroso de besar a aquella mujer, un ansia como no la habia experimentado jamas, ni siquiera conciliando el fantasma de Clara Barcelo. Me leyo la mirada.

- Se le hace a usted tarde, Daniel -murmuro.

Una parte de mi deseaba quedarse, perderse en aquella rara intimidad de penumbras con aquella desconocida y escucharle decir como mis gestos y mis silencios le recordaban a Julian Carax.

- Si -balbucee.

Asintio sin decir nada y me acompano hasta la puerta. El pasillo se me hizo eterno. Me abrio la puerta y sali al rellano.

- Si ve usted a mi padre, digale que estoy bien. Mientale.

Me despedi de ella a media voz, agradeciendole su tiempo y ofreciendole la mano cordialmente. Nuria Monfort ignoro mi gesto formal. Me puso las manos sobre los brazos, se inclino y me beso en la mejilla. Nos miramos en silencio y esta vez me aventure a buscar sus labios, casi temblando. Me parecio que se entreabrian y que sus dedos buscaban mi rostro. En el ultimo instante, Nuria Monfort se retiro y bajo la mirada.

- Creo que es mejor que se vaya usted, Daniel -susurro.

Me parecio que iba a llorar, y antes de que yo pudiese decir nada me cerro la puerta. Me quede en el rellano y senti su presencia al otro lado de la puerta, inmovil, preguntandome que habia sucedido alli dentro. Al otro lado del rellano, la mirilla de la vecina parpadeaba. Le dedique un saludo y me lance escaleras abajo. Cuando llegue a la calle todavia llevaba su rostro, su voz y su olor clavados en el almas Arrastre el roce de sus labios y de su aliento sobre la piel por calles repletas de gente sin rostro que escapaba de oficinas y comercios. Al enfilar la calle Canuda me embistio una brisa helada que cortaba el bullicio. Agradeci el aire frio en el rostro y me encamine hacia la universidad. Al cruzar las Ramblas me abri paso hasta la calle Tallers y me perdi en su angosto canon de penumbras, pensando que habia quedado atrapado en aquel comedor oscuro en el que ahora imaginaba a Nuria Monfort sentada a solas en la sombra, arreglando sus lapices, sus carpetas y sus recuerdos en silencio, con los ojos envenenados de lagrimas.