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- Santa Coloma de Gramanet -precise-. Tu coges poco el metro, ?verdad?

- Mi padre dice que el metro va lleno de gentuza y que, si vas sola, te meten mano los gitanos.

Iba a decir algo, pero me calle. Bea rio. Tan pronto llegaron los cafes y la comida me lance a dar cuenta de todo ello sin pretensiones de delicadeza. Bea no probo bocado. Con ambas manos en torno al tazon humeante me observaba con una media sonrisa, entre la curiosidad y el asombro.

- Y entonces, ?que es lo que me vas a ensenar hoy que no he visto todavia?

- Varias cosas. De hecho, lo que te voy a ensenar forma parte de una historia. ?No me dijiste el otro dia que a ti lo que te gustaba era leer?

Bea asintio, arqueando las cejas.

- Pues bien, esta es una historia de libros.

- ?De libros?

- De libros malditos, del hombre que los escribio, de un personaje que se escapo de las paginas de una novela para quemarla, de una traicion y de una amistad perdida. Es una historia de amor, de odio y de los suenos que viven en la sombra del viento.

- Hablas como la solapa de una novela de a duro, Daniel.

- Sera porque trabajo en una libreria y he visto demasiadas. Pero esta es una historia real. Tan cierta como que este pan que nos han servido tiene por lo menos tres dias. Y como todas las historias reales empieza y acaba en un cementerio, aunque no la clase de cementerio que te imaginas.

Sonrio como lo hacen los ninos a los que se les promete un acertijo o un truco de magia.

- Soy toda oidos.

Apure el ultimo sorbo de cafe y la contemple en silencio unos instantes. Pense en lo mucho que deseaba refugiarme en aquella mirada huidiza que se temia transparente, vacia. Pense en la soledad que iba a asaltarme aquella noche cuando me despidiese de ella, sin mas trucos ni historias con que enganar su compania. Pense en lo poco que tenia que ofrecerle y en lo mucho que queria recibir de ella.

- Te crujen los sesos, Daniel -dijo-. ?Que tramas?

Inicie mi relato con aquella alba lejana en que desperte sin poder recordar el rostro de mi madre y no me detuve hasta recordar el mundo de penumbras que habia intuido aquella misma manana en casa de Nuria Monfort. Bea me escuchaba en silencio con una atencion que no revelaba juicio o presuncion. Le hable de mi primera visita al Cementerio de los Libros Olvidados y de la noche que pase leyendo La Sombra del Viento. Le hable de mi encuentro con el hombre sin rostro y de aquella carta firmada por Penelope Aldaya que llevaba siempre conmigo sin saber por que. Le hable de como nunca habia llegado a besar a Clara Barcelo, ni a nadie, y de como me habian temblado las manos al sentir el roce de los labios de Nuria Monfort en la piel apenas unas horas atras. Le hable de como hasta aquel momento no habia comprendido que aquella era una historia de gente sola, de ausencias y de perdida, y que por esa razon me habia refugiado en ella hasta confundirla con mi propia vida, como quien escapa a traves de las paginas de una novela porque aquellos a quien necesita amar son solo sombras que viven en el alma de un extrano.

- No digas nada -murmuro Bea-. Solo llevame a ese lugar.

Era ya noche cerrada cuando nos detuvimos frente al porton del Cementerio de los Libros Olvidados en las sombras de la calle Arco del Teatro. Asi el picaporte del diablillo y golpee tres veces. Soplaba un viento frio impregnado de olor a carbon. Nos resguardamos bajo el arco de la entrada mientras esperabamos. Encontre la mirada de Bea a apenas unos centimetros de la mia. Sonreia. Al poco se escucharon unos pasos leves acercandose al porton y nos llego la voz cansina del guardian.

- ?Quien va? -pregunto Isaac.

- Soy Daniel Sempere, Isaac.

Me parecio oirle maldecir por lo bajo. Siguieron los mil crujidos y quejidos del cerrojo kafkiano. Finalmente, la puerta cedio unos centimetros, desvelando el rostro aguileno de Isaac Monfort a la lumbre de un candil. Al verme, el guardian suspiro y puso los ojos en blanco.

- Yo, tambien, no se por que pregunto -dijo-. ?Quien mas podria ser a estas horas?

Isaac iba enfundado en lo que me parecio un extrano mestizaje de bata, albornoz y abrigo del ejercito ruso. Las pantuflas acolchadas combinaban a la perfeccion con una gorra de lana a cuadros, con borla y birrete.

- Espero no haberle sacado de la cama -dije.

- Que va. Apenas habia empezado a decir el Jesusito de mi vida.

Le lanzo una mirada a Bea como si acabase de ver un fajo de cartuchos de dinamita encendido a sus pies.

- Espero por su bien que esto no sea lo que parece -amenazo.

- Isaac, esta es mi amiga Beatriz y, con su permiso, me gustaria mostrarle este lugar. No se preocupe, es de toda confianza.

- Sempere, he conocido lactantes con mas sentido comun que usted.

- Sera solo un momento.

Isaac dejo escapar un resoplido de derrota y examino a Bea con detenimiento y recelo policial.

- ?Ya sabe usted que anda en compania de un debil mental? -pregunto.

Bea sonrio cortesmente.

- Empiezo a hacerme a la idea.

- Divina inocencia. ?Sabe las reglas?

Bea asintio. Isaac nego por lo bajo y nos hizo pasar, auscultando como siempre las sombras de la calle.

- Visite a su hija Nuria -deje caer casualmente-. Esta bien. Trabajando mucho, pero bien. Le envia saludos.

- Si, y dardos envenenados. Que poca gracia tiene usted para el embuste, Sempere. Pero se agradece el esfuerzo. Venga, pasen.

Una vez dentro me tendio el candil y procedio a echar de nuevo el cerrojo sin prestarnos mas atencion.

- Cuando hayan acabado ya sabe donde encontrarme.

El laberinto de los libros se adivinaba en angulos espectrales que despuntaban bajo el manto de tiniebla. El candil proyectaba una burbuja de claridad vaporosa a nuestros pies. Bea se detuvo en el umbral del laberinto, atonita. Sonrei, reconociendo en su rostro la misma expresion que mi padre debia de haber visto en el mio anos atras. Nos adentramos en los tuneles y galerias del laberinto, que crujia a nuestro paso. Las marcas que habia dejado en mi ultima incursion seguian alli.

- Ven, quiero ensenarte algo -dije.

Mas de una vez perdi mi propio rastro y tuvimos que desandar un trecho en busca de la ultima senal. Bea me observaba con una mezcla de alarma y fascinacion. Mi brujula mental sugeria que nuestra ruta se habia perdido en un lazo de espirales que ascendia lentamente hacia las entranas del laberinto. Finalmente consegui rehacer mis pasos en la marana de pasillos y tuneles hasta enfilar un angosto corredor que parecia una pasarela tendida hacia la negrura. Me arrodille junto a la ultima estanteria y busque a mi viejo amigo oculto tras la fila de tomos sepultados por una capa de polvo que brillaba como escarcha a la luz del candil. Tome el libro en mis manos y se lo tendi a Bea.

- Te presento a Julian Carax.

- La Sombra del Viento -leyo Bea acariciando las letras desvaidas de la cubierta.

- ?Puedo llevarmelo? -pregunto.

- Cualquiera menos ese.

- Pero eso no es justo. Despues de lo que me has contado este es precisamente el que quiero.

- Algun dia, quiza. Pero no hoy.

Se lo tome de las manos y volvi a ocultarlo en su lugar.

- Volvere sin ti y me lo llevare sin que tu te enteres -dijo, burlona.

- No lo encontrarias en mil anos.

- Eso es lo que tu te crees. Ya he visto tus marcas y yo tambien me se el cuento del Minotauro.

- Isaac no te dejaria entrar.

- Te equivocas. Le caigo mejor que tu.

- ?Y tu que sabes?

- Se leer miradas.

A mi pesar, la crei y escondi la mia.

- Escoge cualquier otro. Mira, este de aqui promete. El cerdo mesetario, ese desconocido: En busca de las raices del tocino iberico, por Anselmo Torquemada. Seguro que vendio mas ejemplares que cualquiera de Julian Carax. Del cerdo se aprovecha todo.

- Este otro me tira mas.