- Signo inequivoco de posesion -corroboro Fermin.
- Miquel y Julian hacian muy buenas migas. A veces nos reuniamos los tres durante la hora del recreo del mediodia y Julian nos explicaba historias. Otras veces nos hablaba de su familia y de los Aldaya...
El sacerdote parecio dudar.
- Incluso despues de abandonar la escuela, Miquel y yo mantuvimos el contacto durante un tiempo. Julian ya se habia marchado a Paris por entonces. Se que Miquel le anoraba y a menudo hablaba de el y recordaba confidencias que le habia hecho tiempo atras. Luego, cuando yo entre en el seminario, Miquel dijo que me habia pasado al enemigo, bromeando, pero lo cierto es que nos distanciamos.
- ?Le suena a usted que Miquel se casara con una tal Nuria Monfort?
- ?Miquel, casado?
- ?Le extrana a usted?
- Supongo que no deberia, pero... No se. Lo cierto es que hace muchos anos que no se de Miquel. Desde antes de la guerra.
- ?Le menciono a usted alguna vez el nombre de Nuria Monfort?
- No, nunca. Ni que pensara casarse o que tuviese una novia... Oigan, no estoy del todo seguro de que deba hablarles a ustedes de todo esto. Son cosas que me contaron Julian y Miquel a titulo personal, en el entendimiento de que quedaban entre nosotros...
- ?Y va a negar a un hijo la unica posibilidad de recuperar la memoria de su padre? -pregunto Fermin.
El padre Fernando se debatia entre la duda y, me parecio, el deseo de recordar, de recuperar aquellos dias perdidos.
- Supongo que han pasado tantos anos que ya no importa. Me acuerdo todavia del dia en que Julian nos explico como habia conocido a los Aldaya y como, sin darse cuenta, le habia cambiado la vida...
... En octubre de 1914, un artefacto que muchos tomaron por un panteon rodante se detuvo una tarde frente a la sombrereria Fortuny en la ronda de San Antonio. De el emergio la figura altiva, majestuosa y arrogante de don Ricardo Aldaya, ya por entonces uno de los hombres mas ricos no ya de Barcelona, sino de Espana, cuyo imperio de industrias textiles se extendia en ciudadelas y colonias a lo largo de los rios de toda Cataluna. Su mano diestra sujetaba las riendas de la banca y de las propiedades territoriales de media provincia. La siniestra, siempre en activo, tiraba de los hilos de la diputacion, el ayuntamiento, varios ministerios, el obispado y el servicio portuario de aduanas.
Aquella tarde, el rostro de bigotes exuberantes, patillas regias y testa descubierta que a todos intimidaba necesitaba un sombrero. Entro en la tienda de don Antoni Fortuny y tras echar un vistazo somero a las instalaciones miro de reojo al sombrerero y a su ayudante, el joven Julian, y dijo lo siguiente: "Me han dicho que de aqui, pese a las apariencias, salen los mejores sombreros de Barcelona. El otono pinta malcarado y voy a necesitar seis chisteras, una docena de bombines, gorras de caza y algo que llevar para las Cortes en Madrid. ?Esta usted apuntando o espera que se lo repita?" Aquel fue el inicio de un laborioso, y lucrativo, proceso en el que padre e hijo aunaron sus esfuerzos para completar el encargo de don Ricardo Aldaya. A Julian, que leia los diarios, no se le escapaba la posicion de Aldaya, y se dijo que no podia fallarle ahora a su padre, en el momento mas crucial y decisivo de su negocio. Desde que el potentado habia entrado en su tienda, el sombrerero levitaba de gozo. Aldaya le habia prometido que, si quedaba complacido, iba a recomendar su establecimiento a todas sus amistades. Ello significaba que la sombrereria Fortuny, de ser un comercio digno pero modesto, saltaria a las mas altas esferas, vistiendo cabezones y cabezolines de diputados, alcaldes, cardenales y ministros. Los dias de aquella semana pasaron por ensalmo. Julian no acudio a clase y paso jornadas de dieciocho y veinte horas trabajando en el taller de la trastienda. Su padre, rendido de entusiasmo, le abrazaba de tanto en cuanto e incluso le besaba sin darse cuenta. Llego al extremo de regalar a su esposa Sophie un vestido y un par de zapatos nuevos por primera vez en catorce anos. El sombrerero estaba desconocido. Un domingo se le olvido ir a misa y aquella misma tarde, rebosante de orgullo, rodeo a Julian con sus brazos y le dijo, con lagrimas en los ojos: "El abuelo estaria orgulloso de nosotros."
Uno de los procesos mas complejos en la ya desaparecida ciencia de la sombrereria, tecnica y politicamente, era el de tomar medidas. Don Ricardo Aldaya tenia un craneo que, segun Julian, bordeaba el terreno de lo amelonado y agreste. El sombrerero fue consciente de las dificultades tan pronto avisto la testa del prohombre, y aquella misma noche, cuando Julian dijo que le recordaba ciertos fragmentos del macizo de Montserrat, Fortuny no pudo sino que estar de acuerdo. "Padre, con todo el respeto, usted sabe que a la hora de tomar medidas yo tengo mejor mano que usted, que se pone nervioso. Dejeme hacer a mi." El sombrerero accedio de buen grado y, al dia siguiente, cuando Aldaya acudio en su Mercedes Benz, Julian le recibio y le condujo al taller. Aldaya, al comprobar que las medidas se las iba a tomar un muchacho de catorce anos, se enfurecio: "Pero ?que es esto? ?Un criajo? ?Me estan tomando ustedes el pelo?" Julian, que era consciente de la significancia publica del personaje pero que no se sentia intimidado por el en absoluto, replico: "Senor Aldaya, pelo para tomarle a usted no hay mucho, que esa coronilla parece la Plaza de las Arenas, y si no le hacemos rapido un juego de sombreros le van a confundir a usted la closca con el plan Cerda." Al escuchar estas palabras, Fortuny se creyo morir. Aldaya, impavido, clavo los ojos en Julian. Entonces, para sorpresa de todos, se echo a reir como no lo habia hecho en anos.
"Este chaval suyo llegara lejos, Fortunato", sentencio Aldaya, que no acababa de aprenderse el apellido del sombrerero.
Fue de este modo como averiguaron que don Ricardo Aldaya estaba hasta la mismisima y creciente coronilla de que todos le temiesen, le adulasen y se tendiesen en el suelo a su paso con vocacion de esterilla. Despreciaba a los lameculos, los miedicas y a cualquiera que mostrase cualquier tipo de debilidad, fisica, mental o moral. Al encontrarse con un humilde muchacho, apenas un aprendiz, que tenia el rostro y el gracejo de burlarse de el, Aldaya decidio que realmente habia dado con la sombrereria ideal y duplico su encargo. Durante aquella semana acudio cada dia de buena gana a su cita para que Julian le tomase las medidas y le probase modelos. Antoni Fortuny se quedaba maravillado de ver como el adalid de la sociedad catalana se deshacia de risa con las bromas e historias que le contaba aquel hijo que le era desconocido, con el que nunca hablaba y que hacia anos que no mostraba senal alguna de tener sentido del humor. Al termino de aquella semana, Aldaya cogio al sombrerero por banda y se lo llevo a un rincon para hablarle confidencialmente.
- A ver, Fortunato, este hijo suyo es un talento y me lo tiene usted aqui muerto de asco sacandole el polvo a las musaranas de una tienda de tres al cuarto.
- Este es un buen negocio, don Ricardo, y el muchacho muestra cierta habilidad, aunque le falte actitud.
- Pamplinas. ?A que colegio lo lleva usted?
- Bueno, va a la escuela de...
- Eso son fabricas de peones. En la juventud, el talento, el genio, si se deja sin atender, se tuerce y se come al que lo posee. Hay que ponerle cauce. Apoyo. ?Me entiende usted, Fortunato?
- Se equivoca usted con mi hijo. El de genio, nada de nada. Si a duras penas se saca la geografia... los maestros ya me dicen que tiene la cabeza llena de pajaros, y muy mala actitud, igual que su madre, pero aqui al menos siempre tendra un oficio honrado y...