- Fortunato, me aburre usted. Hoy mismo voy a ver a la Junta Directiva del colegio de San Gabriel y les voy a indicar que acepten a su hijo en la misma clase que mi primogenito, Jorge. Menos, es ser miserable.
Al sombrerero se le abrieron ojos de platillo. El colegio de San Gabriel era el criadero de la crema y nata de la alta sociedad.
- Pero don Ricardo, si yo no podria ni costear...
- Nadie le ha dicho que tenga que pagar un real. De la educacion del muchacho me hago cargo yo. Usted, como padre, solo tiene que decir si.
- Pues claro que si, faltaria, pero...
- No se hable mas entonces. Siempre y cuando Julian acepte, claro esta.
- El hara lo que se le mande, faltaria mas.
En este punto de la conversacion, Julian se asomo desde la puerta de la trastienda, con un molde en las manos.
- Don Ricardo, cuando usted quiera...
- Dime, Julian, ?que tienes que hacer esta tarde? -pregunto Aldaya.
Julian miro alternativamente a su padre y al industrial.
- Bueno, ayudar aqui en la tienda a mi padre.
- Aparte de eso.
- Pensaba ir a la biblioteca de...
- Te gustan los libros, ?eh?
- Si, senor.
- ?Has leido a Conrad? ?El corazon de las tinieblas?
- Tres veces.
El sombrerero fruncio el ceno, totalmente perdido.
- ?Y ese Conrad quien es, si puede saberse?
Aldaya lo silencio con un gesto que parecia forjado para acallar al untas de accionistas.
- En mi casa tengo una biblioteca con catorce mil volumenes, Julian. Yo de joven lei mucho, pero ahora ya no tengo tiempo. Ahora que lo pienso, tengo tres ejemplares autografiados por Conrad en persona. Mi hijo Jorge no entra en la biblioteca ni a rastras. En casa la unica que piensa y lee es mi hija Penelope, asi que todos esos libros se estan echando a perder. ? Te gustaria verlos?
Julian asintio, sin habla. El sombrerero presenciaba la escena con una inquietud que no acertaba a definir. Todos aquellos nombres le resultaban desconocidos. Las novelas, como todo el mundo sabia, eran para las mujeres y la gente que no tenia nada que hacer. El corazon de las tinieblas le sonaba, por lo menos, a pecado mortal.
- Fortunato, su hijo se viene conmigo, que le quiero presentar a mi Jorge. Tranquilo, que luego se lo devolvemos. Dime, muchacho, ?has subido alguna vez en un Mercedes Benz?
Julian dedujo que aquel era el nombre del armatoste imperial que el industrial empleaba para desplazarse. Nego con la cabeza.
- Pues ya va siendo hora. Es como ir al cielo, pero no hace falta morirse.
Antoni Fortuny los vio partir en aquel carruaje de lujo desaforado y, cuando busco en su corazon, solo sintio tristeza. Aquella noche, mientras cenaba con Sophie (que llevaba su vestido y sus zapatos nuevos y casi no mostraba marcas ni cicatrices), se pregunto en que se habia equivocado esta vez. Justo cuando Dios le devolvia un hijo, Aldaya se lo quitaba.
- Quitate ese vestido, mujer, que pareces una furcia. Y que no vuelva a ver este vino en la mesa. Con el rebajado con agua tenemos mas que suficiente. La avaricia nos acabara pudriendo.
Julian nunca habia cruzado al otro lado de la avenida Diagonal. Aquella linea de arboledas, solares y palacios varados a la espera de una ciudad era una frontera prohibida. Por encima de la Diagonal se extendian aldeas, colinas y parajes de misterio, de riqueza y leyenda. A su paso, Aldaya le hablaba del colegio de San Gabriel, de nuevos amigos que no habia visto jamas, de un futuro que no habia creido posible.
- ?Y tu a que aspiras, Julian? En la vida, quiero decir.
- No se. A veces pienso que me gustaria ser escritor. Novelista.
- Como Conrad, ?eh? Eres muy joven, claro. Y dime, ?la banca no te tienta?
- No lo se, senor. La verdad es que no se me habia pasado por la cabeza. Nunca he visto mas de tres pesetas juntas. Las altas finanzas son un misterio para mi.
Aldaya rio.
- No hay misterio alguno, Julian. El truco esta en no juntar las pesetas de tres en tres, sino de tres millones en tres millones. Entonces no hay enigma que valga. Ni la santisima trinidad.
Aquella tarde, ascendiendo por la avenida del Tibidabo, Julian creyo cruzar las puertas del paraiso. Mansiones que se le antojaron catedrales flanqueaban el camino. A medio trayecto, el chofer torcio y cruzaron la verja de una de ellas. Al instante, un ejercito de sirvientes se puso en marcha para recibir al senor. Todo lo que Julian podia ver era un caseron majestuoso de tres pisos. No se le habia ocurrido jamas que personas reales viviesen en un lugar asi. Se dejo arrastrar por el vestibulo, cruzo una sala abovedada donde una escalinata de marmol ascendia perfilada por cortinajes de terciopelo, y penetro en una gran sala cuyas paredes estaban tejidas de libros desde el suelo al infinito.
- ?Que te parece? -pregunto Aldaya.
Julian apenas le escuchaba.
- Damian, digale a Jorge que baje a la biblioteca ahora mismo.
Los sirvientes, sin rostro ni presencia audible, se deslizaban a la minima orden del senor con la eficacia y la docilidad de un cuerpo de insectos bien entrenados.
- Vas a necesitar otro guardarropia, Julian. Hay mucho cafre que solo repara en las apariencias... Le dire a Jacinta que se encargue de eso, tu ni te preocupes. Y casi mejor que no se lo menciones a tu padre, no se vaya a molestar. Mira, aqui viene Jorge. Jorge, quiero que conozcas a un muchacho estupendo que va a ser tu nuevo companero de clase. Julian Fortu...
- Julian Carax -preciso el.
- Julian Carax -repitio Aldaya, satisfecho-. Me gusta como suena. Este es mi hijo Jorge.
Julian ofrecio su mano y Jorge Aldaya se la estrecho. Tenia el tacto tibio, sin ganas. Su rostro lucia el cincelado puro y palido que conferia el haber crecido en aquel mundo de munecas. Vestia ropas y calzaba zapatos que a Julian se le antojaban novelescos. Su mirada delataba un aire de suficiencia y arrogancia, de desprecio y cortesia almibarada. Julian le sonrio abiertamente, leyendo inseguridad, temor y vacio bajo aquel caparazon de pompa y circunstancia.
- ?Es verdad que no has leido ninguno de estos libros?
- Los libros son aburridos.
- Los libros son espejos: solo se ve en ellos lo que uno ya lleva dentro -replico Julian.
Don Ricardo Aldaya rio de nuevo.
- Bueno, os dejo solos para que os conozcais. Julian, ya veras que Jorge, debajo de esa careta de nino mimado y engreido, no es tan tonto como parece. Algo tiene de su padre.
Las palabras de Aldaya parecieron caer como punales en el muchacho, aunque no cedio su sonrisa ni un milimetro. Julian se arrepintio de su replica y sintio lastima por el muchacho.
- Tu debes de ser el hijo del sombrerero -dijo Jorge, sin malicia-. Mi padre habla mucho de ti ultimamente.