- ?Que sugiere usted que hagamos entonces? -Tarde o temprano vamos a tener que desenterrar a la momia de la abuelilla angelical y sacudirla de los tobillos, a ver que cae. De momento voy a tirar de algunos hilos, a ver que averiguo de este tal Miquel Moliner. Y no estaria de mas echarle un ojo encima a esa Nuria Monfort, que me parece que esta resultando ser lo que mi difunta madre denominaba una lagarta.
- Se equivoca usted con ella -aduje.
- A usted le ensenan un par de tetas bien puestas y cree que ha visto a santa Teresa de Jesus, lo cual a su edad tiene disculpa que no remedio. Dejemela a mi, Daniel, que la fragancia del eterno femenino ya no me emboba como a usted. A mis anos, el riego sanguineo a la cabeza adquiere preferencia al destinado a las partes blandas.
- Menudo fue a hablar.
Fermin extrajo su monedero y procedio a contar el montante.
- Lleva usted ahi una fortuna -dije-. ?Todo eso ha sobrado del cambio de esta manana?
- Parte. El resto es legitimo. Es que hoy llevo a mi Bernarda por ahi. Yo a esa mujer no le puedo negar nada. Si hace falta, asalto el Banco de Espana para darle todos los caprichos. ?Y usted que planes tiene para el resto del dia?
- Nada en especial.
- ?Y la nena esa, que?
- ?Que nena?
- La monos. ?Que nena va a ser? La hermana de Aguilar.
- No se.
- Saber sabe; lo que no tiene, hablando en plata, es cojones para coger el toro por los cuernos.
A estas se nos acerco el revisor con gesto cansino, haciendo malabarismos con un palillo que paseaba y volteaba entre los dientes con destreza circense.
- Ustedes perdonen, que dicen esas senoras de ahi que si pueden utilizar un lenguaje mas decoroso.
- Y una mierda -replico Fermin, en voz alta.
El revisor se volvio a las tres damas y se encogio de hombros, dandoles a entender que habia hecho cuanto podia y que no estaba dispuesto a liarse a bofetadas por una cuestion de pudor semantico.
- La gente que no tiene vida siempre se tiene que meter en la de los demas -mascullo Fermin-. ?De que estabamos hablando?
- De mi falta de redanos.
- Efectivamente. Un caso cronico. Hagame caso. Vaya a buscar a su chica, que la vida pasa volando, especialmente la parte que vale la pena vivir. Ya ha visto lo que decia el cura. Visto y no visto.
- Pero si no es mi chica.
- Pues ganesela antes de que se la lleve otro, especialmente un soldadito de plomo.
- Habla usted como si Bea fuese un trofeo.
- No, como si fuese una bendicion -corrigio Fermin-. Mire, Daniel. El destino suele estar a la vuelta de la esquina. Como si fuese un chorizo, una furcia o un vendedor de loteria: sus tres encarnaciones mas socorridas. Pero lo que no hace es visitas a domicilio. Hay que ir a por el.
Dedique el resto del trayecto a considerar esta perla filosofica mientras Fermin emprendia otra cabezadita, menester para el que tenia un talento napoleonico. Nos bajamos del autobus en la esquina de Gran Via y paseo de Gracia bajo un cielo de ceniza que se comia la luz. Abotonandose la gabardina hasta el gaznate, Fermin anuncio que partia a toda prisa rumbo a su pension con la intencion de acicalarse para su cita con la Bernarda.
- Hagase cargo de que con una presencia mayormente modesta como la mia, la toilette no baja de noventa minutos. No hay genio sin figura; esa es la triste realidad de estos tiempos faranduleros. Vanitas pecata mundi.
Le vi alejarse por la Gran Via, apenas un bosquejo de hombrecillo amparado en su gabardina gris que aleteaba como una bandera raida al viento. Puse rumbo a casa, donde planeaba reclutar un buen libro y esconderme del mundo. Al doblar la esquina de Puerta del Angel y la calle Santa Ana, el corazon me dio un vuelco. Fermin, como siempre, habia estado en lo cierto. El destino me aguardaba frente a la libreria luciendo traje de lana gris, zapatos nuevos y medias de seda, y estudiando su reflejo en el escaparate.
- Mi padre cree que estoy en misa de doce -dijo Bea sin alzar la vista de su propia imagen.
- Como si lo estuvieses. Aqui, a menos de veinte metros, en la iglesia de Santa Ana llevan en sesion continua desde las nueve de la manana.
Hablabamos como dos desconocidos detenidos casualmente frente a un escaparate, buscandonos la mirada en el cristal.
- No es como para hacer broma. He tenido que recoger una hoja dominical para ver de que iba el sermon. Luego me pedira que le haga una sinopsis detallada.
- Tu padre esta en todo.
- Ha jurado partirte las piernas.
- Antes tendra que averiguar quien soy. Y mientras yo las tenga enteras, corro mas que el.
Bea me observaba tensa, mirando por encima del hombro a los transeuntes que se deslizaban a nuestra espalda en soplos de gris y de viento.
- No se de que te ries -dijo-. Lo dice en serio.
- No me rio. Estoy muerto de miedo. Pero es que me alegra verte.
Una sonrisa a media asta, nerviosa, fugaz.
- A mi tambien -concedio Bea.
- Lo dices como si fuese una enfermedad.
- Es peor que eso. Pensaba que si volvia a verte a la luz del dia, a lo mejor entraba en razon.
Me pregunte si aquello era un cumplido o una condena.
- No pueden vernos juntos, Daniel. No asi, en plena calle.
- Si quieres podemos entrar en la libreria. En la trastienda hay una cafetera y...
- No. No quiero que nadie me vea entrar o salir de aqui. Si alguien me ve hablar ahora contigo, siempre puedo decir que me he tropezado con el mejor amigo de mi hermano por casualidad. Si nos ven dos veces juntos, levantaremos sospechas.
Suspire.
- ?Y quien va a vernos? ?A quien le importa lo que hagamos?
- La gente siempre tiene ojos para lo que no le importa, y mi padre conoce a media Barcelona.
- ?Entonces por que has venido hasta aqui a esperarme?
- No he venido a esperarte. He venido a misa, ?te acuerdas? Tu mismo lo has dicho. A veinte metros de aqui...
- Me das miedo, Bea. Mientes todavia mejor que yo.
- Tu no me conoces, Daniel.
- Eso dice tu hermano.
Nuestras miradas se encontraron en el reflejo.
- Tu me ensenaste algo la otra noche que no habia visto jamas -murmuro Bea-. Ahora me toca a mi.
Frunci el ceno, intrigado. Bea abrio su bolso, extrajo una tarjeta de cartulina doblada y me la tendio.
- No eres el unico que sabe misterios en Barcelona, Daniel. Tengo una sorpresa para ti. Te espero en esta direccion hoy a las cuatro. Nadie debe saber que hemos quedado alli.
- ?Como sabre que he dado con el sitio correcto?
- Lo sabras.
La mire de reojo, rogando que me estuviese tomando el pelo.
- Si no vienes, lo entendere -dijo Bea-. Entendere que ya no quieres verme mas.
Sin concederme un instante para responder, Bea se dio la vuelta y se alejo a paso ligero hacia las Ramblas. Me quede sosteniendo la tarjeta en la mano y la palabra en los labios, persiguiendola con la mirada hasta que su silueta se fundio en la penumbra gris que precedia a la tormenta. Abri la tarjeta. En el interior, en trazo azul, se leia una direccion que conocia bien.
Avenida del Tibidabo, 32
27
La tormenta no espero al anochecer para asomar los dientes. Los primeros relampagos me sorprendieron al poco de tomar un autobus de la linea 22. Al rodear la plaza Molina y ascender Balmes arriba, la ciudad ya se desdibujaba bajo telones de terciopelo liquido, recordandome que apenas habia tomado la precaucion de coger un misero paraguas.
- Hay que tener valor -murmuro el conductor cuando solicite parada.
Pasaban ya diez minutos de las cuatro cuando el autobus me dejo en un eslabon perdido al final de la calle Balmes a merced de la tormenta. Al frente, la avenida del Tibidabo se desvanecia en un espejismo acuoso bajo cielo de plomo. Conte hasta tres y eche a correr bajo la lluvia. Minutos mas tarde, empapado hasta la medula y tiritando de frio, me detuve al amparo de un portal para recuperar el aliento. Ausculte el resto del trayecto. El aliento helado de la tormenta arrastraba un velo gris que enmascaraba el contorno espectral de palacetes y caserones enterrados en la niebla. Entre ellos se alzaba el torreon oscuro y solitario del palacete Aldaya, varado entre la arboleda ondulante. Me retire el pelo empapado que me caia sobre los ojos y eche a correr hacia alli, cruzando la avenida desierta.