Sonrio, asintiendo.
- Yo creo que nada sucede por casualidad, ?sabes? Que, en el fondo, las cosas tienen su plan secreto, aunque nosotros no lo entendamos. Como el que encontrases esa novela de Julian Carax en el Cementerio de los Libros Olvidados, o el que estemos tu y yo ahora aqui, en esta casa que pertenecio a los Aldaya. Todo forma parte de algo que no podemos entender, pero que nos posee.
Mientras ella hablaba, mi mano torpemente se habia desplazado hasta el tobillo de Bea y ascendido hasta su rodilla. Ella la observo como si se tratase de un insecto que hubiese trepado hasta alli. Me pregunte que es lo que hubiera hecho Fermin en aquel momento. ?Donde estaba su ciencia cuando mas la necesitaba?
- Tomas dice que nunca has tenido novia -dijo Bea, como si aquello lo explicase todo.
Retire la mano y baje la mirada, derrotado. Me parecio que Bea estaba sonriendo, pero preferi no asegurarme.
- Para ser tan callado, tu hermano esta resultando ser un bocazas. ?Que mas dice de mi el No-Do?
- Dice que estuviste enamorado de una mujer mayor que tu durante anos y que la experiencia te dejo el corazon roto.
- Lo unico roto que saque de todo aquello fue un labio y la verguenza.
- Tomas dice que no has vuelto a salir con ninguna chica porque las comparas a todas con esa mujer.
El bueno de Tomas y sus golpes escondidos.
- El nombre es Clara -ofreci.
- Ya lo se. Clara Barcelo.
- ?La conoces?
- Todo el mundo conoce a alguna Clara Barcelo. El nombre es lo de menos.
Nos quedamos callados un rato, mirando el fuego chispear.
- Ayer noche, al dejarte, escribi una carta a Pablo -dijo Bea.
Trague saliva.
- ?A tu novio el alferez? ?Para que?
Bea extrajo un sobre del bolsillo de su blusa y me lo mostro. Estaba cerrado y sellado.
- En la carta le digo que quiero que nos casemos cuanto antes, en un mes a ser posible, y que quiero irme de Barcelona para siempre.
Enfrente su mirada impenetrable, casi temblando.
- ?Por que me cuentas eso?
- Porque quiero que me digas si tengo que enviarla o no. Por eso te he hecho venir hoy aqui, Daniel.
Estudie el sobre que giraba en sus manos como una apuesta de dados.
- Mirame -dijo.
Alce la vista y le sostuve la mirada. No supe responder. Bea bajo los ojos y se alejo hacia el extremo de la galeria. Una puerta conducia a la balaustrada de marmol abierta al patio interior de la casa. Observe su silueta fundirse en la lluvia. Fui tras ella y la detuve, arrebatandole el sobre de las manos. La lluvia le azotaba el rostro, barriendo las lagrimas y la rabia. La conduje de nuevo hacia el interior del caseron y la arrastre hasta la calidez de la hoguera. Rehuia mi mirada. Tome el sobre y lo entregue a las llamas. Contemplamos la carta quebrandose entre las brasas y las paginas evaporandose en volutas de humo azul, una a una. Bea se arrodillo junto a mi, con lagrimas en los ojos. La abrace y senti su aliento en la garganta.
- No me dejes caer, Daniel -murmuro.
El hombre mas sabio que jamas conoci, Fermin Romero de Torres, me habia explicado en una ocasion que no existia en la vida experiencia comparable a la de la primera vez en que uno desnuda a una mujer. Sabio como era, no me habia mentido, pero tampoco me habia contado toda la verdad. Nada me habia dicho de aquel extrano tembleque de manos que convertia cada boton, cada cremallera, en tarea de titanes. Nada me habia dicho de aquel embrujo de piel palida y temblorosa, de aquel primer roce de labios ni de aquel espejismo que parecia arder en cada poro de la piel. Nada me conto de todo aquello porque sabia que el milagro solo sucedia una vez y que, al hacerlo, hablaba un lenguaje de secretos que, apenas se desvelaban, huian para siempre. Mil veces he querido recuperar aquella primera tarde en el caseron de la avenida del Tibidabo con Bea en que el rumor de la lluvia se llevo el mundo. Mil veces he querido regresar y perderme en un recuerdo del que apenas puedo rescatar una imagen robada al calor de las llamas. Bea, desnuda y reluciente de lluvia, tendida junto al fuego, abierta en una mirada que me ha perseguido desde entonces. Me incline sobre ella y recorri la piel de su vientre con la yema de los dedos. Bea dejo caer los parpados, los ojos y me sonrio, segura y fuerte.
- Hazme lo que quieras -susurro.
Tenia diecisiete anos y la vida en los labios.
29
Habia anochecido cuando dejamos el caseron envueltos en sombras azules. La tormenta se habia quedado en un soplo de llovizna fria. Quise devolverle la llave, pero Bea me indico con la mirada que la guardase yo. Descendimos hasta el paseo de San Gervasio con la esperanza de encontrar un taxi o un autobus. Caminabamos en silencio, asidos de la mano y sin mirarnos.
- No podre volver a verte hasta el martes -dijo Bea con voz tremula, como si de repente dudara de mi deseo de volver a verla.
- Aqui te esperare -dije.
Di por supuesto que todos mis encuentros con Bea tendrian lugar entre los muros de aquel viejo caseron, que el resto de la ciudad no nos pertenecia. Incluso me parecio que la firmeza de su tacto palidecia a medida que nos alejabamos de alli, que su fuerza y su calor menguaban a cada paso. Al alcanzar el paseo comprobamos que las calles estaban practicamente desiertas.
- Aqui no encontraremos nada -dijo Bea-. Mejor que bajemos por Balmes.
Enfilamos la calle Balmes a paso firme, caminando bajo las copas de los arboles para resguardarnos de la llovizna y quiza de encontrarnos la mirada. Me parecio que Bea aceleraba por momentos, que casi tiraba de mi. Por un momento pense que si soltaba su mano, Bea echaria a correr. Mi imaginacion, envenenada todavia con el tacto y el sabor de su cuerpo, ardia en deseos de arrinconarla en un banco, de besarla, de recitarle la sarta de tonterias que a cualquier otro le hubiesen matado de risa a mi costa. Pero Bea ya no estaba alli. Algo la recomia por dentro, en silencio y a gritos.
- ?Que pasa? -murmure.
Me devolvio una sonrisa rota, de miedo y de soledad. Me vi entonces a mi mismo a traves de sus ojos; apenas un muchacho transparente que creia haber ganado el mundo en una hora y que todavia no sabia que podia perderlo en un minuto. Segui caminando, sin esperar respuesta. Despertando al fin. Al poco se escucho el rumor del trafico y el aire parecio prender como una burbuja de gas al calor de farolas y semaforos que me hicieron pensar en una muralla invisible.
- Mejor nos separamos aqui -dijo Bea, soltandome la mano.
Las luces de una parada de taxis se vislumbraban en la esquina, un desfile de luciernagas.
- Como quieras.
Bea se inclino y me rozo la mejilla con los labios. El pelo le olia a cera.
- Bea -empece, casi sin voz-, yo te quiero...
Nego en silencio, sellandome los labios con la mano como si mis palabras la hiriesen.
- El martes a las seis, ?de acuerdo? -pregunto.
Asenti de nuevo. La vi partir y perderse en un taxi, casi una desconocida. Uno de los conductores, que habia seguido el intercambio con ojo de juez de linea, me observaba con curiosidad.
- ?Que? ?Nos vamos a casa, jefe?
Me meti en el taxi sin pensar. Los ojos del taxista me examinaban desde el espejo. Los mios perdian de vista el coche que se llevaba a Bea, dos puntos de luz hundiendose en un pozo de negrura.
No consegui conciliar el sueno hasta que el alba derramo cien tonos de gris sobre la ventana de mi habitacion, a cual mas pesimista. Me desperto Fermin, que tiraba piedrecillas a mi ventana desde la plaza de la iglesia. Me puse lo primero que encontre y baje a abrirle. Fermin traia su entusiasmo insufrible de lunes tempranero. Levantamos las rejas y colgamos el cartel de ABIERTO.
- Menudas ojeras me lleva usted, Daniel. Parecen terreno edificable. Se conoce que se llevo usted el gato al agua.