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- ?Y usted que piensa hacer?

- Yo vigilare la retaguardia por si vuelve el pinguino. Usted a lo suyo.

Con poca o ninguna esperanza de exito me aproxime a un grupo de internos que ocupaba una esquina del salon.

- Buenas noches -dije, comprendiendo en el acto lo absurdo de mi saludo, pues alli siempre era de noche-. Busco a la senora Jacinta Coronado. Co-ro-na-do. ?Alguno de ustedes la conoce o puede decirme donde encontrarla?

Enfrente, cuatro miradas envilecidas de avidez. Aqui hay un pulso, me dije. Quiza no todo esta perdido.

- ?Jacinta Coronado? -insisti.

Los cuatro internos intercambiaron miradas y asintieron entre si. Uno de ellos, orondo y sin un solo pelo visible en todo el cuerpo, parecia el cabecilla. Su semblante y su donaire a la luz de aquel terrario de escatologias me hizo pensar en un Neron feliz, pulsando su arpa mientras Roma se pudria a sus pies. Con ademan majestuoso, el Cesar Neron me sonrio, jugueton. Le devolvi el gesto, esperanzado.

El interfecto me indico que me acercase, como si quisiera susurrarme al oido. Dude, pero me avine a sus condiciones.

- ?Puede usted decirme donde encontrar a la senora Jacinta Coronado? -pregunte por ultima vez.

Acerque el oido a los labios del interno, tanto que pude sentir su aliento fetido y tibio en la piel. Temi que me mordiese, pero inesperadamente procedio a dispensar una ventosidad de formidable contundencia. Sus companeros echaron a reir y a dar palmas. Me retire unos pasos, pero el efluvio flatulento ya me habia prendido sin remedio. Fue entonces cuando adverti junto a mi a un anciano encogido sobre si mismo, armado con barbas de profeta, pelo ralo y ojos de fuego, que se sostenia con un baston y les contemplaba con desprecio.

- Pierde usted el tiempo, joven. Juanito solo sabe tirarse pedos y esos lo unico que saben es reirselos y aspirarlos. Como ve, aqui la estructura social no es muy diferente a la del mundo exterior.

El anciano filosofo hablaba con voz grave y diccion perfecta. Me miro de arriba abajo, calibrandome.

- ?Busca usted a la Jacinta, me parecio oir?

Asenti, atonito ante la aparicion de vida inteligente en aquel antro de horrores.

- ?Y por que?

- Soy su nieto.

- Y yo el marques de Matoimel. Una birria de mentiroso es lo que es usted. Digame para que la busca o me hago el loco. Aqui es facil. Y si piensa ir preguntando a estos desgraciados de uno en uno, no tardara usted en comprender el porque.

Juanito y su camarilla de inhaladores seguian riendose de lo lindo. El solista emitio entonces un bis, mas amortiguado y prolongado que el primero, en forma de siseo, que emulaba un pinchazo en un neumatico y dejaba claro que Juanito poseia un control del esfinter rayano en el virtuosismo. Me rendi a la evidencia.

- Tiene usted razon. No soy familiar de la senora Coronado, pero necesito hablar con ella. Es un asunto de suma importancia.

El anciano se me acerco. Tenia la sonrisa picara y felina, de nino gastado, y le ardia la mirada de astucia.

- ?Puede usted ayudarme? -suplique.

- Eso depende de en lo que pueda usted ayudarme a mi.

- Si esta en mi mano, estare encantado de ayudarle. ?Quiere que le haga llegar un mensaje a su familia?

El anciano se echo a reir amargamente.

- Mi familia es la que me ha confinado a este pozo. Menuda jauria de sanguijuelas, capaces de robarle a uno hasta los calzoncillos mientras aun estan tibios. A esos se los puede quedar el infierno o el ayuntamiento. Ya los he aguantado y mantenido suficientes anos. Lo que quiero es una mujer.

- ?Perdon?

El anciano me miro con impaciencia.

- Los pocos anos no le disculpan la opacidad de luces, chaval. Le digo que quiero una mujer. Una hembra, famula o potranca de buena raza. Joven, esto es, menor de cincuenta y cinco anos, y sana, sin llagas ni fracturas.

- No estoy seguro de entender...

- Me entiende usted divinamente. Quiero beneficiarme a una mujer que tenga dientes y no se mee encima antes de irme al otro mundo. No me importa si es muy guapa o no; yo estoy medio ciego, y a mi edad cualquier chavala que tenga donde agarrarse es una Venus. ?Me explico?

- Como un libro abierto. Pero no veo como le voy a encontrar yo una mujer...

- Cuando yo tenia la edad de usted, habia algo en el sector servicios llamado damas de virtud facil. Ya se que el mundo cambia, pero nunca en lo esencial. Consigame una, llenita y cachonda, y haremos negocios. Y si se esta usted preguntando acerca de mi capacidad para gozar de una dama, piense que me contento con pellizcarle el trasero y sospesarle las beldades. Ventajas de la experiencia.

- Los tecnicismos son cosa suya, pero ahora no puedo traerle a una mujer aqui.

- Sere un viejo calentorro, pero no imbecil. Eso ya lo se. Me basta con que me lo prometa.

- ?Y como sabe que no le dire que si solo para que me diga donde esta Jacinta Coronado?

El viejecillo me sonrio, ladino.

- Usted deme su palabra, y deje los problemas de conciencia para mi.

Mire a mi alrededor. Juanito enfilaba la segunda parte de su recital. La vida se apagaba por momentos.

La peticion de aquel abuelete picanton era lo unico que me parecio tener sentido en aquel purgatorio.

- Le doy mi palabra. Hare lo que pueda.

El anciano sonrio de oreja a oreja. Conte tres dientes.

- Rubia, aunque sea oxigenada. Con un par de buenas peras y con voz de guarra, a ser posible, que de todos los sentidos, el que mejor conservo es el del oido.

- Vere lo que puedo hacer. Ahora digame donde encontrar a Jacinta Coronado.

31

- ?Que le ha prometido al matusalen ese el que?

- Ya lo ha oido.

- Lo habra dicho en broma, espero.

- Yo no le miento a un abuelete en las ultimas, por fresco que sea.

- Y ello le ennoblece, Daniel, pero ?como piensa usted colar a una fulana en esta santa casa?

- Pagando triple, supongo. Los detalles especificos se los dejo a usted.

Fermin se encogio de hombros, resignado.

- En fin, un trato es un trato. Ya pensaremos en algo. Ahora bien, la proxima vez que se plantee una negociacion de esta naturaleza, dejeme hablar a mi.

- Concedido.

Tal y como me habia indicado el anciano vivales, encontramos a Jacinta Coronado en un altillo al que solo se podia acceder desde una escalinata en el tercer piso. Segun el abuelete lujurioso, el atico era el refugio de los escasos internos a quienes la parca no habia tenido la decencia de privar de entendimiento, estado por otra parte de escasa longevidad. Al parecer, aquella ala oculta habia albergado en su dia las habitaciones de Baltasar Deulofeu, alias Laszlo de Vicherny, desde las cuales presidia las actividades del Tenebrarium y cultivaba las artes amatorias recien llegadas de Oriente entre vapores y aceites perfumados. Cuanto quedaba de aquel dudoso esplendor eran los vapores y perfumes, si bien de otra naturaleza. Jacinta Coronado languidecia rendida en una silla de mimbre, envuelta en una manta

- ?Senora Coronado? -pregunte alzando la voz, temiendo que la pobre estuviese sorda, tarada o ambas cosas.

La anciana nos examino con detenimiento y cierta reserva. Tenia la mirada arenosa, y apenas unas mechas de cabello blanquecino le cubrian la cabeza. Adverti que me observaba con extraneza, como si me hubiera visto antes y no recordase donde. Temi que Fermin se apresurase a presentarme como el hijo de Carax o algun ardid semejante, pero se limito a arrodillarse a la vera de la anciana y a tomar su mano temblorosa y ajada.

- Jacinta, yo soy Fermin, y este pimpollo es mi amigo Daniel. Nos envia su amigo el padre Fernando Ramos, que hoy no ha podido venir porque tenia doce misas que decir, ya sabe como es esto del santoral, pero le envia a usted muchisimos recuerdos. ?Como se encuentra usted?