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Mis nociones de literatura victoriana me sugerian que lo mas razonable era iniciar la busqueda por el sotano, donde a buen seguro debian de haber estado ubicadas las cocinas y una formidable carbonera. Con esta idea en mente, tarde casi cinco minutos en localizar una puerta o escalinata que me condujese al sotano. Elegi un porton de madera labrada en el extremo de un corredor. Parecia una pieza de ebanisteria exquisita, con relieves en forma de angeles y lienzos y una gran cruz en el centro. El cierre descansaba en el centro del porton, bajo la cruz. Trate de forzarlo sin exito. El mecanismo estaba probablemente trabado o sencillamente perdido de oxido. El unico modo de vencer aquella puerta seria forzarla con una palanca o derribarla a hachazos, alternativas que descarte rapidamente. Examine aquel porton a la luz de las velas, pensando que inspiraba mas la imagen de un sarcofago que de una puerta. Me pregunte que se esconderia al otro lado.

Un vistazo mas detenido a los angeles labrados sobre la puerta me robo las ganas de averiguarlo y me aleje de aquel lugar. Estaba por desistir de mi busqueda de un camino de acceso al sotano cuando, casi por casualidad, di con una pequena portezuela en el otro extremo del corredor que tome en principio por un armario de escobones y cubos. Probe el pomo, que cedio al instante. Al otro lado se adivinaba una escalera que descendia en picado hacia una balsa de oscuridad. Un intenso hedor a tierra mojada me abofeteo. En la presencia de aquel hedor, tan extranamente familiar, y con la mirada caida en el pozo de oscuridad al frente, me asalto una imagen que conservaba desde la infancia, enterrada entre cortinas de temor.

Una tarde de lluvia en la ladera este del cementerio de Montjuic, mirando al mar entre un bosque de mausoleos imposibles, un bosque de cruces y lapidas talladas con rostros de calaveras y ninos sin labios ni mirada, que hedia a muerte, las siluetas de una veintena de adultos que solo conseguia recordar como trajes negros empapados de lluvia y la mano de mi padre sosteniendo la mia con demasiada fuerza, como si asi quisiera acallar sus lagrimas, mientras las palabras huecas de un sacerdote caian en aquella fosa de marmol en la que tres enterradores sin rostro empujaban un sarcofago gris por el que resbalaba el aguacero como cera fundida y en el que yo creia oir la voz de mi madre, llamandome, suplicandome que la liberase de aquella prision de piedra y negrura mientras yo solo acertaba a temblar y a murmurar sin voz a mi padre que no me apretase tanto la mano, que me estaba haciendo dano, y aquel olor a tierra fresca, tierra de ceniza y de lluvia, lo devoraba todo, olor a muerte y a vacio.

Abri los ojos y descendi los peldanos casi a ciegas, pues la claridad de la vela apenas conseguia robarle unos centimetros a la oscuridad. Al llegar abajo sostuve la vela en alto y mire a mi alrededor. No descubri cocina o alacena repleta de maderos secos. Ante mi se abria un pasillo angosto que iba a morir a una sala en forma de semicirculo en la que se alzaba una silueta con el rostro surcado de lagrimas de sangre y dos ojos negros y sin fondo, con los brazos desplegados como alas y una serpiente de puas brotandole de las sienes. Senti una ola de frio que me apunalaba la nuca. En algun momento recobre la serenidad y comprendi que estaba contemplando la efigie de un Cristo tallada en madera sobre el muro de una capilla. Me adelante unos metros y vislumbre una estampa espectral. Una docena de torsos femeninos desnudos se apilaban en un rincon de la antigua capilla. Adverti que les faltaban los brazos y la cabeza y que se sostenian sobre un tripode. Cada uno de ellos tenia una forma claramente diferenciada, y no me costo adivinar el contorno de mujeres de diversas edades y constituciones. Sobre el vientre se leian unas palabras trazadas al carbon. "Isabel. Eugenia. Penelope." Por una vez, mis lecturas victorianas salieron al rescate y comprendi que aquella vision era la ruina de una practica ya en desuso, un eco de tiempos en que las familias acaudaladas disponian de maniquis creados a la medida de los miembros de la familia para la confeccion de vestidos y ajuares. Pese a la mirada severa y amenazadora del Cristo, no pude resistir la tentacion de alargar la mano y rozar el talle del torso que llevaba el nombre de Penelope Aldaya.

Me parecio entonces escuchar pasos en el piso superior. Pense que Bea ya habria llegado y que estaria recorriendo el caseron, buscandome. Deje la capilla con alivio y me dirigi de nuevo hacia la escalera. Estaba por ascender cuando adverti que en el extremo opuesto del corredor se distinguia una caldera y una instalacion de calefaccion en aparente buen estado que resultaba incongruente con el resto del sotano. Recorde que Bea habia comentado que la compania inmobiliaria que habia tratado de vender el palacete Aldaya durante anos habia realizado algunas obras de mejora con la intencion de atraer compradores potenciales sin exito. Me aproxime a examinar el ingenio con mas detenimiento y comprobe que se trataba de un sistema de radiadores alimentado por una pequena caldera. A mis pies encontre varios cubos con carbon, piezas de madera prensada y unas latas que supuse debian de ser de queroseno. Abri la compuerta de la caldera y escrute el interior. Todo parecia en orden. La perspectiva de conseguir que aquel armatoste funcionase despues. de tantos anos se me antojo desesperada, pero ello no me impidio proceder a llenar la caldera de pedazos de carbon y madera y rociarlos con un buen bano de queroseno. Mientras lo hacia me parecio percibir un crujido de madera vieja y por un instante volvi la vista atras. Me invadio la vision de puas ensangrentadas desclavandose de los maderos y, enfrentando la penumbra, temi ver emerger a tan solo unos pasos de mi la figura de aquel Santo Cristo que acudia a mi encuentro blandiendo una sonrisa lobuna.

Al contacto de la vela, la caldera prendio con una llamarada que arranco un estruendo metalico. Cerre la compuerta y me retire unos pasos, cada vez menos seguro de la solidez de mis propositos. La caldera parecia tirar con cierta dificultad y decidi regresar a la planta baja para comprobar si la accion tenia alguna consecuencia practica. Ascendi la escalera y regrese al gran salon esperando encontrar a Bea, pero no habia rastro de ella. Supuse que habia pasado ya casi una hora desde que habia llegado, y mis temores de que el objeto de mis turbios deseos nunca se presentase cobraron visos de dolorosa verosimilitud. Para matar la inquietud, decidi proseguir con mis proezas de lampista y parti a la busqueda de radiadores que confirmasen que mi resurreccion de la caldera habia sido un exito. Todos los que encontre demostraron resistirse a mis anhelos, helados como tempanos. Todos excepto uno. En una pequena habitacion de no mas de cuatro o cinco metros cuadrados, un cuarto de bano, que supuse ubicado justo encima de la caldera, se percibia una cierta calidez. Me arrodille y comprobe con alegria que las baldosas del suelo estaban tibias. Fue asi como Bea me encontro, en cuclillas sobre el suelo, palpando las baldosas de un bano como un imbecil con la sonrisa bobalicona del asno flautista estampada en la cara.

Al volver la vista atras y tratar de reconstruir los sucesos de aquella noche en el palacete Aldaya, la unica excusa que se me ocurre para justificar mi comportamiento es alegar que a los dieciocho anos, a falta de sutileza y mayor experiencia, un viejo lavabo puede hacer las veces de paraiso. Me bastaron un par de minutos para persuadir a Bea de que tomasemos las mantas del salon y nos encerrasemos en aquella diminuta habitacion con la sola compania de dos velas y unos apliques de bano de museo. Mi argumento principal, climatologico, hizo mella rapidamente en Bea, a quien el calorcillo que emanaba de aquellas baldosas disuadio de los primeros temores de que mi disparatada invencion fuera a prenderle fuego al caseron. Luego, en la penumbra rojiza de las velas, mientras la desnudaba con dedos temblorosos, ella se sonreia, buscandome la mirada y demostrandome que entonces y siempre cualquier cosa que se me pudiera ocurrir, a ella se le habia ocurrido ya antes.