La recuerdo sentada, la espalda contra la puerta cerrada de aquel cuarto, los brazos caidos a los lados, las palmas de las manos abiertas hacia mi. Recuerdo como mantenia el rostro erguido, desafiante, mientras le acariciaba la garganta con la yema de los dedos. Recuerdo como tomo mis manos y las poso sobre sus pechos, y como le temblaban la mirada y los labios cuando tome sus pezones entre los dedos y los pellizque embobado, como se deslizo hacia el suelo mientras buscaba su vientre con los labios y sus muslos blancos me recibian.
- ?Habias hecho esto antes, Daniel?
- En suenos.
- En serio.
- No. ?Y tu?
- No. ?Ni siquiera con Clara Barcelo?
Rei, probablemente de mi mismo.
- ?Que sabes tu de Clara Barcelo?
- Nada.
- Pues yo menos -dije.
- No me lo creo.
Me incline sobre ella y la mire a los ojos.
- Nunca habia hecho esto con nadie.
Bea sonrio. Se me escapo la mano entre sus muslos y me abalance en busca de sus labios, convencido ya de que el canibalismo era la encarnacion suprema de la sabiduria.
- ?Daniel? -dijo Bea con un hilo de voz.
- ?Que? -pregunte.
La respuesta nunca llego a sus labios. Subitamente, una lengua de aire frio silbo bajo la puerta y en aquel segundo interminable antes de que el viento apagase las velas, nuestras miradas se encontraron y sentimos que la ilusion de aquel momento se hacia anicos. Nos basto un instante para saber que habia alguien al otro lado de la puerta. Vi el miedo dibujandose en el rostro de Bea y un segundo despues nos cubrio la oscuridad. El golpe sobre la puerta vino despues. Brutal, como si un puno de acero hubiese martilleado contra la puerta, casi arrancandola de los goznes.
Senti el cuerpo de Bea saltando en la oscuridad y la rodee con mis brazos. Nos retiramos hacia el interior de cuarto, justo antes de que el segundo golpe cayese sobre la puerta, lanzandola con tremenda fuerza contra la pared. Bea grito y se encogio contra mi. Por un instante solo atine a ver la tiniebla azul que reptaba desde el corredor y las serpientes de humo de las velas extinguidas, ascendiendo en espiral. El marco de la puerta dibujaba fauces de sombra y crei ver una silueta angulosa que se perfilaba en el umbral de la oscuridad.
Me asome al corredor temiendo, o quiza deseando, encontrar solo a un extrano, un vagabundo que se hubiese aventurado en un caseron en ruinas en busca de refugio en una noche desapacible. Pero no habia nadie alli, apenas las lenguas de azul que exhalaban las ventanas. Acurrucada en un rincon del cuarto, temblando, Bea susurro mi nombre.
- No hay nadie -dije-. Quiza ha sido un golpe de viento.
- El viento no da punetazos en las puertas, Daniel. Vayamonos.
Regrese al cuarto y recogi nuestra ropa.
- Ten, vistete. Vamos a echar un vistazo.
- Mejor nos vamos ya.
- En seguida. Solo quiero asegurarme de una cosa.
Nos vestimos aprisa y a ciegas. En cuestion de segundos pudimos ver nuestro aliento dibujandose en el aire. Recogi una de las velas del suelo y la encendi de nuevo. Una corriente de aire frio se deslizaba por la casa, como si alguien hubiese abierto puertas y ventanas.
- ?Ves? Es el viento.
Bea se limito a negar en silencio. Nos dirigimos de vuelta a la sala protegiendo la llama con las manos. Bea me seguia de cerca, casi sin respirar.
- ?Que estamos buscando, Daniel?
- Solo es un minuto.
- No, vayamonos ya.
- De acuerdo.
Nos volvimos para encaminarnos hacia la salida y fue entonces cuando lo adverti. El porton de madera labrada en el extremo de un corredor que habia intentado abrir una o dos horas antes sin conseguirlo estaba entornado.
- ?Que pasa? -pregunto Bea.
- Esperame aqui.
- Daniel, por favor...
Me adentre en el corredor, sosteniendo la vela que temblaba en el aliento frio del viento. Bea suspiro y me siguio a reganadientes. Me detuve frente al porton. Se adivinaban peldanos de marmol descendiendo hacia la negrura. Me adentre en la escalinata. Bea, petrificada, sostenia la vela en el umbral.
- Por favor, Daniel, vayamonos ya...
Descendi peldano a peldano hasta el fondo de la escalinata. El halo espectral de la vela en lo alto aranaba el contorno de una sala rectangular, de paredes de piedra desnudas, cubiertas de crucifijos. El frio que reinaba en aquella estancia cortaba la respiracion. Al frente se adivinaba una losa de marmol y sobre ella, alineados uno junto al otro, me parecio reconocer dos objetos similares de diferente tamano, blancos. Reflejaban el temblor de la vela con mas intensidad que el resto de la sala e imagine que se trataba de madera esmaltada. Di un paso mas al frente y solo entonces lo comprendi. Los dos objetos eran dos ataudes blancos. Uno de ellos apenas media tres palmos. Senti un vahido de frio en la nuca. Era el sarcofago de un nino. Estaba en una cripta.
Sin darme cuenta de lo que estaba haciendo, me aproxime a la losa de marmol hasta que me encontre a suficiente distancia como para poder alargar la mano y tocarla. Adverti entonces que sobre los dos ataudes habia labrados un nombre y una cruz. El polvo, un manto de cenizas, los enmascaraba. Pose la mano sobre uno de ellos, el de mayor tamano. Lentamente, casi en trance, sin pararme a pensar lo que hacia, barri las cenizas que cubrian la tapa del ataud. Apenas podia leerse en la tiniebla rojiza de las velas.
Me quede paralizado. Algo o alguien se estaba desplazando desde la oscuridad. Senti que el aire frio se deslizaba sobre mi piel y solo entonces retrocedi unos pasos.
- Fuera de aqui -murmuro la voz desde las sombras.
La reconoci al instante. Lain Coubert. La voz del diablo.
Me lance escaleras arriba y una vez gane la planta baja asi a Bea del brazo y la arrastre a toda prisa hacia la salida. Habiamos perdido la vela y corriamos a ciegas. Bea, asustada, no comprendia mi subita alarma. No habia visto nada. No habia oido nada. No me detuve a darle explicaciones. Esperaba en cualquier momento que algo saltase de las sombras y nos cerrase el paso, pero la puerta principal nos esperaba al final del corredor, los resquicios proyectando un rectangulo de luz.
- Esta cerrada -musito Bea.
Palpe mis bolsillos buscando la llave. Volvi la vista atras una fraccion de segundo y tuve la certeza de que dos puntos brillantes avanzaban lentamente hacia nosotros desde el fondo del corredor. Ojos. Mis dedos dieron con la llave. La introduje desesperadamente en la cerradura, abri y empuje a Bea al exterior con brusquedad. Bea debio de leer el temor en mi voz porque se apresuro hacia la verja a traves del jardin y no se detuvo hasta que nos encontramos los dos sin aliento y cubiertos de sudor frio en la acera de la avenida del Tibidabo.
- ?Que ha pasado ahi abajo, Daniel? ?Habia alguien?
- No.
- Estas palido.
- Soy palido. Anda, vamos.
- ?Y la llave?
La habia dejado dentro, encajada en la cerradura. No senti deseos de regresar a por ella.
- Creo que la he perdido al salir. Ya la buscaremos otro dia.
Nos alejamos avenida abajo a paso ligero. Cruzamos hasta la otra acera y no aflojamos el paso hasta que nos encontramos a un centenar de metros del caseron y su silueta apenas se adivinaba en la noche. Descubri entonces que todavia tenia la mano manchada de cenizas y di gracias por el manto de sombra de la noche, que ocultaba a Bea las lagrimas de terror que me resbalaban por las mejillas.
Anduvimos calle Balmes abajo hasta la plaza Nunez de Arce, donde encontramos un taxi solitario. Descendimos por Balmes hasta Consejo de Ciento casi sin mediar palabra. Bea me tomo la mano y un par de veces la descubri observandome con mirada vidriosa, impenetrable. Me incline a besarla, pero no separo los labios.