- Callate.
Me volvi v la encontre retirandose en las sombras.
- Me juzgas sin conocerme -dijo.
- Ayudeme a conocerla, entonces.
- ?A quien has contado esto? ?Quien mas sabe lo que me has dicho?
- Mas gente de lo que parece. La policia lleva siguiendome hace tiempo.
- ?Fumero?
Asenti. Me parecio que le temblaban las manos.
- No sabes lo que has hecho, Daniel.
- Digamelo usted -replique con una dureza que no sentia.
- Piensas que porque te tropezaste con un libro tienes derecho a entrar en la vida de personas a quienes no conoces, en cosas que no puedes comprender y que no te pertenecen.
- Me pertenecen ahora, lo quiera o no.
- No sabes lo que dices.
- Estuve en la casa de los Aldaya. Se que Jorge Aldaya se oculta ahi. Se que fue el quien asesino a Carax.
Me miro largamente, midiendo las palabras.
- ?Sabe eso Fumero?
- No se.
- Mas vale que sepas. ?Te siguio Fumero hasta esa casa?
La rabia que ardia en sus ojos me quemaba. Habia entrado con el papel de acusador y juez, pero a cada minuto que pasaba me sentia el culpable.
- No lo creo. ?Usted lo sabia? Usted sabia que fue Aldaya quien mato a Julian y que se oculta en esa casa... ?por que no me lo dijo?
Sonrio amargamente.
- No entiendes nada, ?verdad?
- Entiendo que mintio usted para defender al hombre que asesino a quien usted llama su amigo, que ha estado encubriendo ese crimen durante anos, un hombre cuyo unico proposito es borrar cualquier huella de la existencia de Julian Carax, que quema sus libros. Entiendo que me mintio sobre su marido, que no esta en la carcel y evidentemente aqui tampoco. Eso es lo que entiendo.
Nuria Monfort nego lentamente.
- Vete, Daniel. Vete de esta casa y no vuelvas. Ya has hecho suficiente.
Me aleje hacia la puerta, dejandola en el comedor. Me detuve a medio camino y regrese. Nuria Monfort estaba sentada en el suelo, contra la pared. Todo el artificio de su presencia se habia deshecho.
Cruce la plaza de San Felipe Neri barriendo el suelo con la mirada. Arrastraba el dolor que habia recogido de labios de aquella mujer, un dolor del que me sentia ahora complice e instrumento pero sin acertar a comprender ni el como ni el porque. "No sabes lo que has hecho, Daniel." Solo deseaba alejarme de alli. Al cruzar frente a la iglesia apenas repare en la presencia de aquel sacerdote enjuto y narigudo que me bendecia con parsimonia al pie del portal, sosteniendo un misal y un rosario.
39
Regrese a la libreria con casi cuarenta y cinco minutos de retraso. Al verme, mi padre fruncio el ceno con reprobacion y miro el reloj.
- Menudas horas. Sabeis que tengo que salir a visitar un cliente en San Cugat y me dejais aqui solo.
- ?Y Fermin? ?No ha vuelto todavia?
Mi padre nego con aquella prisa que le consumia cuando estaba de mal humor
- Por cierto, tienes una carta. Te la he dejado junto a la caja.
- Papa, perdona pero...
Me hizo un gesto para que me ahorrase las excusas, armo de gabardina y sombrero y salio por la puerta sin despedirse. Conociendole, supuse que el enfado se le habria evaporado antes de llegar a la estacion. Lo que me extranaba era la ausencia de Fermin. Le habia visto ataviado de sacerdote de sainete en la plaza de San Felipe Neri, a la espera de que Nuria Monfort saliera a escape y le guiase hasta el gran secreto de la trama. Mi fe en aquella estrategia se habia reducido a cenizas e imagine que si realmente Nuria Monfort salia a la calle, Fermin iba a acabar siguiendola hasta la farmacia o la panaderia. Valiente plan. Me acerque hasta la caja para echarle un vistazo a la carta que habia mencionado mi padre. El sobre era blanco y rectangular, como una lapida, y en lugar de crucifijo traia un membrete que consiguio pulverizarme los pocos animos que conservaba para pasar el dia.
- Aleluya -murmure.
Sabia lo que contenia sin necesidad de abrir el sobre, pero aun asi lo hice por revolcarme en el lodo. La carta era sucinta, dos parrafos de esa prosa varada entre la proclama inflamada y el aria de opereta que caracteriza al genero epistolar castrense. Se me anunciaba que en el plazo de dos meses, yo, Daniel Sempere Martin, tendria el honor y el orgullo de unirme al deber mas sagrado y edificante que la vida podia ofrecer al varon celtiberico: servir a la patria y vestir el uniforme de la cruzada nacional en la defensa de la reserva espiritual de Occidente. Confie en que al menos Fermin fuera capaz de encontrarle la punta al asunto y hacernos reir un rato con su version en verso de La caida del contubernio judeo-masonico. Dos meses. Ocho semanas. Sesenta dias. Siempre podia dividir el tiempo hasta segundos y obtener asi una cifra kilometrica. Me quedaban cinco millones ciento ochenta y cuatro mil segundos de libertad. A lo mejor don Federico, que segun mi padre era capaz de fabricar un Volkswagen, podia hacerme un reloj con frenos de disco. A lo mejor alguien me explicaba como me las iba a arreglar para no perder a Bea para siempre. Al oir la campanilla de la puerta crei que se trataba de Fermin que regresaba finalmente persuadido de que nuestros empenos detectivescos no daban ni para un chiste.
- Vaya, el heredero vigilando el castillo, como debe ser, aunque sea con cara de berenjena. Alegra ese rostro, chaval, que pareces el muneco de Netol -dijo Gustavo Barcelo, engalanado con un abrigo de camello y un baston de marfil que no necesitaba y que blandia como una mitra cardenalicia-. ?No esta tu padre, Daniel?
- Lo siento, don Gustavo. Salio a visitar a un cliente, y supongo que no volvera hasta...
- Perfecto. Porque no es a el a quien vengo a ver, y lo que tengo que decirte es mejor que no lo oiga.
Me guino el ojo, desenfundandose los guantes y observando la tienda con displicencia.
- ?Y nuestro colega Fermin? ?Anda por aqui?
- Desaparecido en combate.
- Supongo que aplicando sus talentos a la resolucion del caso Carax.
- En cuerpo y alma. La ultima vez que le vi vestia sotana y dispensaba la bendicion urbi et orbe.
- Ya... La culpa es mia por azuzaros. En buena hora se me ocurrio abrir el pico.
- Le veo un tanto inquieto. ?Ha sucedido algo?
- No exactamente. O si, de alguna manera.
- ?Que queria contarme, don Gustavo?
El librero me sonrio mansamente. Su habitual gesto altanero y su arrogancia de salon se habian batido en retirada. En su lugar me parecio intuir cierta gravedad, un atisbo de cautela y no poca preocupacion.
- Esta manana he conocido a don Manuel Gutierrez Fonseca, de cincuenta y nueve anos de edad, soltero y funcionario de la morgue municipal de Barcelona desde 1924. Treinta anos de servicio en el umbral de las tinieblas. La frase es suya, no mia. Don Manuel es un caballero de la vieja escuela, cortes, agradable y servicial. Vive en una habitacion alquilada en la calle de la Ceniza desde hace quince anos, que comparte con doce periquitos que han aprendido a tararear la marcha funebre. Tiene un abono de gallinero en el Liceo. Le gustan Verdi y Donizetti. Me dijo que en su trabajo lo importante es seguir el reglamento. El reglamento lo tiene todo previsto, especialmente en las ocasiones en que uno no sabe que hacer. Hace quince anos, don Manuel abrio un saco de lona que traia la policia y se encontro con el mejor amigo de su infancia. El resto del cuerpo venia en bolsa aparte. Don Manuel, tragandose el alma, siguio el reglamento.