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Por fortuna, conseguí cita con mi psicólogo, a quien no veía desde hacía tiempo porque se había trasladado al sur de California, pero había venido a San Francisco a pasar las fiestas con su familia. Nos encontramos en una cafetería, puesto que ya no tenía su despacho, y mientras él saboreaba su té verde y yo mi capuchino, lo puse al tanto de la telenovela familiar. Me preguntó si acaso estaba demente, que cómo se me ocurría hacer de celestina en una situación semejante; ése no era un secreto que me correspondiese guardar.

– Usted es la figura de la madre, en este caso es un arquetipo: madre de Nico, madrastra de Jason, suegra de Celia, abuela de los niños. Y futura suegra de Sally, si esto no hubiese ocurrido -me explicó.

– Lo dudo, creo que Sally no se habría casado con Jason.

– Ésa no es la cuestión, Isabel. Debe enfrentarlas y exigirles que confiesen la verdad a Nico y Jason. Deles un plazo breve. Si no lo hacen, tendrá que hacerlo usted.

Seguí el consejo y el plazo se cumplió justo durante el fin de semana largo del día de Acción de Gracias, sagrado para los estadounidenses.

Con el pretexto de las fiestas, la familia iba a juntarse por primera vez en meses, incluido Ernesto, quien nos anunció que se había enamorado de una compañera de trabajo, Giulia, y la traía a California para presentarla a la familia. El momento era muy poco propicio. Llegaría él primero de Nueva Jersey y Giulia aparecería al día siguiente, lo que nos daba un poco de tiempo para preparar los ánimos. Menos mal que Fu, Grace y Sabrina iban a celebrar en el Centro de Budismo Zen, así habría tres testigos menos. Willie y yo estábamos tan ofuscados que no podíamos ayudar ni con un consejo. No me explico cómo sobrevivimos sin violencia durante ese horrendo fin de semana. Celia se encerró con Nico y no sé cómo se lo dijo, porque no había manera de hacerlo con diplomacia o de evitar la paliza emocional de semejante noticia. Sería imposible no herirlo a él y a los niños, como ella tanto temía. Creo que al principio Nico no se dio cuenta cabal del alcance de lo que había sucedido y pensó que las cosas podrían barajarse con imaginación y tolerancia. Pasarían semanas, tal vez meses, antes de que comprendiera que su vida había cambiado para siempre.

Jason y Sally estaban separados no sólo por la distancia geográfica, sino también por el hecho de que tenían poco en común. Era difícil imaginar a Sally haciendo vida nocturna y bohemia entre intelectuales en el caos de Nueva York, o a Jason en California, vegetando en el seno de la familia y aburrido a muerte. Muchos años más tarde, hablando de esto con ambos, las versiones se contradicen. Jason me aseguró que estaba enamorado de Sally y convencido de que se casarían, por eso perdió la cabeza cuando ella lo llamó por teléfono para contarle lo ocurrido.

«Tengo algo que decirte», le anunció. Él pensó de inmediato que le había sido infiel y sintió una oleada de rabia, pero supuso que no era algo demasiado serio, ya que estaba dispuesta a confesarlo. Ella logró articular las frases para explicarle que se trataba de una mujer, y Jason respiró aliviado porque creyó que no enfrentaba realmente a un rival, eran tonterías que hacen las mujeres por curiosidad, pero entonces ella agregó que estaba enamorada de Celia. A Jason la doble traición le pegó como un garrotazo. No sólo perdía a quien creía ser todavía su novia, también perdía a una cuñada que quería como a una hermana. Se sintió burlado por las dos mujeres y también por Nico, porque no había podido impedirlo. El fin de semana maldito Jason apareció en la casa; estaba flaco, había perdido no sé cuántos kilos, y demacrado. Venía con una mochila a la espalda, sin afeitarse, con los

dientes apretados y olor a alcohol. Tuvo que enfrentar la situación sin apoyo, porque cada uno andaba perdido en sus propias pasiones.

Sally recogió en el aeropuerto a Ernesto, que venía de Nueva Jersey, donde vivía desde 1992, cuando te trajimos enferma a California, y se lo llevó a tomar un café para prevenirlo de lo que sucedía; no podía aterrizar de sopetón en el melodrama, creería que nos habíamos vuelto todos locos. ¿Cómo se lo explicaría él a Giulia? Su novia era una rubia alta y parlanchina, de ojos celestes, con esa frescura de la gente que confía en la vida. Las Hermanas del Perpetuo Desorden habíamos rezado durante varios años para que Ernesto encontrara un nuevo amor y Celia te había encargado la misma tarea, que no sólo cumpliste, sino que de paso nos hiciste un guiño desde el Más Allá: Giulia nació el mismo día que tú, el 22 de octubre, su madre se llama Paula y su padre nació el mismo día y año que yo. Demasiadas coincidencias. No puedo menos que pensar que la escogiste para que hiciera feliz a tu marido. Ernesto y Giulia disimularon lo mejor posible su desconcierto ante el descalabro familiar. A pesar de las dramáticas circunstancias que se vivían, dimos el visto bueno a Giulia de inmediato: era perfecta para él, fuerte, organizada, alegre y cariñosa. Según Willie, no valía la pena que nos molestáramos, puesto que esa pareja no necesitaba la aprobación de una familia con la que no tenía lazos de sangre.

«Si se casan, habrá que traerlos a California», le respondí.

Entretanto, la carne del pavo se puso verde con el tratamiento intravenoso de aliños y al salir del horno parecía tan podrida como el ambiente que se respiraba en la casa. Nico y Jason, descompuestos, no pudieron participar en el velorio, porque aquel día no fue otra cosa que un velorio. Alejandro y Nicole estaban con fiebre en cama; Andrea circulaba chupándose el dedo y vestida para la ocasión con mi sari, en el que se envolvió como un salchichón. Willie terminó indignado porque ninguno de sus dos hijos se presentó. Tenía hambre, pero nadie se había ocupado de la cena, que en cualquier día de Acción de Gracias normal es un banquete. En un impulso incontrolable, mi marido cogió el pavo verde por una pata y lo tiró a la basura.

VIENTOS ADVERSOS

El colapso de la familia no sucedió de un día para otro, demoró varios meses en que Nico, Celia y Sally se debatieron en la incertidumbre, pero nunca perdieron de vista a los niños. Trataron de protegerlos lo mejor posible, a pesar del caos. Se esmeraron en darles mucho afecto, pero en estos dramas el sufrimiento es inevitable.

«No importa, lo resolverán más tarde en terapia», me tranquilizó Willie. Celia y Nico siguieron juntos en la misma casa por un tiempo porque no tenían adónde ir, mientras Sally entraba y salía en su calidad de tía.

«Esto parece una película francesa, yo prefiero no venir más», anunció Tabra, escandalizada. A mí tampoco me alcanzaba la tolerancia para tanto y preferí no visitarlos más, aunque cada día que pasaba sin ver a mis nietos era un día fúnebre.

Mientras procuraba mantenerme cerca de Nico, quien no me daba mucha entrada, mi relación con Celia pasaba del llanto y los abrazos a las recriminaciones. Me acusó de que yo no entendía lo que pasaba, era de mente cerrada y me metía en todo. ¿Por qué diablos no los dejaba en paz? Me ofendía con su carácter explosivo y modales bruscos, pero a las dos horas me llamaba para pedir disculpas y nos reconciliábamos, hasta que el ciclo se repetía. Me daba una lástima inmensa verla sufrir. La decisión que había tomado tenía un precio muy alto y toda la pasión del mundo no la salvaría de pagarlo. Celia se preguntaba si no habría algo perverso en ella que la incitaba a destruir lo mejor que tenía, su hogar, sus hijos, una familia en la que estaba a salvo, cómoda, cuidada, querida. Su marido la adoraba y era un hombre bueno, sin embargo se sentía atrapada en esa relación, se aburría, no cabía en su piel, el corazón se le escapaba en anhelos que no sabía nombrar. Me contó que el edificio aparentemente perfecto de su vida se había venido abajo con el primer beso de Sally. Eso le bastó para comprender que no podría seguir con Nico, en ese instante su destino cambió de rumbo. Sabía que el rechazo contra ella sería implacable incluso en California, que se jacta de ser el lugar más liberal del planeta.