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Hice mucha investigación, pero cuanto más leía, menos sabía y más se alejaban los horizontes de ese inmenso continente de novecientos millones de personas distribuidas en cincuenta y tres países y quinientas etnias. Por último, encerrada en mi cuchitril, me hundí en la magia; así llegué por vía directa a una selva del África ecuatorial, donde unos infelices pigmeos intentaban librarse de un rey psicópata con la ayuda de gorilas, elefantes y espíritus. La escritura suele ser profética. Meses después de la publicación de El Bosque de los Pigmeos, un coronel tan salvaje como el de mi libro se apoderó de una región al norte del Congo, en un bosque pantanoso, donde mantenía a la población bantú aterrorizada y estaba exterminando a los pigmeos para amparar el tráfico de diamantes, oro y armas. Incluso se hablaba de canibalismo, algo que no me atreví a incluir en el libro por consideración a mis jóvenes lectores.

YEMAYÁ Y LA FERTILIDAD

La primavera de 2003 desató un afán frenético de reproducirse en mi familia. Lori y Nico, Ernesto y Giulia, Tong y Lili, todos querían tener hijos, pero por una extraña coincidencia ninguno podía cumplir esa aspiración por los medios habituales y debían recurrir a los inventos de la ciencia y la tecnología, métodos carísimos que a mí me tocó financiar. Me habían advertido en Brasil que yo pertenecía a la diosa Yemayá, una de cuyas virtudes es la fertilidad: a ella acuden las mujeres que desean ser madres. Había tantas drogas de fecundación, hormonas y esperma suspendidos en el aire, que temí quedar preñada yo también. El año anterior había consultado secretamente a la astróloga, porque me fallaron los sueños. Siempre supe cuántos hijos y nietos iba a tener, los soñé hasta con sus nombres; sin embargo esta vez, por mucho que me esforcé, ninguna visión nocturna vino a darme una clave respecto a estas tres parejas. No conozco a la astróloga, sólo tengo su teléfono en Colorado, pero confío en ella porque sin habernos visto nunca ha podido describir a mi familia como si fuese la suya. Al único que no le ha hecho su carta astral es a Nico, porque no me acuerdo a qué hora nació y él se niega a facilitarme su certificado de nacimiento, pero la mujer me dijo que este hijo era mi mejor amigo Y que estuvimos casados en una reencarnación anterior. Lógicamente, él no quiere oír hablar de esa horrenda posibilidad y por eso esconde el certificado. Tu hermano no cree en la reencarnación, porque matemáticamente es imposible, y menos en la astrología, por supuesto, pero considera que no está de más tomar precauciones. Yo tampoco creo a pie juntillas, pero no hay que cerrarse ante un misterio tan útil para la literatura.

– ¿Cómo explicas que esa señora sepa tanto de mí? -le pregunté a Nico.

– Te buscó en la internet o leyó Paula.

– Si investigara a cada cliente para hacer trampa, necesitaría un equipo de asistentes y tendría que cobrar mucho más caro. A Willie no lo conoce nadie y no figura en internet; sin embargo ella pudo describirlo físicamente. Dijo que era alto, de espaldas anchas, cuello grueso, guapo.

– Eso es muy subjetivo.

– ¡Pero cómo va a ser subjetivo, Nico! De mi hermano Juan nadie diría que es alto, de espaldas anchas, cuello grueso y guapo.

En fin, no saco nada con discutir estos temas con tu hermano. El caso es que la astróloga ya me había dicho que Lori no podría tener hijos propios, pero «sería madre de varios niños». Yo lo interpreté como que sería madre de mis nietos, pero por lo visto había otras posibilidades. De Ernesto y Giulia dijo que no lo intentaran hasta la primavera del año siguiente, cuando las estrellas estaban en la posición ideal, porque antes no resultaría. Tong y Lili, en cambio, tendrían que aguardar mucho más y tampoco era seguro que el bebé fuese de ellos, podría ser adoptado. Ernesto y Giulia decidieron obedecer a las estrellas y al llegar la primavera de 2004 empezaron el tratamiento de fertilidad. Cinco meses después, Giulia quedó embarazada, se infló como un dirigible y pronto se supo que esperaba dos niñas.

Un día estábamos en un restaurante con Juliette, Giulia y Lori comentando el hecho de que la mitad de las mujeres jóvenes que conocíamos, incluso la peluquera y la profesora de yoga, estaban preñadas o acababan de dar a luz.

– ¿Recuerdas que te propuse tener un bebé para ti, Isabel? -dijo Juliette.

– Sí. Y yo te contesté que ni loca tendría un crío a esta edad.

– Esa vez te dije que sólo lo haría por ti, pero ahora pienso que también lo haría por Lori.

Se produjo un minuto de quietud en la mesa mientras las palabras de Juliette se abrían camino hacia el corazón de Lori, quien rompió a llorar cuando comprendió lo que esa amiga acababa de ofrecerle. No sé lo que pensó el mesero, pero nos trajo torta de chocolate por iniciativa propia, gentileza de la casa.

Entonces comenzó un largo y complicado proceso que Lori, con su perseverancia y organización, llevó a cabo paso a paso durante casi un año. Primero había que decidir si Nico sería el padre, por el asunto de la porfiria. Después de hablar entre ellos y en familia, decidieron que estaban dispuestos a correr el riesgo, porque para Lori era importante que el niño o la niña fueran de su marido. Luego debían conseguir un óvulo, que no podía ser de Juliette, porque si ella era la madre, no sería capaz de desprenderse del niño después. A través de la clínica escogieron a una donante brasilera porque tenía cierto parecido contigo, Paula, un aire de familia. Ella y Juliette tuvieron que someterse a altas dosis de hormonas, la primera para producir varios óvulos que se pudiesen cosechar, y la segunda para preparar su vientre. Los óvulos fueron fertilizados en un laboratorio, luego se implantaron los embriones en Juliette. Yo temía por Lori, que podía sufrir otra frustración, pero sobre todo por Juliette, que ya había cumplido más de cuarenta años y era viuda con dos niños. Si algo le sucedía a ella, ¿qué sería de Aristóteles y Aquiles? Como si me adivinara el pensamiento, Juliette nos pidió a Willie y a mí que nos hiciéramos cargo de sus hijos si ocurría una desgracia. Habíamos alcanzado los límites del realismo mágico.

TRÁFICO DE ÓRGANOS

Lili, la joven esposa de Tong, aguantó durante un año los abusos de su suegra, hasta que se le agotó la sumisión. Si su marido no hubiera intervenido, la habría estrangulado con las manos peladas, un crimen fácil, porque la señora tenía un cuello de pollo. El escándalo que se armó debió de ser mayúsculo, porque el Departamento de Policía de San Francisco mandó a un oficial que hablaba chino para separar a los miembros de ese hogar. Para entonces Lili había demostrado que hablaba en serio cuando dijo que no había venido a América por la visa, sino para formar una familia. No tenía ninguna intención de divorciarse, a pesar de la suegra y del mal carácter de Tong, quien todavía sospechaba que ella pediría el divorcio apenas se cumpliera el plazo que estipulaba la ley para la visa.