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1464: Boda ducal. Roger de Arras preside la comitiva que conduce a la novia desde Borgoña a Ostenburgo.

1465: Muere Felipe el Bueno y accede al gobierno de Borgoña su hijo Carlos el Temerario, primo de Beatriz. La presión francesa y borgoñona aviva las intrigasen la corte ostenburguesa. Fernando Altenhoffen intenta mantener un difícil equilibrio. El partido profrancés se apoya en Roger de Arras, que posee gran ascendiente sobre el duque Fernando. El partido borgoñón se sostiene gracias a la influencia de la duquesa Beatriz.

1469: Roger de Arras es asesinado. Se culpa oficiosamente a la facción borgoñona. Otros rumores aluden a una relación amorosa entre Roger de Arras con Beatriz de Borgoña. La intervención de Fernando de Ostenburgo no es probada.

1471: Dos años después del asesinato de Roger de Arras, Van Huys pinta La partida de ajedrez. Se ignora si en esa época el pintor reside todavía en Ostenburgo.

1474: Muere Fernando Altenhoffen sin descendencia. Luis XI de Francia intenta imponer los viejos derechos de su dinastía sobre el ducado, lo que empeora las tensas relaciones franco-borgoñonas. El primo de la duquesa viuda, Carlos el Temerario, invade el ducado, derrotando a los franceses en la batalla de Looven. Borgoña se anexiona Ostenburgo.

1477: Carlos el Temerario muere en la batalla de Nancy. Maximiliano I de Austria se hace con la herencia borgoñona, que pasará a su nieto Carlos (futuro emperador Carlos V) y acabará perteneciendo a la monarquía española de los Habsburgo.

1481: Muere Pieter Van Huys en Gante, cuando trabaja en un tríptico sobre el descendimiento destinado a la catedral de San Bavon.

1485: Beatriz de Ostenburgo muere recluida en un convento de Lieja.

Durante un buen rato nadie se atrevió a abrir la boca. Las miradas de cada cual iban de uno a otro, y de ellos al cuadro. Al cabo de un silencio que parecía eterno, César movió la cabeza.

– Confieso -dijo en voz baja- que estoy impresionado.

– Todos lo estamos -añadió Menchu.

Julia dejó los documentos sobre la mesa y se apoyó en ella.

– Van Huys conocía bien a Roger de Arras -señaló los papeles-. Quizás eran amigos.

– Y pintando ese cuadro, le ajustó las cuentas a su asesino -opinó César-… Todas las piezas encajan.

Julia se acercó a la biblioteca, dos paredes cubiertas de estantes de madera que se curvaban bajo el peso de desordenadas hileras de libros. Se detuvo frente a ella un momento, con los brazos en jarras, y después extrajo un grueso volumen ilustrado. Hojeó rápidamente las páginas, hasta dar con lo que buscaba, y fue hasta el sofá a sentarse entre Menchu y César, con el libro -El Rijksmuseum de Amsterdam- abierto sobre las rodillas. La reproducción del cuadro no era muy grande, pero se distinguía perfectamente al caballero, vestido de armadura y con la cabeza descubierta, cabalgando por la falda de una colina en cuya cima había una ciudad amurallada. Junto al caballero, y en amigable conversación, iba el Diablo, jinete en un penco negro y descarnado, señalando con su derecha la ciudad hacia la que parecían dirigirse.

– Podría ser él -comentó Menchu, comparando las facciones del caballero representado en el libro con las del jugador de ajedrez en el cuadro.

– Y podría no ser -apuntó César-. Aunque, desde luego, hay cierto parecido -se volvió hacia Julia-. ¿Cuál es la fecha de ejecución?

– Mil cuatrocientos sesenta y dos.

El anticuario hizo un rápido cálculo.

– Eso significa nueve años antes de La partida de ajedrez. Puede ser la explicación. El jinete acompañado por el diablo es más joven que en el otro cuadro.

Julia no respondió. Estudiaba la reproducción fotográfica del libro. César la miró preocupado.

– ¿Qué pasa?

La joven movía la cabeza despacio, como si temiese, con algún gesto brusco, espantar espíritus esquivos que hubiese costado trabajo convocar.

– Sí -dijo con el tono de quien no tiene más remedio que rendirse a lo evidente-. Como coincidencia, es excesiva.

Y señaló con el dedo la fotografía.

– No veo nada especial -dijo Menchu.

– ¿No? -Julia sonreía para sí misma-. Mira el escudo del caballero… En la Edad Media, cada noble lo decoraba con su emblema… Dime qué opinas tú, César. ¿Qué hay pintado en ese escudo?

El anticuario suspiró, pasándose una mano por la frente. Estaba tan asombrado como Julia.

– Escaques -dijo sin vacilar-. Cuadros blancos y negros -levantó la vista hacia la tabla de Flandes y la voz pareció estremecérsele-. Como los de un tablero de ajedrez.

Dejando el libro abierto sobre el sofá, Julia se puso en pie.

– Aquí no hay casualidad que valga -cogió una lupa de gran aumento antes de acercarse al cuadro-. Si el caballero acompañado por el diablo que pintó Van Huys en mil cuatrocientos sesenta y dos es Roger de Arras, eso significa que, nueve años después, el artista escogió el tema de su escudo de armas como clave maestra de la pintura en la que, supuestamente, representó su muerte… Incluso el suelo de la habitación donde sitúa a los personajes está ajedrezado en blanco y negro. Eso, además del carácter simbólico del cuadro, confirma que el jugador del centro es Roger de Arras… Y todo este tinglado, efectivamente, se articula en torno al ajedrez.

Se había arrodillado ante la pintura, y durante un rato estudió a través de la lupa, una por una, las piezas representadas sobre el tablero y sobre la mesa. También dedicó su atención al espejo redondo y convexo que, desde el ángulo superior izquierdo del cuadro, en la pared, reflejaba, deformado por la perspectiva, el tablero y el escorzo de ambos jugadores.

– César.

– Dime, querida.

– ¿Cuántas piezas tiene el juego de ajedrez?

– Hum… Dos por ocho, dieciséis de cada color. Eso hace treinta y dos, si no me equivoco.

Julia contó con el dedo.

– Están las treinta y dos. Se pueden identificar perfectamente: peones, reyes, caballos… Unos dentro de la partida y otros fuera.