– Estudiemos -sugirió- los posibles movimientos de la dama negra, situada en la casilla C2… No sé si sabe usted, Julia, que la dama es la pieza más poderosa del juego; puede mover cualquier número de casillas en cualquier dirección, con los movimientos de todas las otras piezas menos el caballo… La dama negra, según vemos, tiene cuatro casillas posibles como origen de su movimiento: A2, B2, B3 y D3. A estas alturas, usted misma sabe ya por qué no ha podido venir de B3, ¿verdad?
– Creo que sí -Julia frunció el ceño, concentrándose-. Imagino que nunca habría abandonado un jaque al rey blanco…
– Exacto. Nuevo caso de jaque imaginario, que descarta B3 como posible origen… ¿Y qué me dice de la casilla D3? ¿Cree que la dama negra pudo venir de ahí, por ejemplo, huyendo de la amenaza del alfil blanco que está en F1?
Julia consideró durante un buen rato aquella posibilidad. Por fin su rostro se iluminó.
– No pudo, por la misma razón que antes -exclamó, sorprendida de haber llegado ella sola a aquella conclusión-. En D3, la dama negra habría estado dándole uno de esos jaques imaginarios al rey blanco, ¿verdad?… Por eso no pudo venir de ahí -se volvió hacia César-. ¿No es maravilloso? En mi vida había jugado antes al ajedrez…
Muñoz indicaba ahora con el lápiz la casilla A2.
– El mismo caso de jaque imaginario lo tendríamos si la dama hubiese estado aquí, por lo que también queda descartada esa casilla.
– Salta a la vista -dijo César- que sólo pudo venir de B2.
– Es posible.
– ¿Cómo que es posible? -el anticuario estaba confuso e interesado a un tiempo-. Parece evidente, diría yo.
– En ajedrez -respondió Muñoz- hay pocas cosas que puedan ser calificadas de evidentes. Observe las piezas blancas de la columna B. ¿Qué habría ocurrido si la reina hubiese estado en B2?
César se acarició la barbilla, reflexionando.
– Se habría visto amenazada por la torre blanca que está en B5… Sin duda, por eso movió a C2, para escapar de la torre.
– No está mal -concedió el ajedrecista-. Pero eso es sólo una posibilidad. De todas formas, la causa por la que movió aún no es importante para nosotros… ¿Recuerdan lo que les dije antes? Eliminado lo imposible, cuanto nos queda tiene forzosamente que ser cierto. Luego, recapitulando, si: a) movieron negras, b) nueve de las diez piezas negras que hay en el tablero no pudieron mover, c) la única pieza que pudo mover es la dama, d) tres de los cuatro hipotéticos movimientos de la dama son imposibles… Resulta que la dama negra hizo el único movimiento posible: pasó de la casilla B2 a la C 2, y tal vez movió huyendo de la amenaza de las torres blancas que están en las casillas B5 y B6… ¿Lo ven claro?
– Clarísimo -respondió Julia, y César fue de la misma opinión.
– Eso significa -continuó Muñoz- que hemos conseguido dar el primer paso en este ajedrez a la inversa que estamos jugando. La posición siguiente, es decir, la anterior, ya que vamos hacia atrás, sería ésta:
– ¿Ven?… La dama negra se encuentra todavía en B2, antes de desplazarse a C2. Así que ahora tendremos que averiguar la jugada de las blancas que ha obligado a la dama a efectuar ese movimiento.
– Está claro que movió una torre blanca -dijo César. La que está en B5… Pudo venir de cualquier casilla situada en la fila horizontal 5, la muy pérfida.
– Tal vez -repuso el ajedrecista-. Pero eso no justifica completamente la huida de la dama.
César parpadeó, sorprendido.
– ¿Por qué? -Sus ojos iban del tablero a Muñoz, y de éste al tablero-. Está claro que la reina huyó ante la amenaza de la torre. Usted mismo lo ha dicho hace un instante.
– Dije que tal vez huyó de las torres blancas, pero en ningún momento afirmé que fuese un movimiento de la torre blanca a B5 el que hizo huir a la dama.
– Me pierdo -confesó el anticuario.
– Pues observe bien el tablero… No importa qué movimiento haya hecho la torre blanca que ahora está en B5, porque la otra torre blanca, la que se encuentra en B6, ya le habría estado dando jaque a la dama negra antes, ¿se da cuenta?
César estudió de nuevo el juego, esta vez durante un par de largos minutos.
– Insisto en que me doy por vencido -dijo al fin, desmoralizado. Se había bebido hasta la última gota de su ginebra con limón mientras Julia, a su lado, fumaba un cigarrillo tras otro-. Si no fue la torre blanca la que movió a B5, entonces todo el razonamiento se viene abajo… Estuviera donde estuviese la pieza, esa antipática reina tuvo que mover antes, pues el jaque era anterior…
– No -contestó Muñoz-. No forzosamente. La torre pudo, por ejemplo, comerse una pieza negra en B5.
Animados por aquella perspectiva, César y Julia estudiaron el juego con renovados ánimos. Al cabo de otro par de minutos, el anticuario levantó el rostro para dirigirle a Muñoz una ojeada de respeto.
– Eso es -dijo, admirado-. ¿No lo ves, Julia?… Una pieza negra en B5 cubría a la reina de la amenaza que supone la torre blanca que está en la casilla B6. Al ser comida esa pieza negra por la otra torre blanca, la reina quedó bajo su amenaza directa -miró de nuevo a Muñoz buscando confirmación-. Tiene que ser eso… No hay otra posibilidad -estudió de nuevo el tablero, dubitativo-. Porque no la hay, ¿verdad?
– No lo sé -respondió honestamente el jugador de ajedrez, y a Julia se le escapó un desesperado «santo Dios» al escuchar aquello-. Usted acaba de formular una hipótesis, y en ese caso siempre se corre el riesgo de distorsionar los hechos para que se ajusten a la teoría, en vez de procurar que la teoría se ajuste a los hechos.
– ¿Entonces?
– Pues exactamente eso. Hasta ahora sólo podemos considerar como hipótesis que la torre blanca se haya comido una pieza negra en B5. Falta comprobar si hay otras variantes y, en ese caso, descartar todas las que son imposibles -el brillo de sus ojos se tornaba opaco, y parecía más cansado y gris al hacer un gesto indefinible con las manos, a medio camino entre la justificación y la incertidumbre. La seguridad que desplegó durante la explicación de las jugadas se había desvanecido; ahora se mostraba otra vez huraño y torpe-. A eso me refería -sus ojos evitaron encontrarse con los de Julia- cuando le dije que tropecé con problemas.
– ¿Y el siguiente paso? -preguntó la joven.
Muñoz observaba las piezas con aire resignado.
– Supongo que un lento y enojoso estudio de las seis piezas negras que hay fuera del tablero… Intentaré averiguar cómo y dónde pudo ser comida cada una de ellas.
– Eso puede llevar días -dijo Julia.
– O minutos, depende. A veces, la suerte o la intuición echan una mano -le dirigió una larga mirada al tablero y después al Van Huys-. Pero hay algo de lo que no me cabe la menor duda -dijo tras reflexionar un instante-. Quien pintó ese cuadro, o concibió el problema, tenía un modo muy peculiar de jugar al ajedrez.
– ¿Cómo lo definiría usted? -quiso saber Julia.
– ¿A quién?
– Al jugador que no está ahí… Al que se acaba de referir hace un momento.
Muñoz miró la alfombra y después el cuadro. En sus ojos había un punto de admiración, pensó ella. Tal vez el respeto instintivo de un ajedrecista hacia un maestro.
– No sé -dijo en voz baja, evasivo-. Quienquiera que fuese, era muy retorcido… Todos los buenos jugadores lo son, pero ese tenía algo más: una capacidad especial para tender pistas falsas, trampas de todo tipo… Y disfrutaba con ello.
– ¿Es posible? -preguntó César-. ¿Podemos realmente averiguar el carácter de un jugador por su forma de comportarse ante un tablero?
– Yo creo que sí -respondió Muñoz.
– En ese caso, ¿qué más piensa usted del que ideó esa partida, teniendo en cuenta que lo hizo en el siglo quince?