Cuando él abrió la boca, David se sorprendió de ver el brillo de un aparato corrector dental.
– Estoy aquí por el asesinato de Guang Hengiai.
– ¿Qué sabe usted de él?
– Su padre es Guang Mingyun, el sexto hombre más rico de China. Su empresa, China Land and Economics Corporation, acoge una nutrida variedad de negocios con un activo superior a más de mil quinientos millones de dólares. Su fortuna personal ronda los cuatrocientos o quinientos millones de dólares.
Jack dejó escapar un silbido.
O'Kelly dedicó los minutos siguientes a resumir el informe que poseía el Departamento de Estado sobre Guang Mingyun. Por nacimiento estaba destinado a ser obrero en una fábrica de vidrio de provincias, como sus padres, pero su brillante expediente de enseñanza secundaria había atraído la atención de ciertas personas de Pekín, que le habían llevado a la capital para ingresar en la universidad, donde destacó en ingeniería y matemáticas.
– A principios de los ochenta Guang ya era dueño de varias fábricas -explicó O'Kelly-. Pero su gran oportunidad llegó en 1991, cuando cambió quinientos vagones de tren de mercancías chinas por cinco aeroplanos de fabricación rusa. Esta transacción le catapultó de una relativa oscuridad a ser uno de los tiburones del mundo de Los negocios. Desde entonces ha extendido sus actividades a los bienes raíces, el mercado de valores y las telecomunicaciones. Los beneficios obtenidos le han permitido lanzar el Chinese Overseas Bank, un banco de inversiones con sede en Monterey Park y varias sucursales en California.
– Lo conozco -dijo David-. ¿De qué le sirve tener un banco aquí?
– Le proporciona el modo de canalizar fondos desde Estados Unidos a China, sobre todo los que proceden del Chinese Overseas, y permite a los chinos enviar dinero a Estados Unidos, donde la situación política les garantiza la estabilidad y la seguridad bancarias -respondió O'Kelly-. Pero lo que hace diferente a Guang de otros hombres de negocios es que ha aceptado que el cambio en China debe producirse en todo el país y no sólo en la franja costera.
– ¿Perdón?
– Ahí está el meollo de la cuestión -se explicó O'Kelly, asintiendo con cortesía-. La economía China crece espectacularmente a lo largo de la costa: en Shanghai, Guangzhou, Shenzhen y la provincia de Fujian.
– ¿Y en Tianjin? -preguntó Jack Campbell.
– Y en la ciudad de Tianjin -confirmó O'Kelly-. Hay algunas poblaciones en esas zonas donde los ingresos medios son superiores a los de Estados Unidos. Pero si nos adentramos mil quinientos, mil o incluso doscientos kilómetros en el interior del país, encontramos una situación muy distinta.
– ¿No se dedican al cultivo del arroz en el interior?
– A cultivos de todo tipo. Pero los campesinos no ganan más de trescientos cincuenta dólares al año. En China el capitalismo ha creado un cisma económico como no se había conocido hasta ahora. Los problemas que tendrán los chinos a largo plazo son cómo llevar la prosperidad al país entero y, si no lo consiguen, qué harán cuando todos esos campesinos, novecientos millones en total, es decir, una de cada seis personas del planeta, demuestren su descontento. En otras palabras, ¿cómo controlará el gobierno a los pobres, cuando el poder le fue otorgado al gobierno en un principio por los propios campesinos?
– ¿Y Guang tiene la respuesta?
– Quizá. No sólo ha privatizado industrias, y estoy hablando de industrias dedicadas a artículos de primera necesidad como la sal, los productos farmacéuticos y el carbón, sino que las ha llevado al interior, a las provincias más pobres. Está llevando la tecnología moderna al campo y recompensando a la gente que trabaja duro.
– A cambio de beneficios.
– Por supuesto. A los campesinos puede pagarles mucho menos que a los trabajadores de la costa. Al mismo tiempo se está ganando su lealtad y confianza.
– ¿Qué relación tiene eso con el caso? -quiso saber David-. ¿Está sugiriendo que Guang Mingyun intentaba meterse en los negocios de las tríadas en el interior del país? ¿Que secuestraron a su hijo como aviso o a cambio de un rescate? ¿Que se desbarató el plan y se deshicieron del cadáver?
– Aún no lo sabemos. Nos hemos puesto en contacto con Pekín…
– ¿Qué…? -dijo David con aspereza.
– Déjeme decirle antes que nada que el Departamento de Estado conocía ya la desaparición de Guang Henglai. -O'kelly hizo una pausa para que David asimilara esta nueva revelación-. Hace casi un mes que desapareció el chico. Los del Departamento de Estado estábamos al tanto, incluso los turistas que han estado en China recientemente lo sabían. Ha sido noticia en la televisión y los periódicos del país. China es famosa por su habilidad para encontrar a cualquiera en cualquier lugar y en cualquier momento. Durante las últimas semanas se ha montado la mayor caza del hombre de la historia de país. Ni que decir tiene que no hallaron a Guang Henglai ni a nadie que pudiera darles información sobre su paradero.
– Entonces -dijo David-, ¿no hay pruebas de que hubiera juego sucio en territorio chino?
– No es eso, pero dadas las tensiones políticas actuales por el alboroto en el estrecho de Taiwan el año pasado y en Hong Kong este verano, el Departamento de Estado ha creído conveniente notificárselo al gobierno chino, y por tanto a Guang Mingyun, lo antes posible. No queremos que parezca que Estados Unidos está implicado en el caso.
– ¿Cómo vamos a estar implicados? -exclamó David-. Si se halló el cadáver pudriéndose en un carguero chino, ¡por amor de Dios!
– David -le advirtió Madeleine-, escuchémosle.
– Sabemos que el cadáver se halló en el Peonía -prosiguio O'Kelly- Sabemos que Guang Henglai lleva tiempo muerto, pero ¿cómo lo demostramos a los chinos? ¿Cómo les demostramos que no murió a manos de un agente de inmigración en el barco o en Terminal Island? Tal como están las cosas ahora mismo, los chinos tienen motivos para no creernos.
David meneó la cabeza con escepticismo.
– Debo suponer que los padres querrán el cadáver para enterrar a su hijo. Sus propios expertos les dirán cuánto tiempo hace que murió, y que desde luego no fue víctima de una paliza, ni de una herida de bala, ni de cualquier otra cosa que ellos puedan imaginar.
– Permítame añadir un nuevo elemento -dijo O'Kelly-. Si el forense está en lo cierto al afirmar que el chico murió antes de abandonar China, la fecha de su muerte coincidiría con la del hijo del embajador Watson.
Jack Campbell dejó escapar otro suave silbido.
– Me he perdido -dijo David.
– Watson es nuestro embajador en China -explicó O'K.elly-. Se halló el cadáver de su hijo en Pekín a principios de año. Se cerró el caso como un accidente.
– ¿Y no lo fue?
– Como cabía esperar -dijo O'Kelly meneando la cabeza-, las relaciones con China son bastante frías en estos momentos. Sin embargo, cuando nos pusimos en contacto con el Ministerio de Asuntos Exteriores, nuestros homólogos chinos nos informaron de varias cuestiones. En primer lugar, los chinos no caen que fuera un accidente.
– ¿Y existen pruebas que sustenten esa teoría?
– Debo dejar claro que lo que se está hablando aquí es estrictamente confidencial.
– Siga.
– A pesar de lo que haya podido leer en los periódicos, tenemos algunos amigos en China que nos enviaron una copia de la autopsia de Billy Watson. Creo que le interesará observar que existen varias similitudes. Tanto Watson como Guang fueron hallados en agua. Y… -O'Kelly hizo una pausa para conseguir un mayor efecto- ambos chicos tenían una sustancia extraña en los pulmones.