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David se volvió hacia Hulan, que se había mantenido notablemente callada desde el primer estallido de Bill Watson. Hacía muchos años que David no veía a Hulan, pero aún podía reconocer la mirada de furia que acechaba tras su plácida fisonomía.

– ¿Inspectora Liu? -dijo David, esperando que ella supiera dominarse.

Hulan accedió con una breve inclinación de la cabeza. La expresión preocupada del embajador Watson se convirtió en franca sonrisa.

– Bien -dijo asintiendo enérgicamente. Se levantó y tendió la mano a David-. Haré que Phil le llame en un par de días.

Tan pronto estuvieron en el asiento de atrás del Saab, la cólera de Hulan se impuso sobre su prudencia. Sabía que Peter les escuchaba, pero sus emociones pudieron más que ella.

– No necesito que me proteja.

– ¿Protegerla? No la estaba protegiendo.

Delante, Peter era todo oídos.

– ¡Adelante!

– ¿Hacia dónde?

– Las oficinas de China Land and Economics Corporation. Sin decir una palabra, Peter dio marcha atrás y salió del complejo.

Hulan no quería mirar a David. Cuando le habló, lo hizo en voz baja y con tono amargo.

– Ha intentado protegerme en todo momento.

– No he hecho nada parecido.

– ¡Interrumpió mi interrogatorio!

– Quizá, pero piense en una cosa. Usted no le gusta. No pensaba contestar a sus preguntas. ¿A qué cree que es debido?

Hulan se volvió hacia él y David vio la tirantez de su expresión al contestar.

– Este es mi caso y mi país.

– Sí, bueno, no es que quiera amargarle el día ni nada parecido, pero lo cierto es que no ha conseguido gran cosa. De hecho, el embajador ni siquiera la habría recibido de no ser por mí.

– Sabe por qué le detesto, David Stark? Porque discute como un abogado.

– Soy abogado, y usted también.

Hulan volvió la cabeza hacia el otro lado.

– Supongo que ésta es nuestra primera pelea -dijo David, pensativo, y añadió, al ver que ella no decía nada-: Aunque creo que en realidad no es la primera…

Hulan se volvió para mirarlo de repente, pero esta vez, en lugar de ira, David vio en su rostro la misma cautela que el día anterior en el Ministerio de Seguridad Pública. Hulan le señaló la nuca de Peter con la mirada.

– Claro está que en mi país -continuó David animadamente-, los colegas como nosotros siempre tienen desavenencias. Forma parte de las investigaciones, de los juicios. Aquí nos encontramos en circunstancias poco habituales. Creo que sería mejor que intentáramos respetar nuestros diferentes métodos y trabajar juntos.

– Efectivamente.

– Dígame, inspectora Liu, ¿ha cambiado en algo el embajador desde que lo vio por última vez?

– Sigue siendo un americano arrogante.

– ¿De modo que por eso le provocó?

Hulan sonrió por fin y lanzó una mirada furtiva a Peter, que por una vez había abandonado los epítetos pintorescos para oír mejor.

– En el MSP tenemos libertad para interrogar a los testigos a nuestra manera.

– Eso he oído -dijo David irónicamente.

– Pero yo procuro que los testigos hablen por sí solos. Somos un pueblo reticente, señor Stark. Todo el mundo en este país conoce el poder del MSP, pero algunas veces no hay presión más efectiva que la de la dominación. Yo lo llamo el poder del silencio.

– Yo también lo utilizo. Un testigo se siente obligado a llenar ese silencio. De ese modo he conseguido algunos de mis mejores resultados.

– Sí, eso también, pero yo hablo de algo más. En China, cuando te permiten pensar, cuando te conceden la libertad de hablar cuando quieras, se crea una situación en la que bajas la guardia y empiezan a fluir tus pensamientos.

– ¿Cree usted que eso no serviría con el embajador?

– Los americanos tienen toda la libertad que necesitan., quizá demasiada. Creo que el embajador usaría ese tipo de silencio para inventar una buena historia.

– Pero ¿por qué?

– No lo sé.

– Cuando miro a ese hombre, veo a un político, nada más.

– Creo que lo que pasa es que no le gusta.

– Eso es cierto. Hay algo en ese hombre que… ¿cómo lo dicen los americanos? Me da mala espina.

– Yo diría que es lo contrario -dijo David.

– Quizá. -Volviendo a mi primera pregunta, ¿es diferente?

– Actúa de la misma forma; es el mismo fanfarrón, desde luego.

– A mí no me ha parecido un hombre que acaba de perder a su hijo.

– La gente se enfrenta al dolor de muchas maneras -dijo Hulan pensativamente, y se volvió para mirar el tráfico. Peter lanzó una elocuente ristra de frases por la ventanilla.

Las oficinas centrales de China Land and Economics Corporation eran una resplandeciente torre de cristal y granito blanco. En el vestíbulo se exponía una colección fotográfica de las muchas inversiones de la corporación: presas que contenían la fuerza de ríos traicioneros, satélites que navegaban por el espacio, municiones saliendo de una cadena de montaje, miles de obreros fabricando zapatillas deportivas, saludables campesinos utilizando maquinaria moderna para aumentar la productividad agrícola, médicos prescribiendo medicinas a madres sonrientes con sus hijos. En el centro del vestíbulo, en unas vitrinas de cristal y cromo se ponían de relieve las diferentes divisiones y filiales de la corporación: la Compañía de las Diez Mil Nubes fabricaba parkas y sombreros y botas para la lluvia; la Compañía el Tiempo de Hoy fabricaba relojes chinos rojos que tenían brazos de políticos eminentes como manecillas; la Compañía Farmacéutica Roya del Panda envasaba ginseng, polvos de hierbas, flores secas y cornamenta de ciervo desmenuzada.

A David y a Hulan los acompañaron directamente al elegante despacho de Guang Mingyun. Los muebles de palo de rosa y línea moderna tenían un cálido brillo. Varios ramos de nardos y lirios rojos llenaban la habitación con su fragancia. Los cuadros de las paredes (telas de color carmesí con caracteres en negro) ponían un contrapunto espectacular y totalmente moderno a la vista que se observaba por encima de los muros rojo sangre de la Ciudad Prohibida.

– Huanying, huanying -saludó Guang Mingyun, levantándose para recibirlos-. Bienvenidos, bienvenidos -añadió, pasando a un inglés impecable.

– Qué tal está usted, señor Guang? -dijo Hulan-. Permítame presentarle al ayudante de fiscal David Stark.

– Estoy en deuda con usted por haber venido hasta aquí. Pero, siéntense, por favor, siéntense. ¿Han comido ya? ¿Les apetece té?

– Señor Guang, hemos comido ya. Y ya hemos tomado té antes de venir -dijo Hulan.

Mientras Guang Mingyun seguía debatiendo cortésmente con Hulan si bebía o no bebía té, David comprendió por qué el hombre de negocios había tenido tanto éxito. Patrick O'Kelly le había dicho que Guang tenía setenta y dos años, pero por su aspecto parecía un hombre en la flor de la edad: dinámico, en buena forma física y astuto; estrechaba la mano con firmeza. Era el primer chino que conocía David (cierto es que no había conocido a muchos) que hablaba con seguridad, que no parecía preocuparle que alguien espiara sus conversaciones. La tristeza de sus ojos marrones era el único signo de duelo.

– Tomarán té -decidió Guang Mingyun, y su secretaria salió discretamente del despacho andando hacia atrás.

– Señor Guang -dijo Hulan con las manos delicadamente posadas sobre el regazo-, lamentamos molestarle en estas circunstancias…

– Quiero darles al fiscal Stark y a usted toda la información que tenga.

– ¿Tiene la menor idea de por qué su hijo se hallaba en el Peonía de China?

Jamás había oído hablar de ese barco, y estoy seguro de que mi hijo tampoco. Es algo que me tiene absolutamente perplejo y me es imposible explicarlo.