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– ¿Es usted consciente, señor Guang, de que la muerte de su hijo puede estar relacionada con la del hijo del embajador?

– Lo soy, pero también me tiene perplejo. ¿Cómo es posible que tanto a Billy como a mi hijo les ocurriera algo tan terrible?

– Conocía usted a Billy Watson? -preguntó David con incredulidad.

– Por supuesto que conocía a Billy Watson. Era el mejor amigo de mi hijo. Siempre estaban juntos.

– Hábleme de ellos -pidió Hulan, sin sorprenderse-. ¿Cómo se conocieron? ¿Qué hacían juntos?

Guang Mingyun bajó la voz al describir la relación de los dos chicos. Se habían conocido durante el primer verano de Watson como embajador en China. Guang Mingyun había celebrado una fiesta en su casa a la que había asistido toda la familia Watson. Poco después, los dos chicos eran amigos y pronto Billy se convirtió en visitante asiduo en la casa de Pekín de los Guang y en su villa de recreo en la playa de Beidaihe.

La conversación se interrumpió cuando entró la secretaria de Guang Mingyun para servir el té en tazas de cerámica de Cantón, exquisitamente decoradas a mano con escenas femeninas entre pagodas, y disponer los cuencos de semillas de melón, cacahuetes y ciruelas saladas. Guang Mingyun reanudó su relato en cuanto salió la secretaria. Dos años atrás, tras graduarse en la Escuela Secundaria 4 (donde se educaban los hijos de las familias principales de Pekín), Henglai había solicitado el ingreso en la Universidad del Sur de California y había sido aceptado. Guand Mingyun había permitido a su hijo que se fuera a estudiar a Los Angeles únicamente porque Billy Watson también estudiaría allí. Un año después, cuando Henglai decidió que no quería seguir estudiando y que quería volver a Pekín, su padre se alegró sobremanera. Nuestro hijo era lo más importante para mi mujer y para mí. Nunca nos gustó que estuviera lejos de casa.

– Cuando volvió, ¿qué hizo? ¿Trabajó con usted?

– A mi hijo no le interesan los negocios, pero es joven -respondió Guang Mingyun, pasándose al presente sin darse cuenta-. Tiene su propio apartamento. Tiene sus amigos. Aún es un muchacho. Todo es diferente hoy en día, no es como en la época en la que crecimos usted y yo, inspectora. Estos chicos no saben lo que es luchar. No entienden lo que es trabajar duro. Así que, me digo a mí mismo, si quiere divertirse con sus amigos, sobre todo con Billy, ¿qué mal le puede hacer? En la actualidad, debería alentarse la relación entre los dos países. Todos nos beneficiaremos de amistades como ésas, y mientras tanto, mi hijo crecerá.

– ¿Existe posibilidad de que su hijo intentara huir a América? -preguntó Hulan-. ¿Quería emigrar?

– No, aquí tenía todo lo que podía desear.

– Algunos jóvenes quieren irse de China.

– Inspectora Liu, si lo que intenta es que diga algo en contra de nuestro país, no lo conseguirá. Mi hijo tenía todas las oportunidades del mundo en China. Además, podía ir y venir de América siempre que quisiera.

– ¿Quiere decir que seguía visitando Estados Unidos?

– Desde luego. -Guang Mingyun se levantó, se dirigió a su mesa y la abrió-. Aquí tengo el pasaporte de mi hijo. Como puede usted ver, no tenía problema alguno para obtener los visados. Eso era porque siempre volvía a casa.

Hulan cogió el pasaporte, pero no lo abrió.

– ¿Puedo quedármelo?

– Por supuesto.

– Hábleme de sus amigos -pidió Hulan después de meterse el pasaporte en el bolso.

– ¿Qué voy a contarle? Usted ya sabe quiénes son. Y ya sabe dónde encontrarlos.

– Señor Guang, gracias por su ayuda. -Hulan se levantó para marcharse.

– Perdóneme -dijo David-, pero yo tengo algunas preguntas. ¿Qué negocios tiene usted en Estados Unidos?

David notó que el ambiente cambiaba en la habitación. Hulan volvió a sentarse y a sumir su anterior postura, pero apartó la vista como si no formara parte de la conversación. Mingyun apretó los dientes hasta convertir su boca de labios carnosos en una línea.

– Tengo inversiones en estados Unidos, pero no sé qué relación pueden tener con su investigación.

– Creo que es importante estudiar todas la posibilidades- explicó David -. A su hijo lo hallaron en un barco que supuestamente pertenecía al Ave fénix. ¿Conoce usted a esa banda?

– No.

– ¿Ha oído hablar del Ave Fénix?

– He oído hablar de ellos, claro, pero no sé nada de ellos.

– Dígame, ¿quién orienta sus inversiones en Estados Unidos?

– China Land and Economics Corporation -dijo Guang después de un suspiro de resignación- es una compañía muy grande, lo que llamaríamos una multinacional. No conozco a todos mis socios por el nombre. Si lo desea, le pediré a mi secretaria que le haga una lista.

– ¿Y sus relaciones personales con Estados Unidos?

Guang Mingyun cambió al chino para hablar con Hulan. Ella respondió y volvió a apartar la vista.

– Tengo parientes en Los Angeles que abandonaron China antes de la liberación -dijo Guang con frialdad-. Yo no los he visto nunca, pero ofrecieron su hospitalidad a mi hijo durante las visitas que hizo.

– ¿Y sus nombres?

– No tienen nada que ver con todo esto.

– Responda a la pregunta, por favor.

– Mi secretaria le proporcionará esa lista también.

– Tengo entendido que está usted muy metido en negocios de importación y exportación.

– Cierto -convino Guang con falsa modestia-. Traigo aquí un poco de esto y envío fuera un poco de aquello.

– Es decir…

– Hemos importado coches de lujo: Mercedes, Cadillacs, Peugeots, Saabs. Exportamos zapatos, camisetas, pieles, juguetes, adornos navideños. Gran parte de este trabajo se realiza en el interior.

– ¿En qué provincia? -preguntó Hulan.

– Sichuan -respondió Guang.

– Es bueno que lleve usted la prosperidad…

David no iba a permitir que las cortesías de Hulan lo desviaran de su propósito.

– Qué me dice de los inmigrantes? ¿Forman parte también de sus exportaciones?

– No sé de qué me habla.

– Sabe usted, señor Guang, que se sospecha que el Ave Fénix tiene dinero en el Chinese Overseas Bank de California?

– Yo no tendría conocimiento de ello aunque fuera cierto.

– Pero usted es el dueño del banco.

– Es uno de mis negocios.

– Señor Guang -dijo Hulan, cambiando de postura-, debe usted perdonar los modales de nuestro amigo americano. Creo que es mi deber asegurarle que el Ministerio de Seguridad Público no tiene conocimiento -el énfasis que dio a sus palabras subrayaba el aparente desagrado que le causaban los métodos americanos- de ningún hecho delictivo cometido por usted ni por su hijo. El ministerio tiene el mayor de los respetos por Guang Mingyun y su familia. Así es como debe ser. Pero yo debo pensar en su hijo. Sé que usted quiere averiguar qué pasó. Sé que usted quiere llevar a los indeseables que lo mataron ante la justicia.

– Eso es cierto, inspectora.

– Y también sé que usted quiere ayudar al ministerio en su trabajo.

– Por supuesto. ¿Qué puedo hacer?

– Podríamos visitar la casa de Henglai? Tal vez descubramos algo que nos ayude a conocerle. Podría ayudarnos a atrapar a su asesino.

– Que su chófer les lleve a la Capital Mansion de la calle Xinyuan del distrito Chaoyang.

Mientras David y Hulan se ponían los abrigos, Guang recobró su anterior actitud jovial.

– La próxima vez celebraremos un banquete.

– Es usted demasiado generoso en su hospitalidad, señor Guang -dijo Hulan.

– Transmítale mis saludos a su padre, se lo ruego -dijo él mirándola a los ojos.

– Así lo haré, y espero que transmita usted el más profundo pésame de nuestra familia a la señora Guang.

– Uno de los dos hombres miente -dijo David cuando se hallaban en el ascensor.